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Gritos y susurros

Adela Celorio

Menos mal que por estos días todos nos aprestamos a vacacionar. Las olas de Zihuatanejo, de Huatulco y Cancún, salpican ya con su espuma las conversaciones, y dan una variación al tema que obsesivo, nos ocupa en estos días en que independientemente de raza, condición social o preferencia sexual, confrontados y en total crispación patinamos sobre el cochinero que van dejando las campañas presidenciales: Que si es natural que Madrazo apoye al “Gober Precioso” porque nadie tira piedras al techo ajeno sabiendo que el suyo es de cristal... Que si cada hora que pasa sin que Marín caiga, es una vergüenza para los poblanos... Que si “El Peje” gana la Presidencia, ya no nos lo quitamos de encima nunca... Que si sentado sobre los costales de lana que se aperró, Montiel se muere de risa de nuestros pataleos... Que si Calderón “se las dio” a Televisa para que no lo quite de la pantalla...

¡Dios! Si así van a estar hasta julio, yo como Vicente, me voy a donde va la gente. Y como de momento mi gente va al puerto de Acapulco donde recién adquirimos una casita chiquita y muy blanca que es más bien un departamento cuyo único lujo es la vista al mar, pues allá me voy con mi Querubín, y si los querubincitos (a quienes invitamos a sabiendas de que con el paso de las horas se convierten en vampiros) nos lo permiten; nos olvidaremos por unos días de la grilla y mientras mi marido se desguanza frente a la pantalla que ya ocupa lugar muy principal en la casita que es departamento, yo me desviviré atendiéndolos a todos, aunque para no maldecir, me prepararé anímicamente procurando antes de irme, un encuentro con el comando poético que recién llegado de Francia, tiene el propósito sanador de susurrar poesía al oído de los transeúntes.

Integrado por 31 actores, escritores, bailarines, cineastas y cantantes vestidos de negro y armados con sus “ruiseñores” que es así como llaman a los largos bastones que colocan en el oído de la gente porque sospechan que ésta es la única forma de que su poesía vaya a parar al fondo de las almas; este comando ha tomado las estaciones del Metro donde espero encontrarlos.

“Algunas personas se asustan pero nuestro trabajo es convencer con la sonrisa y con la mirada, de que estamos trabajando con mucha ternura, porque en este mundo en que vivimos, la ternura es la última insolencia. Lo demás, la violencia, la provocación... eso es lo común”, afirman los susurradores.

Después de una buena sesión de susurros, creo que estaré lista para enfrentarme a la dureza de mis vacaciones. Recomiendo la misma terapia a quienes decidan visitar esta capital que por cierto en la Semana Mayor, se muestra despejada y amable.

adelace@prodigy.net.com

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