La reciente autoproclamación de Andrés Manuel López Obrador ante un medio noticioso internacional, en la que con todas sus letras dijo que él “es el Presidente de México”, resulta la expresión más irresponsable de todas las que ha señalado hasta ahora.
Tal afirmación externada cuando el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que es la máxima y la última instancia legal en el tema, se encuentra en la valoración de las impugnaciones que los partidos políticos presentaron a fin de emitir su fallo respecto de los resultados que el IFE presentó, no es otra cosa más que un llamado a la división y al encono entre los mexicanos.
La estrategia de López Obrador y de su equipo es clara: sembrar la duda en los ciudadanos y confundirlos respecto de lo que las instituciones legalmente constituidas han señalado. Para ello no reparan en las formas, la mentira, la burla, la calumnia, la descalificación sin sustento, se convierten en las armas que los voceros de AMLO esgrimen para lograr su objetivo.
Tal proceder, a todas luces manipulador, puede encontrar tierra fértil principalmente en la ignorancia y en el fanatismo y, en menor medida, en los ciudadanos de buena voluntad que, en medio de la confusión, no alcanzan a distinguir la verdad de la mentira. Es este el peligro que encierra dicha estrategia de comunicación.
Ante ello, es fundamental que los mexicanos nos mantengamos alejados de las pasiones políticas y nos mantengamos en la línea de la razón, el discernimiento, la verdad y la paz. Sólo así podremos vencer a quienes se esmeran en dividir a México e incendiar el país.
El mandato de los mexicanos es hoy, claramente, que las conductas y tentaciones autoritarias sean parte de nuestro pasado.
Tenemos hoy instituciones y leyes que constituyen el mejor antídoto para evitar el regreso de prácticas autoritarias que por décadas orillaron a los mexicanos a ser víctimas del abuso político y de las crisis económicas.
Los mexicanos hemos decidido que nadie puede colocarse por encima de las leyes y las instituciones. Por eso y más allá del respeto a las libertades y a la expresión de las ideas, nuestra sociedad rechaza, mayoritariamente, las denuncias sin sustento y las descalificaciones ligeras.
No se puede ni debe engañar a la gente con indicios o sospechas.
Las percepciones e intereses personales deben quedar de lado y dar paso a los cauces institucionales que marca la Ley.
La única forma que los mexicanos tenemos de actuar sin equivocarnos, es conducir nuestros actos y ejercer nuestras libertades dentro de la legalidad y el respeto a las instituciones democráticas.
Sólo así podremos seguir en el camino que nos lleve al México que la inmensa mayoría de los mexicanos queremos y por el que nos pronunciamos en las urnas, con nuestros votos, el pasado dos de julio: un México ordenado, democrático y en paz. Mantengámonos en la línea de la fidelidad democrática.