Motivos para festejar los hay. Una participación cercana al 60%; una normalidad democrática -alternancia sin sobresaltos- que avanza; todo se condensa en el fortalecimiento de la certeza en el proceso. Lo que hace apenas una década era deseo y condición para la limpieza, que los partidos tuvieran representación cruzada en las casillas, fue ayer una realidad en alrededor del 95% de los sitios de votación. Las irregularidades reportadas han sido, la gran mayoría menores y, sobre todo, imputables al dolor de cabeza de las casillas especiales. La aparición de nuevos actores, Alternativa y Panal, puede convertirse en una bocanada de aire fresco. Cerca de cuarenta millones de votantes como origen de una pluralidad que crece, siempre serán una buena nueva.
Motivos de preocupación también los hay. El virtual secuestro del presidente local del IFE en Oaxaca por parte de la Sección 22 del magisterio -¡vaya lecciones de civismo para sus pupilos!- y el repudio activo de Marcos a la fórmula democrática, ambos hechos desnudan una barbarie -muy minoritaria, pero barbarie al fin- que también está allí. La maniobra publicitaria del hombre de las farmacias pudo haber arrastrado a un cuarto de millón de mexicanos. De que es un juego perverso hacia las instituciones no cabe duda. El millón de votos nulos es un silencio que debemos leer. Con todo, insisto, el dos de julio de 2006 podrá ser recordado como una jornada ciudadana que fue muy superior a las campañas de los profesionales de la política.
Pero las elecciones tienen un sentido final, el de leer quiénes somos como nación y qué queremos, qué exigimos, a qué tememos. Sea Calderón o AMLO el nuevo presidente, el retrato de México debe ser tomado con toda seriedad. El próximo presidente gobernará con poco más del 20% del total de votantes potenciales. De allí la urgencia de una segunda vuelta. La Oposición activa tendrá voz, pero también estará allí un México que permaneció en silencio. El país ratificó su división en un norte panista y sur perredista, un México azul de clases de ingresos medios, urbano, incorporado al sector secundario y de servicios, un México que mira al norte, lejano de la marginación. En contraste, -palabra esencial del retrato mexicano- está el sur de la marginación centenaria, el sur del campesinado sin alternativas, el sur de los muy pobres que sólo les queda migrar, el sur atrapado por las brutales carencias de infraestructura, bajos niveles educativos, miseria ancestral. Ambos Méxicos son reales. Ambos se expresaron ayer con fuerza reclamando al otro ser consciente de los abismos que nos separan.
Si Calderón resulta presidente deberá siempre recordar las exigencias de esos mexicanos que no votaron por él, que encontraron en la propuesta de López Obrador, -”Primero los pobres”- una razón de ser, los mexicanos que no se miran como beneficiarios del TLC, que no han accedido al consumo típico de las clases de ingresos medios, los mexicanos del desempleo o del subempleo que están ansiosos por encontrar algo de que prenderse para labrar un mejor futuro. Pero si AMLO es el vencedor, tendrá que recordar que sus simplismos -los pobres en contra de los ricos- no retratan ya a ese otro México que también está allí, que las ironías sobre los que no pagan impuestos muestran una verdadera ignorancia sobre el papel de la empresa en México como generadora de riqueza, de empleos y de impuestos. Si AMLO resulta presidente tendrá que asimilar a un país que no quiere regresar a discusiones superadas sobre el alcance del estatismo como motor económico, un México que se ha visto muy beneficiado por medidas como el TLC impulsadas por el “Innombrable”, un México que quiere seguir mirando al mundo para aprender de él, un México que no quiere encerrarse a buscar fórmulas propias que niegan la modernidad.
El dos de julio es para el PRI quizá el peor tropiezo de su historia, más aún que perder la Presidencia, lo es porque en sólo tres años (2003-2006) pasaron de ser la primera fuerza en el Senado y la Cámara de Diputados a ser la tercera. De seguir la tendencia en seis años podría ser una fuerza minoritaria, marginal. Más vale que resuelva sus problemas de identidad con el pasado, con los llamados “tecnócratas”, con la modernidad como anhelo que ya no representan. Su candidato y los dirigentes cargan desde ahora con la responsabilidad de haber fracturado y sangrado a la institución que tanto dicen defender. Si tienen un mínimo de decoro deberían despejar los sitiales y provocar un relevo.
El dos de julio no permite evasiones. El próximo presidente, PAN o PRD, deberá convocar de inmediato a sus adversarios a construir una agenda mínima de acuerdos. La fotografía de Calderón con Cota y con AMLO es obligada o viceversa la de AMLO vencedor con Espino y Calderón. Por supuesto también deberá pasar por allí la dirigencia priista. Llegó la hora de conciliar y lograr acuerdos que saquen a México de un marasmo que se plasma en miseria. Pensiones, sector energético, debilidad fiscal, infraestructura, evasión y economía informal, educación, comercio internacional, seguridad, gobernabilidad. Los temas están allí, las alternativas son claras. Atrás queda la irresponsable cacería de votos que inundó de demagogia a México. Llegó el momento de encarar nuestras realidades y gobernar.
Con 97% de las casillas computadas las tendencias parecieran estables. La votación favorece a Calderón. La ciudadanía y el IFE ya hicieron su trabajo. Ahora es la clase política del país la que está de cara a los ciudadanos. Sólo puede haber un vencedor y cuatro derrotados. Es hora de reconocer y acatar. Observemos.