La avanzada edad de Fidel Castro y la fragilidad de su estado de salud obligan a considerar su fallecimiento como una probabilidad cercana, así de dura es la política y la diplomacia. Distintos Gobiernos así como personajes de talla mundial analizan cómo reaccionar ante ese evento. No es para menos: por la razón que se quiera el comandante Castro pertenece, desde hace tiempo, a la historia. Ese evento obligará a México a tomar una postura y, en ella, se dejará ver una primera definición de la política exterior del nuevo Gobierno. Una definición que, por su carácter, no quedará circunscrita al estricto ámbito de la relación bilateral con Cuba. De ahí la importancia de que esa postura sea realmente sopesada y analizada por el Gobierno mexicano. No cabe la improvisación frente un suceso tan anunciado. La pregunta a resolver es: a los ojos del presidente Felipe Calderón, ¿quién va a morir en la figura del mandatario cubano: un revolucionario que defendió la soberanía de su país, un dictador que perduró en el poder casi medio siglo, o bien, la argamasa de una personalidad con marcados claroscuros?
En la finura y el matiz de la respuesta y, por ende, en la postura y reacción frente a la desaparición de Fidel Castro se cifran claves importantes de lo que será política exterior de este sexenio.
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La postura ante la muerte del mandatario cubano puede parecer un asunto protocolar, pero es más que eso. La asistencia o no del presidente Felipe Calderón a los funerales de Fidel Castro será un mensaje de la visión mexicana hacia la isla pero, sobre todo, hacia los Gobiernos latinoamericanos de centro izquierda y de izquierda radical que hoy dominan la región.
Y será también un mensaje hacia el norte, particularmente hacia Estados Unidos. El detalle será importante. Hasta ahora las definiciones diplomáticas han tenido dos vertientes, pero no revisten aún un carácter oficial. La gira de Felipe Calderón como presidente electo por Centro y Sudamérica sugirió la intención de replantear la inserción de México en la región a la que histórica y culturalmente pertenece.
La visita a Estados Unidos, desafortunada en la fecha -dos días después de la derrota de los republicanos-, pretendía anticipar la postura frente al socio comercial, pero el resultado electoral le restó posibilidad a esa idea. De la política hacia Asia y Europa, se sabe menos por no decir que nada. Lo que está claro es que, después del desastre diplomático que heredó el Gobierno calderonista, la política exterior es una ecuación difícil de resolver. Una ecuación que exige enorme destreza para rebalancear la inserción del país en el continente, basada en el equilibrio hacia el norte y hacia el sur... pero, sobre todo, con claros propósitos e intenciones. A veces por error, a veces por vocación, a veces por torpeza e incluso por capricho, el foxismo terminó por incurrir en una obsequiosidad hacia Estados Unidos que no se tradujo en una relación respetuosa. Cuanto más se obsequiaba al Gobierno bushista, más exigía éste.
Ese desequilibrio, acompañado del desprecio y a veces de la grosería hacia al sur, culminó en el descolocamiento de México en el continente. De ahí la importancia de la postura que se adopte frente a ese cambio de época, encarnado en Fidel Castro.
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Por las características propias del quehacer diplomático, frecuentemente las posturas de fondo quedan cubiertas por el manto del tacto y la discreción. Sin desconocer esto, no está de más poner el asunto sobre la mesa aunque pudiera ser políticamente incorrecto. ¿Cuál es el análisis que al respecto está haciendo la Cancillería? ¿Recomendará al presidente Felipe Calderón asistir o no a los funerales de Fidel Castro? En caso de no recomendar la asistencia, ¿cuál es el nivel de la delegación que se enviaría a las exequias? ¿Esa delegación la encabezaría el subsecretario para América Latina, Gerónimo Gutiérrez, a quien todavía algunos identifican como alguien cercano en extremo a los republicanos estadounidenses?
Si la decisión no es enviar esa delegación, ¿el presidente Calderón enviará a un representante personal? ¿Quién sería ese representante? O bien, ¿la idea es no cifrar en los funerales el mensaje, sino hacerlo en la toma de posesión de Raúl, el hermano de Fidel Castro, como presidente de Cuba? Es posible, desde luego, que la Cancillería mexicana espere a ver qué hacen otros países, qué mandatarios y qué personajes anuncian su asistencia a los funerales para, entonces, tomar la decisión final correspondiente.
Pero esa decisión, cualquiera que sea, deberá tener muy en claro qué es lo que se quiere decir y qué es lo que no se quiere decir. Eso, desde luego, sin desconsiderar el valor de la oportunidad.
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Más allá de las responsabilidades de Jorge G. Castañeda y de Luis Ernesto Derbez en la accidentada diplomacia de Vicente Fox, parte de su equivocidad derivó de la incapacidad del mandatario para integrar un auténtico Gobierno. Muchas políticas quedaron sujetas al talento, la capacidad, la experiencia de los secretarios y, visto está, sólo en algunos sectores tuvo resultados plausibles. Sólo por ilustrar ese problema, baste recordar cómo las diferencias entre los entonces secretarios de Gobernación y de Relaciones Exteriores, Santiago Creel y Jorge Castañeda, hicieron un margallate de la postura mexicana frente al atentado del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. La falta de entendimiento entre los secretarios de Gobernación y de Relaciones Exteriores, Santiago Creel y Luis Ernesto Derbez, hizo también un margallate de la relación de México con Cuba que estuvo a punto de la ruptura en mayo de 2004.
En suma, la falta de la articulación entre la política interior y la política exterior tuvo efectos dentro y fuera de nuestras fronteras. Los polos de esa accidentada diplomacia mexicana fueron, precisamente, las respectivas relaciones bilaterales con Estados Unidos y con Cuba. Cercanía y distancia: desequilibrio. El error no puede repetirse, como tampoco la equivocidad. Hasta ahora, no está clara la filosofía de la política exterior del calderonismo. Es posible que esté ya definida, pero si no lo está sería imperdonable que el fallecimiento de Fidel Castro la precipitara. El hecho es inminente y no puede tomar por sorpresa al Gobierno mexicano.
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Importante de suyo saber cómo será la relación de México con Cuba y el planteamiento de México en el continente tanto hacia arriba como hacia abajo, esa definición tendrá también un efecto estrictamente doméstico. El carácter emblemático de la personalidad del mandatario cubano polariza hacia el interior del país las posturas. Ya no tiene el peso y la importancia que alcanzó a revestir hacia dentro del país, pero es claro que la desaparición de Fidel Castro va a provocar, internamente, un jaloneo. Un tironeo doméstico para, con motivo de ese suceso, presionar la dirección del Gobierno de Felipe Calderón. Por eso, la respuesta a la pregunta que plantea la muerte de Fidel Castro es importante. ¿La tiene ya el Gobierno mexicano?
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