El País / EFE
BERLÍN, ALEMANIA.- Las películas presentadas en el día de ayer fuera de concurso o en secciones paralelas despertaron mayor interés que las que competían en la sección oficial.
Syriana pasó por la Berlinale fuera de concurso, pero con George Clooney como estrella absoluta del festival, y ocurrió lo que se esperaba: el thriller político de Stephen Gaghan eclipsó sin dificultad las películas a competición del día, la danesa En Soap y la austríaca Slumming.
Gaghan no dio la menor oportunidad a las flojas aportaciones europeas. Su ambicioso film toca muchas teclas: la denuncia del aparato político-judicial en EU, en complicidad con la CIA y los consorcios petroleros, o por qué tal constelación de corrupciones da alas, de paso, al extremismo islámico.
Todo un compendio de política internacional, que va de Teherán y Beirut a los Emiratos, pasando por Marbella, Washington, Kazajistán, un rancho tejano y un campamento donde un muchacho pakistaní espera su expulsión del golfo Pérsico y empieza a visitar una escuela coránica, sin olvidar tampoco el impacto del poderío chino.
Un mapamundi de conflictos internacionales metidos en 126 minutos de película, con Clooney ejerciendo de veterano de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y Matt Damon de buen padre de familia tratando de hacer negocios limpios en un mundo de manos sucias.
Gaghan retoma el esquema de episodios de Traffic (2000), película de Steven Soderbergh de la que fue guionista. Trata de responder a ?la fuerte derechización de la política estadounidense tras el 11 de Septiembre?, explicó, con un producto que se sabe cien por cien Hollywood y que quiere conectar con el mundo musulmán, donde el director aspira que su Syriana se vea ?sin censura?.
George Clooney, convertido en algo así como la conciencia de Hollywood, considera que ?si algo bueno trajo ese caos? -la situación internacional- fue el nacimiento de un nuevo interés por lo político, a lo que él piensa aportar algo más que un grano de arena.
Los propósitos de ambos están claros, como también lo es el mensaje de Syriana. Otra cosa es que el espectador llegue a captar el enjambre de conspiraciones y negocios sucios que se tejen en tan amplio espectro mundial.
En la calle principal del nuevo barrio en que se celebra el festival hay durante el día multitud de cuervos graznando, que se convierten por la noche en oscuros vigilantes desde los despoblados árboles del paseo. El recuerdo de la película de Hitchcock acentúa el toque siniestro de su imagen. Pues bien, la película Syriana habla igualmente de cuervos, en este caso peligrosos de veras.
Sin embargo, Syriana tiene un argumento tan intrincado que probablemente su director y guionista, Stephen Gaghan, no haya pretendido que siguiéramos su hilo, sino que más bien nos dejáramos impregnar de una sensación confusa.
Los chinos compran gas natural en el Golfo Pérsico, lo envían a Kazakhstan, desde donde lo venden a Estados Unidos a través de una empresa americana a la que naturalmente quiere absorber un potente lobby. La compleja acción se desarrolla simultáneamente en diversos países, y en episodios cuya brevedad no permite familiarizarse fácilmente con sus personajes.
Poco a poco, sin embargo, el espectador va componiendo el rompecabezas, aunque luego le será difícil poder resumir la trama. O se ha dejado llevar por el ritmo trepidante de la película o quizás haya abandonado la sala, tal como suele hacerse con demasiada frecuencia en los festivales.
Por otro lado en la sección Panorama, Derecho de Familia, del argentino Daniel Burman, que hace dos años obtuvo merecidamente en este festival el Oso de Plata con El Abrazo Partido. En esta nueva película, Burman retoma la imagen del padre como un referente sustancial (el título El Abrazo Partido hacía referencia precisamente a la separación entre un hijo y su padre), y cuenta de nuevo con el magnífico actor Daniel Hendler (también Oso de Plata en Berlín), que en esta ocasión interpreta al joven abogado Perelman, hijo del abogado Perelman, con cuya picaresca manera de trabajar no coincide.
El padre suele entablar amistad con sus clientes mientras que el hijo, ni los conoce. Sin embargo, la larga sombra del padre se extenderá más allá de su muerte, quizás hasta lograr con el tiempo que su nieto acabe siendo un nuevo abogado Perelman. Tal vez nadie pueda deshacerse de las herencias y esté destinado a pisar las huellas de otros, o puede que el empeño sea precisamente el de borrar esas huellas, lo que viene a darles la misma trascendencia.
A Burman, evidentemente, le preocupa el tema y a él ha regresado, aunque con menos fuerza que en su espléndida película anterior. Cuenta su historia con naturalidad, sin cargar las tintas, como sin dar importancia a lo que está sucediendo en ella. De hecho, eso es achacable a la película, que carezca de intensidad dramática, aunque lo compense el buen hacer de todos los actores, gracias a los cuales se sigue con interés la ausencia de una trama de peso.
No se puede decir lo mismo de las películas que se han presentado a concurso. Tanto la austríaca Slumming, de Michael Glawogger, como la danesa En Soap, de Pernille Fischer Christensen, son películas viejas aunque vengan firmadas por directores jóvenes, y poco han ayudado a mejorar el nivel de la competición, inaugurada ayer con el meloso melodrama Snow Cake. En todos los festivales aparecen películas menores, incluso malas, pero que sean precisamente las del concurso no deja de ser frustrante. Suele ocurrir.
La austriaca Slumming cuenta las peripecias de un guapo botarate que enamora a las chicas para reírse de ellas; las cita por Internet y luego las abandona. Aficionado a las bromas, realiza en compañía de su compañero de piso, la más cruel: secuestrar a un vagabundo borracho e inconsciente y transportarlo en el maletero de su coche hasta un pueblo de la República Checa, donde le dejan abandonado y sin documentación en un banco callejero similar al que le habían encontrado en Viena. El vagabundo, que en realidad es un poeta decepcionado de la vida, se despierta sin entender en qué lugar está ni por qué.
No soy un traidor: Clooney
El actor estadounidense George Clooney afirmó que está harto de que le tachen de traidor en su país por haber criticado cosas de la guerra de Irak que con el tiempo se revelaron ciertas y defendió la sana costumbre del debate político.
?Estoy harto de que me consideren un traidor a mi país?, dijo Clooney en una rueda de prensa multitudinaria tras el pase de prensa de Syriana. Clooney, que interpreta a un agente de CIA en Oriente Medio, no descartó que su participación en Syriana vuelva a convertirle en diana de los valedores del maccarthismo, aunque duda ?que los insultos puedan ir a mayores?.
El actor, que no renunció a las bromas y el coqueteo con alguna que otra periodista pese la seriedad con que formulaba su alegato político, confesó que su doble participación en el proyecto Syriana responde a su deseo de hacer una película sobre terrorismo islamista y la corrupción que mueve el mundo del petróleo.
?Tenemos que comprender mejor las razones de los extremistas. No basta con decir que ellos, simplemente, están contra Occidente?, sostuvo Clooney, quien a la pregunta de si, a tenor de su trayectoria cinematográfica de los últimos años, quiere convertirse en la conciencia de Hollywood, respondió: ?Yo mamé la política?. Recordó que su madre fue alcaldesa y su padre concurrió desde las filas del Partido Demócrata a un escaño en el Senado estadounidense.
Razones ?de sangre? que explican ?mi interés por entender el mundo que me rodea y me impulsa a luchar por algo mejor?, subrayó. ?No practico la actividad política en Estados Unidos, pero sí me involucro en campañas de asistencia y desarrollo en el tercer mundo?, destacó el actor.