Adolfo Hitler. Napoleón Bonaparte. Andrés Manuel López Obrador. ¿Qué tienen en común estos personajes? Parece absurda la comparación, sin embargo hay algo que estos tres hombres comparten: haber despertado el fanatismo en sus seguidores.
Napoleón Bonaparte fue un líder capaz de ganarse la simpatía de miles de personas gracias a su inteligencia. Junto a su Ejército logró importantes victorias que lo llevaron a convertirse en el emperador de Francia, pero Napoleón era un hombre insaciable y cada vez quería ser más poderoso. Esa enfermiza obsesión lo llevó a aprovecharse del fanatismo que había despertado en sus seguidores para así emprender sangrientas batallas.
Cuenta la historia que Napoleón, enfurecido porque los rusos hicieron caso omiso a su decreto de no traficar en manera alguna con los ingleses, ordenó una invasión a Rusia. Llegó a Moscú al frente de su Ejército, dándose cuenta que los rusos habían quemado la ciudad para evitar así que los franceses tuvieran víveres. Al ver esto, Napoleón ordenó a sus hombres que volvieran a su patria por un camino cubierto de nieve y, azotados por un viento glacial, aquél Ejército de más de 400 mil soldados fue haciéndose cada vez más pequeño. Napoleón abandonó a sus hombres y regresó a París para tratar de conservar el poder. Sin embargo, el fanatismo que algún día había despertado en los franceses desapareció y el que había conmovido al mundo con sus pisadas, no tuvo otro remedio que abdicar de su trono y vivir sus últimos días en Santa Elena, un islote perdido en la inmensidad del Océano Atlántico.
Otro hombre que supo despertar el fanatismo entre sus seguidores fue Adolfo Hitler. No cabe duda en que uno de los más sorprendentes capítulos de la historia moderna es el de la elevación de Hitler desde ser un simple obrero hasta llegar a convertirse en uno de los hombres más célebres del mundo.
Desde muy joven Hitler odiaba la mezcla de razas. Al saber que en Berlín había un crecimiento incontrolable de la población judía en su país, se convirtió en un antisemita recalcitrante.
Empujado por un fanático sentido de su nacionalidad alemana y con un profundo prejuicio contra los judíos, Hitler se convirtió en un gran orador ganando pronto la simpatía de miles de alemanes. Esto lo llevó a formar el partido Nazi y, posteriormente, a convertirse en el máximo jefe de los alemanes.
Influido por el fascismo, el pensamiento de Hitler se distinguía esencialmente por su ideología racista. Él decía que la raza aria era la más poderosa del mundo y, por lo tanto, debía permanecer pura sin permitir la mezcla con otras. Esto ocasionó que el pueblo alemán cayera en las redes del fanatismo y contribuyera así en una de las acciones más crueles de la historia: el holocausto judío.
Al igual que Napoleón Bonaparte y Adolfo Hitler, López Obrador ha sabido despertar el fanatismo en sus seguidores. Ayudado por una campaña que ha durado más de tres años, miles de mexicanos creen ciegamente en él, lo cual podría traducirse en un triunfo electoral en los próximos comicios.
A pesar de que ha cometido graves errores, como por ejemplo el haber endeudado al Distrito Federal con el regalo de dinero a los ancianos, hubo a quienes el fanatismo los llevó a convertir en aciertos esas fallas.
Sin embargo, todo fanatismo es nocivo. De no ganar López Obrador, estoy seguro que se posará sobre la Nación la negra nube de la violencia ciudadana.
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