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...hay muertos que no (se) aparecen/ y es más duro su penar

Francisco José Amparán

Hace unos días, luego de dos semanas de ínclitos esfuerzos y de gastar 250 mil dólares, los chicos listos del FBI (Buró Federal de Investigaciones, la Policía Federal de Estados Unidos), anunciaron que suspendían la operación que venían realizando en una granja de Michigan. Después de hacer una escarbadera digna del SIMAS o de los gusanotes de “Dunas”, tumbar un granero marca chamuco y desplegar docenas de agentes en el campo, los ahijados remotos del travestí Hoover decidieron suspender la búsqueda del cuerpo de Jimmy Hoffa… que anda perdido desde 1975.

Hoffa es sin duda el difunto no hallado más famoso de Estados Unidos. Este dirigente sindical de los Teamsters (traileros, cargadores y macheteros) logró acaparar mucho poder en la década de los cincuenta y sesenta. Gracias a que tenía el control de los fondos de pensiones de millones de agremiados, se asoció con la Mafia en una serie de relaciones peligrosas que unieron al sindicato con muchos negocios sucios (¿les suena conocido?). Luego de pasar un tiempo en la cárcel por corrupción, Hoffa quiso retomar el control del sindicato… muy probablemente para quitarles el financiamiento a los mafiosos. Por supuesto, éstos no estaban muy conformes con esa situación y se encargaron que el buen Jimmy desapareciera del mundo de los vivos. La última vez que se supo de él fue en un restaurante de carretera cercano a Detroit, el 30 de julio de 1975.

Así nació una leyenda y uno de los entretenimientos macabros más populares de aquel país: fantasear sobre dónde quedó el cadáver de Hoffa. Las teorías abundan y cada una es más descabellada que la anterior. Las tres más populares son, a saber: que lo transformaron en salchichas en una industria de cárnicos propiedad de un mafioso; que lo metieron en un auto chatarra, que luego fue comprimido y fundido; y (mi favorita) que lo echaron en el cemento todavía fresco de los cimientos del Giant Stadium, sede de los Gigantes y Jets de Nueva York de la NFL. Así que, según esto, Hoffa supervisa las vicisitudes de los equipos de la Urbe de Hierro desde su sólida tumba.

La última búsqueda tuvo que ver con la declaración de un preso federal de más de ochenta años que está al borde de la muerte. Al parecer quiso limpiar su conciencia y confesó que en la granja de marras, no lejos de donde desapareció Hoffa, se hallaba enterrado éste. Como sabemos, la pesquisa resultó infructuosa; de manera tal que el ameno hobby de especular sobre la localización de tan célebre fiambre seguirá constituyendo el deleite de quién sabe cuánta gente.

Hay otros muertos famosos cuya celebridad se acrecienta (o se debe) a que su cadáver no fue descubierto nunca. Aquí en México tenemos el patético caso de Manuel Muñoz Rocha.

Como quizá recuerden los más veteranos de este país sin memoria, a Muñoz Rocha se le acusó de ser una pieza clave en el “compló” para asesinar a José Francisco Ruiz Massieu en septiembre de 1994. Se supone que él contrató al sicario y dio las directrices para el homicidio. La cuestión es que Muñoz Rocha desapareció de la faz de la Tierra un día antes del crimen y no se ha vuelto a saber de él. Los que dicen conocer de estas cosas aseguran que está más difunto que la moral del equipo de Lavolpe. Pero su cadáver nunca ha sido encontrado, aunque su búsqueda produjo una de las anécdotas más surrealistas y absurdas en la surrealista y absurda historia de los procesos judiciales mexicanos: el fiscal especial Pablo Chapa Bezanilla contrató a una bruja dizque vidente, Francisca Zetina (“La Paca” y no precisamente de algodón); la cual procedió, en medio de un circo mediático, a localizar una osamenta en terrenos propiedad de Raúl Salinas de Gortari. En teoría, lo consiguió gracias a sus capacidades extrasensoriales… y a la billetiza que le soltó Chapa.

Luego resultó que el hallazgo no era tal, sino que Paquita la del Cráneo había sacado del panteón el esqueleto de su consuegro (¡Esos familiares políticos! ¡Ni muerto lo dejan a uno en paz!), para proceder a sembrarlo en donde fue hallado luego… aunque cualquiera podía ver que los restos habían sido sometidos a una autopsia. Una ópera bufa de la más baja calidad, pero que en su momento se presentó como investigación digna de los agentes Mulder y Scully de los Expedientes Secretos X (aunque “La Paca” se parece a Gillian Anderson como Chapa Bezanilla a David Duchovny). En fin. Prueba número 23,769 de que este país no es serio ni tiene remedio.

El cadáver no hallado más famoso de la historia reciente es el de Adolf Hitler. Aunque hoy la cuestión parece menor, en aquellos turbulentos tiempos el hecho de no poder presentarle a la prensa ningún resto del Führer les quitó el sueño a los aliados durante años. Claro que la desaparición de tan famoso muertito tiene que ver con dos factores: que el muertito antes de serlo trató de asegurarse que no quedara nada de él; y que quienes hallaron algo de él, se divirtieron horrores jugando a las escondidillas con esos pocos huesos. Ah, ese picarón de Stalin, ¡tan travieso el muchacho!

