Ganar sin Zidane y por Zidane

En los últimos años la selección francesa de futbol se había acostumbrado a poner su futuro en manos de Zinedine Zidane, pero hoy será el jugador el que deposite su suerte en la selección.

HAMELIN, ALEMANIA

EFE

Zizou no tendrá mucho tiempo de celebrar su 34 cumpleaños, porque estará pendiente de si sus compañeros logran un resultado suficiente para que Francia pase a octavos de final y él pueda estirar un poco su carrera internacional.

El "10 bleu" no estará en el campo por culpa de dos tarjetas amarillas que mantienen su futuro más inmediato lejos de su control. Su pastel de cumpleaños estará en la nevera hasta que el futbol dicte sentencia.

Los franceses más optimistas comparan la situación actual con la de 1998, cuando Zidane se perdió dos partidos por una sanción pero volvió para dar el trofeo a los "bleus" en la final contra Brasil.

Los más pesimistas se acuerdan de 2002, cuando un lesionado Zizou vio como sus colegas dilapidaban el crédito ganado durante años y su forzado regreso al equipo no fue suficiente para evitar una prematura eliminación en la primera ronda.

Ahora, los "bleus" ya saben que tienen un motivo suplementario para vencer por dos goles de diferencia a Togo en el estadio de Colonia. No sólo para seguir vivos en la competición, optar al título final y borrar los malos recuerdos de 2002. Además deben ganar para dar el mejor regalo de cumpleaños a Zidane, un epílogo a su carrera acorde con lo que merece.

El destino sería cruel si los aficionados no pudieran volver a ver a Zizou en el campo. La historia recordaría que el astro se marchó de forma oscura, sin decir adiós.

Sus últimos minutos, disputados el pasado domingo día 18 de junio contra Corea del Sur, fueron tristes. Los asiáticos acababan de empatar a uno y Zidane ofreció dos pases magistrales a Thierry Henry, pero el delantero no los aprovechó.

Impotente, el jugador se llevó por delante a un jugador coreano y vio la tarjeta amarilla que le impedía jugar el último encuentro de la primera fase. Cumplido el tiempo reglamentario, el seleccionador, Raymond Domenech, le sustituyó por David Trezeguet.

Serio, enfadado, incómodo y sorprendido, Zidane arrojó el brazalete de capitán al campo, como una metáfora de su traspaso definitivo de poderes. El jefe se va, el puesto queda vacante.

Pero ninguno de los veteranos se acercó a recogerlo, ninguno quiso llevar en su brazo el símbolo todavía marcado por la impronta del astro. Trezeguet, que recogió el brazalete del suelo, se lo enfundó obligado y con una sonrisa entre irónica e incrédula.

Una historia demasiado gris para que sea el final de una carrera demasiado brillante, la de un hombre que vibrará mañana con sus compañeros.

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