Aunque mi lengua materna es el español y soy mexicana por nacimiento, lo cierto es que mi origen, mis raíces, están del otro lado del mar: si mis cuatro abuelos no hubieran tomado la decisión de abandonar Europa en las décadas de los años veinte y treinta del siglo pasado, es muy posible que mi actual familia jamás hubiera existido. La posibilidad de nuestras vidas se dio, antes que nada, porque ellos se convirtieron en inmigrantes. Y por ello, les estoy muy agradecida.
Entonces no se usaban los términos de “legales o ilegales”. Mi abuelo materno me contó cómo, mientras esperaba embarcarse en Bélgica con un grupo de paisanos polacos, recibieron la visita de un funcionario de la embajada de México, quien les enseñó en un libro fotografías del Paseo de la Reforma y el Palacio de Bellas Artes, con la intención de convencerlos para que vinieran a México en lugar de dirigirse a Estados Unidos. A mi abuelo lo convenció.
Las migraciones de seres humanos empezaron desde que el primer grupo de hombres abandonó el continente Africano para comenzar a poblar la Tierra. Las razones, básicamente, han sido las mismas: mejorar las condiciones de vida. Cuando uno está contento y satisfecho en un lugar, no se mueve; cuando pasa lo contrario, no importa si se vive en una isla, en un desierto, una jungla o un océano de por medio. Al hombre no lo detiene nada.
América, nuestro continente, ha sido el faro, la meta, la utopía, el “nuevo mundo” de inmigrantes desde que Colón (y Américo Vespucio, claro) lo pusieron en el mapa. América se convirtió en sinónimo de vida nueva, de oportunidades, de libertad. Y desgraciadamente, en la mente de muchos europeos que huían o escapaban de represiones, prejuicios y pobreza, se concretó en un país: Estados Unidos de América.
A México, el otro “Estados Unidos (pero) Mexicanos”, le tocó existir justamente al lado de este enorme, rico y extenso territorio, repoblado por diversas oleadas de inmigrantes que se fueron apropiando del espacio palmo a palmo, adueñándose de inmensas extensiones, desde un extremo a otro, a lo ancho del continente. Todos hemos visto las películas de “cómo se ganó el oeste” ...y buena parte del sur; pero como dicen, “errores fueron del tiempo, que no de España” y lo pasado, pasado.
El caso es que Estados Unidos y México quedaron, como bien lo definió el escritor Alan Riding, de “vecinos distantes”, y la relación entre ambos países ha sido siempre como de “amor apache”; los sentimientos que Estados Unidos despierta en el mexicano son una mezcla de envidia, admiración, temor, coraje, desprecio... Para el norteamericano, México es muchas cosas más: en parte, tal vez, incluye estos mismos sentimientos, pero en un orden diferente, que para el caso, sí altera el producto.
El asunto es que aunque muchos norteamericanos jubilados viven en México y algunas ciudades, como San Miguel de Allende o Ajijic, parecen colonias de norteamericanos, en la frontera norte de nuestro país no hay colas para venirse de este lado.
Después de lo que muchos mexicanos vimos en la televisión el pasado lunes primero de mayo, es preciso hacer una reflexión, aunque no sea muy profunda.
Ni aquellos europeos -entre los que se encuentran mis propios abuelos- ni los millones de mexicanos y latinos que han emigrado a Estados Unidos, lo han hecho esperando que les regalen las cosas. Tampoco lo han hecho porque prefirieran abandonar a sus familias y soportar toda clase de privaciones y humillaciones. Lo hicieron porque era la única opción que les quedaba. De las razones que tienen para haberse ido no voy a abundar, porque de sobra las conocemos. Tampoco es necesario hacer una relación de las actitudes discriminatorias de algunos norteamericanos, que en el fondo, son presa de su propia paranoia y ya olvidaron cómo fue que ellos o sus antepasados llegaron a ese país. Como cualquier sociedad humana, los norteamericanos tienen defectos y cualidades.