Casi hasta el final de la guerra, mientras Berlín era defendido con las uñas por un puñado de chiquillos de las HitlerJügend, y el Ejército Rojo se hallaba a trescientos metros del búnker donde se refugiaba, el líder nazi insistía en que la victoria era posible. Dos noticias le hicieron cambiar de opinión: enterarse que Heinrich Himmler, su lacayo que había dirigido la máquina de terror nazi, andaba queriendo negociar con los aliados sin consultar con él; y que Benito Mussolini, su cuatacho del alma, había sido capturado y ejecutado por partisanos italianos. Más bien lo que conmovió a Hitler fue el destino del cadáver del Duce: sus ejecutores lo colgaron de los pies, como res, a un costado de la catedral de Milán, en donde el cuerpo del antiguo dictador sufrió más pedradas, vituperios, escupitajos e injurias que si Italia hubiera sido eliminada en dieciseisavos. Luego la turba redujo el cadáver a una pulpa sanguinolenta a punta de patadas. Las fotos del evento son en realidad impresionantes.

Hitler juró que nunca le pasaría semejante cosa: su cadáver no sería juguete de los soviéticos, los cosacos ululantes no jugarían futbolito con su cráneo. Antes de casarse y suicidarse (no, no son sinónimos), les hizo jurar a sus ayudantes que no quedaría rastro de su humanidad (¿?). Luego del suicidio, sus achichincles procedieron a quemar su cuerpo y el de su amante Eva Braun. La labor de destrucción fue completada esa noche por una andanada de artillería de padre y señor mío cortesía del Ejército Soviético, que hizo talco todo lo que estaba en esa zona de Berlín. De manera tal que cuando los rojos entraron al búnker, dos días después y preguntaron por Hitler, los azorados sobrevivientes del subterráneo exclamaron: “¿Qué no lo vieron allá arriba?”

Los soviéticos procedieron a cribar la tierra del jardín de la Cancillería del Reich donde los restos habían sido arrojados. De ahí lograron sacar una mandíbula y otra pedacería de hueso que podía ligarse a Hitler. Dado que los rusos habían capturado al dentista de Hitler con todo y archivos, les resultó fácil checar que la quijada era la del Führer: después de todo, los dientes son como las huellas digitales para eso de identificar gente. Así que, a menos que Hitler anduviera por ahí sin mandíbula (lo que, la verdad, ha de ser muy incómodo), el Führer podía ser dado por muerto… y con pruebas forenses.

Pero Stalin decidió no dar a conocer esos hallazgos. En primer lugar, como diría el gallego, nomás por jorobar: quién sabe cuánto se divirtió con las diversas teorías que salían cada dos meses. Pero también por colmillo político: en la difícil posguerra, hacer como que Hitler quizá estaba vivo podía resultar de gran utilidad. Si había una bronca en, digamos, Alemania oriental o Hungría, siempre era posible gritar “¡Es Hitler, es Hitler de nuevo!” y mandar los tanques rusos a poner orden. Sólo cuando la Guerra Fría se apaciguó, los soviéticos revelaron lo que habían sabido desde siempre: que Hitler había muerto, y que de su cadáver no había quedado gran cosa… y lo que quedó fue destruido por órdenes expresas de Stalin. Cualquiera hubiera supuesto que usaría la mentada quijada como pisapapeles o resortera o algo así. Pero igual y esa idea es proyección de nuestras miserias, no de las (muy numerosas) de Stalin.

Entre los chicos buenos cuyos cadáveres siguen sin aparecer, están dos favoritos míos:

En 1924 George Mallory y Andrew Irvine, intentaron ser los primeros seres humanos en alcanzar la cima de la montaña más alta del mundo, el Everest. Lo último que se supo de ellos fue cuando se hallaban a unos trescientos metros de la cumbre. Y luego, nada. Desaparecieron. Durante décadas ése fue uno de los misterios más perdurables del mundo del alpinismo: ¿qué pasó con ellos? Y, una pregunta aún más inquietante: ¿habían alcanzado la cima y perecido en el descenso? Mientras no se hallaran los cuerpos, las especulaciones podían continuar.

Hasta que en 1999 una expedición encontró el cuerpo de Mallory… pero no el de Irvine. Lo cual, para colmo, no hizo sino ahondar el misterio. ¿Iban juntos? ¿Uno se devolvió y el otro alcanzó la cumbre 29 años antes que Hillary y Tensig? Quizá habremos de esperar otros 70 años para saberlo. O no lo sabremos nunca.

El otro cadáver nunca hallado es el de Roald Amundsen, uno de los grandes exploradores de la historia. Amundsen fue el primer hombre en alcanzar ambos polos. Y tuvo una muerte digna de su carrera y estirpe: en 1928 el dirigible “Italia” del explorador Umberto Nobile se perdió en el Ártico. Amundsen y otros salieron a buscarlos en avión. Nobile y la mitad de su tripulación (incluida la fox terrier “Titina”) sobrevivieron, pero la aeronave de Amundsen nunca regresó ni fue encontrada. Probablemente el cadáver de uno de los grandes todavía ande por ahí, en un témpano de su amado desierto helado.

En fin, que esto de los cadáveres desaparecidos da para muchas historias interesantes. Y sí, irónicamente, hasta para cuentos… de aparecidos.

Consejo no pedido para lucir como muerto fresco: vea “La caída” (Der Untergang, 2004) con Bruno Ganz, fidelísima narración de los últimos días de Hitler. Vea también “¿Qué hacemos con Harry?” (The trouble with Harry, 1955) jocosa comedia negra del maestro Hitchcock, sobre un cadáver que se niega a estarse quieto. Y claro, desayúnese “Hoffa” (1992) de Danny de Vito, con Jack Nicholson, sombría biografía del desaparecidito. Provecho.

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

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