No sería extraño que dentro de seis años pudiéramos ver a una mujer en abierta competencia con los hombres por la Presidencia de México, y alguna otra en campaña por la gubernatura de Coahuila. Los triunfos de la señora Merker en Alemania, de Michelle Bachelet en la República de Chile y de Ellen Johnson en Liberia, podrían ser paradigmáticos y estimular el afán de superación de las damas que se dedican a la política para alcanzar los poderes públicos federal y estatal, una facultad que hasta ahora parece reservada a los varones.
Claro que éstos son buenos deseos del columnista, pero no debemos desdeñar que el camino hacia la equidad de género ha sido muy largo y penoso, desde el 1903 en que algunas activistas británicas iniciaron la lucha para conseguir, así en Inglaterra y Estados Unidos lo que por ahora es en México una disposición legal, aunque no una realidad tangible: el derecho a votar y a ser votadas. Pero bajemos de las nubes internacionales para pisar suelo mexicano e ir a la historia de lo sucedido, aquí, con el voto femenino.
Podríamos empezar nuestra reseña a partir de la lucha de las heroínas de la insurgencia nacional, doña Josefa Ortiz de Domínguez y doña Leona Vicario y más adelante con el ejemplo liberal, en sentido muy lato, de la famosa Güera Rodríguez quienes, según afirma Humberto Musacchio, “asumieron derechos que la Ley no les concedía”. Poco después tal empeño sería encabezado por doña Margarita Maza de Juárez y cuatro o cinco damas más, quienes lograron que don Benito otorgara a las profesoras, y no sólo a los profesores, algunas oportunidades docentes en las escuelas primarias y secundarias.
Los avances de la participación femenina en la vida pública serían lentos y salteados: en 1871 la mujer sería incluida en los grupos literarios y en 1873 un grupo de damas daría a luz un periódico, Hijas del Anáhuac, editado sólo por mujeres. Después vendría la ocupación de las mujeres como fuerza de trabajo y se incrementaría la demanda femenina por la igualdad en cargas y salarios.
Musacchio cita a doña Clementina Díaz y de Ovando acerca de las primeras señoritas meseras del Café de Veroli y los comentarios de las publicaciones “Ambos Mundos” y “Siglo XIX” sobre lo que ya era una novedosa actividad femenina. Profética, visionaria, fue en 1876 la excitativa a las mujeres por Plotino C. Rhodakanaty: “ya no seréis de hoy en adelante esclavas pasivas de vuestro hogar. Que la costura y la cocina sean en buena hora de vuestro resorte, pero no permitáis jamás que nadie os avasalle, dedicándoos a tan serviles ocupaciones (......) La ilustración, el estudio de las ciencias exactas, el ejercicio de las profesiones y de las artes y aún vuestro voto público en las asambleas legislativas son vuestro apanaje* y os pertenecen en derecho puesto que la filosofía racional os concede iguales facultades intelectuales, morales y físicas que al hombre, que es vuestro compañero, no vuestro amo y señor”.
Vayamos a la lucha revolucionaria: las esposas y compañeras no se quedaron en sus casas, siguieron a sus parejas en la guerra civil, arriesgaron sus vidas y aún las de sus hijos, muchos de los cuales verían la primera luz en las trincheras de combate. Largo y prolijo sería enunciar los nombres de éstas ejemplares señoras, con las que, por cierto, se portó malagradecido el Congreso Constituyente de 1917 al negarles el derecho al voto y la igualdad de género. No obstante ellas continuaron en la brega y al sobrevenir la post revolución se afiliaron a las organizaciones sociales y políticas en su demanda de los derechos diferidas por el Constituyente. Una de ellas era el otorgamiento de trato igual en las posiciones políticas a los hombres y a las mujeres; después, poco a poco, se irían concediendo estas posiciones en Ayuntamientos y en Legislaturas locales.
El Congreso Nacional de Mujeres obreras y campesinas, de corte temático, discutió en diferentes reuniones las múltiples ponencias sobre este particular y aprobó reiterados puntos de acuerdo; pero el Legislativo Federal hizo como que la Virgen le hablaba. Cada día se multiplicaban las organizaciones feministas en torno a la equidad de género hasta 1937 en que, después de mil peripecias, en el año 1937 el presidente Lázaro Cárdenas decidió iniciar ante el Congreso de la Unión la reforma que insertaría a las mujeres en los derechos políticos; pero la Cámara de Diputados, influida por el Partido de la Revolución Mexicana, le dio un sonoro carpetazo por considerar que el voto de las mujeres podría favorecer a los partidos de oposición.
El presidente Alemán se mostró más generoso y en 1946 propuso al Congreso una reforma por la cual las mujeres podrían votar en las elecciones municipales “con pleno derecho a votar y ser votadas” Finalmente Adolfo Ruiz Cortines, sucesor de Alemán, hizo lo definitivo en 1953 al ampliar los derechos políticos femeninos para que pudieran votar y ser votadas en todas las elecciones. La primera mujer diputada federal que protestó como tal en la XLIV legislatura fue la señora Aurora Jiménez de Palacios del PRI y la primera legisladora de oposición fue Macrina Rabadán del Partido Popular Socialista. Si me tienen paciencia los lectores el próximo sábado les contaré cómo se perfeccionaron en Coahuila los plenos derechos de la mujer a votar y ser votados. Hasta entonces, pues...
* Apanaje: renta vitalicia, alimentos, asistencia...