Y ahí estábamos todos, hasta yo que tengo guerra declarada a esa asesina del tiempo a quien mi familia llama cariñosamente “tele”. Ahí estábamos acojonados, ¡perdón! acongojados, devorando primero quesadillas, después las servilletas, y finalmente yo mastiqué hasta el mantel. Ahí estábamos en shock, impotentes mirando cómo de acuerdo a las instrucciones de San Masquenadie, sus discípulos se amotinaban contra todos los principios de la Institución en donde sólo unos días antes jurado cumplir y hacer cumplir la Ley.
La propuesta de esos señores es elemental: Fuero y nómina sí, de Leyes nada. Prescindir de los candidatos y ahorrarnos la parafernalia de las campañas. Prescindir también del Congreso, de la Suprema Corte, de los Juzgados y por supuesto del IFE, el Trife y tantas otras Instituciones que forman el patrimonio colectivo de los mexicanos.
La propuesta consiste en que todos vayamos a rugir al Zócalo, para decidir ahí los destinos de nuestra nación. Por simple y barata, la propuesta resulta muy tentadora, aunque yo por mi parte prefiero seguir comiendo trapo y comiendo papel ante el grotesco espectáculo que ofrece San Masquenadie y sus discípulos; a cambio de seguir amachada en apoyar todo lo que emane de la Ley y sus Instituciones.
Por supuesto que no quiero -creo que nadie quiere- volver a las épocas en las que el Informe presidencial era el gran día del presidente en turno, quien arropado por el silencio respetuoso del Congreso e interrumpido sólo por el unánime aplauso, nos obsequiaba una interminable lista de los logros de su Administración, para después salir del recinto entre vítores, besamanos y abrazos; como sucedió cuando después de nacionalizar la banca -que en manos del Gobierno pronto se convertiría en bancarrota- López Portillo abandonó la Cámara en medio del sostenido aplauso de congresistas lambiscones.
Por entonces los ciudadanos éramos menores de edad para el partido que se aperró siete décadas el poder; por lo que apáticos y desinteresados, no desarrollamos las destrezas que nos permitieran transitar con agilidad a la democracia; y por supuesto tampoco generamos defensas para sortear sus avatares.
El resultado es que hoy, asistimos perplejos y sorprendidos al difícil proceso democrático que estamos viviendo. A puros corajes andamos con tanto atoro político, aunque yo creo que nos cuidaremos mucho de volver a eludir la corresponsabilidad que tenemos con Felipe Calderón, presidente electo, para que, siempre dentro de los procedimientos que nuestras Leyes e Instituciones tienen previsto, implemente cuanto antes las transformaciones que habrán de llevar a nuestro país a una moderna y justa socialdemocracia.
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