Si mañana el equipo mexicano de futbol venciera al de Holanda, es de temerse que el presidente Fox salte jubiloso y felicite a la selección dirigida por Ricardo La Volpe por la obtención de la copa mundial de futbol, sin saber que se trata de un partido preliminar. Es que más de una vez el Ejecutivo ve un logro en lo que apenas es un intento y entonces lo festina.
El jueves 26, mientras volaba de Seattle a Sacramento, Fox recibió la noticia de que una mayoría de 68 senadores había obtenido en el Capitolio la aprobación de la minuta senatorial que, de convertirse en Ley, podría significar la legalización de millones de migrantes que carecen de documentos, buena parte de cuyo número son mexicanos. Se trasladó regocijado a la parte posterior del avión en que viajaba para compartir su información con los representantes de los medios. Dijo que se trataba de un día histórico y se complació con la buena nueva como si fuera un éxito personal y de su Gobierno y no el resultado de acuerdos entre grupos de legisladores. Insistió en su festejo al aterrizar en Sacramento. Con escasa fortuna para las metáforas, dijo que se trataba de un “paso monumental” y abrió los brazos para envolver en ellos a compatriotas que lo esperaban en la capital californiana.
La situación de los mexicanos en Estados Unidos preocupa y confunde al presidente. No se afana por comprender el proceso legislativo norteamericano. Hay que decir que tampoco el de México. En uno de sus primeros deslices, Fox se apresuró a felicitar al Senado, en abril de 2001, ¡porque no aprobó su propia iniciativa de reforma constitucional en materia indígena, sino que la enmendó hasta dejarla irreconocible! En cuanto a la reforma migratoria norteamericana, no dejó entrever que supiera que se trata de un tramo en el camino de la legislación hasta la oficina del presidente Bush. Así como no hubo lugar para deprimirse en diciembre pasado por la aprobación de la iniciativa Sensenbrenner como si fuera un hecho consumado que criminalizaría a la inmigración ilegal, tampoco había que festejar la aprobación de la contraparte senatorial acerca del mismo fenómeno. Es preciso esperar a la celebración del próximo trámite legislativo, la conferencia bicameral que procurará conciliar documentos que en su esencia son incompatibles. Más todavía, es dable una demora procedimental que permita a los legisladores no adoptar una decisión sobre el asunto antes de las elecciones de noviembre. Y no habría reforma.
Al día siguiente, tal vez por haber percibido que su juicio no correspondía con el de expertos como el Jorge Bustamante y Jorge Santibáñez, llamó “contreras” a quienes no vitorearon el trámite legislativo. Y en un nuevo lapsus, uno más de los que ha prodigado, queriendo decir que los críticos de la minuta senatorial son “antiamericanos”, los llamó “antiamericanistas” calificación correspondiente a los detractores del club de futbol de las águilas de Televisa. Ya el martes, sin embargo, se sumó a ese bando al reconocer que el documento de la mayoría senatorial es insuficiente.
Le falta admitir, sin embargo, que aun si en una negociación imposible los republicanos antimigrantes en la Cámara de Representantes dejaran pasar el documento del Senado, varias de sus consecuencias serían lesivas para México y los mexicanos, los que trabajan allá y los que viven aquí.
La propuesta senatorial implica la deportación de quienes ingresaron sin papeles en Estados Unidos en los dos años anteriores al momento de su aprobación. Se trata quizá de un millón de compatriotas que extendieron más allá del límite su estancia avalada por una visa legal o de plano cruzaron la frontera, sorteando los infinitos riesgos y obstáculos de ese lance, por sí o pagando a traficantes.
Quién sabe si por su desconocimiento de la legalidad, o en un ingenuo intento de presentar como suyo un éxito ajeno, el presidente Fox suele hablar de un acuerdo migratorio cuando se trata de la reforma migratoria. Ha llegado a decir, desdeñosamente cuando se le hace notar la confusión, que no la hay, que “es lo mismo”.
Y dice que en el resultado de la discusión senatorial de la semana pasada hay mucho esfuerzo de cabildeo y de persuasión de México. Es verdad que en su primera visita a Washington, en los primeros días de septiembre de 2001, se esbozó la posibilidad de un pacto migratorio, es decir un acuerdo de voluntades de las dos naciones sobre esa materia. Pero el intento, más para utilización propagandística en México que dotado de sustancia verdadera (como hizo notar en sus memorias el embajador Jeffrey Davidow) se frustró en flor, porque después del atentado contra las Torres gemelas no sólo se modificaron de raíz los ejes de la diplomacia norteamericana sino que la migración ilegal se convirtió a los ojos del sector más intimidado de la sociedad estadounidense en un factor de riesgo que debía ser contenido y aun combatido.
No hay posibilidad alguna de acuerdo migratorio. Sería preciso, para abordarlo, que Estados Unidos tenga resuelta la cuestión, y de eso trata la reforma migratoria, cuyos impulsores son diputados y senadores, no el presidente Bush. Como es obvio, el Ejecutivo tiene su propia visión del tema y la expuso al anunciar el arribo a la frontera de la Guardia Nacional. Influirá sin duda en los legisladores republicanos y se ha manifestado contrario a la deportación masiva de inmigrantes, pero no necesariamente se opone a la criminalización de los indocumentados.