Lo que me parece importante destacar es cómo, a pesar de todo, han desarrollado en el proceso de su historia, ciertas cualidades muy envidiables y eso es lo que nos atrae a todos: la mayoría de sus ciudades son limpias, ordenadas, funcionan las cosas, las calles están pavimentadas; si alguien quiere comprarse una casa o empezar un negocio, existen posibilidades de crédito razonables, con intereses humanitarios y no hay que demostrar primero que no se necesita un crédito para obtenerlo; hay que fregarse, pero el que trabaja duro, tiene oportunidad de “salir adelante”. En el caso de los mexicanos, logran sacar a flote no sólo a sus familias acá de este lado, sino al país entero con sus remesas.
Dos cosas tienen también que a mí me parecen muy respetables: en primer lugar, la libertad de expresión. El éxito de la marcha de hispanos del primero de mayo no se debió a ningún líder mesiánico, sino a la convocatoria y a la red que se estableció a través de las estaciones de radio que transmiten en español. Aquí en México (si ése fuera el caso) las hubieran clausurado a la primera. Además, ¿vieron el orden con el que se realizaron estas marchas? En segundo lugar, tienen leyes con un espíritu humanista que prevalece por sobre los intereses mezquinos, como ocurre en algunos estados liberales, Carolina del Norte por ejemplo. A pesar de ser uno de los estados sureños, caracterizados por el conservadurismo, este estado se considera “el punto rojo en un territorio azul”; es decir, demócratas liberales rodeados de republicanos.
En este estado los hospitales tienen que recibir, por Ley, a cualquier persona que requiera de servicio médico. Las mujeres embarazadas, cuentan con el apoyo de “Medicaid” (fondos del Gobierno Federal) durante todo el embarazo y hasta dos y medio años después de que haya nacido su bebé, independientemente de si son legales o ilegales, blancas, chinas, negras o latinas. Claro que las mujeres inmigrantes que logran llegar hasta este estado, lo primero que hacen es embarazarse. Obvio que a muchos habitantes de Carolina no les parece nada bien esto. Sin embargo, la medida es humanitaria...
¿Cómo combatir el abuso?¿Se ganaría más eliminando esta ayuda? Es como la libertad de prensa: o hay libertad o no hay; no existen términos medios. A mí me parece que el ser humano se enaltece, crece hacia una dimensión mayor cuando promueve leyes como éstas.
Claro, suena muy bonito. Pero no son mis impuestos los que están apoyando estas causas. Qué más quisiera que mis impuestos y los de todos los que sí los pagamos puntualmente en México, se utilizaran mínimamente en beneficio de la sociedad. La verdad es que todos los latinos que emigran hacia Estados Unidos lo hacen porque en nuestros países no tienen ninguna esperanza de cambio.
Y lo peor de todo es que no se vislumbra ninguna. En esta pobre “arrebatinga” electoral que estamos viviendo ni el propio presidente Fox es capaz de guardar compostura y respetar los señalamientos del IFE. Hace algunas semanas, en una gira por alguno de los estados del Bajío, no pudo reprimirse (como ya es costumbre) y lanzó un mensaje a su candidato de Oposición favorito, diciendo que “no se debe actuar irresponsablemente haciendo promesas y compromisos que vayan más allá de la capacidad presupuestal, lo único que se hará es ‘fregar’ más a los mexicanos”.
Si ha habido, en los últimos años un candidato que haya hecho más promesas y un presidente que las haya cumplido menos, ése es precisamente Vicente Fox. En su opinión, ya no sólo los mexicanos que se atrevieron a cruzar la frontera, sino los que seguimos aquí, trabajando, por puro amor al arte, sosteniendo negocios por la responsabilidad hacia quienes reciben un sueldo, estamos también “fregados”. Con este comentario, no se precisa ninguna explicación del vocero para entender qué quiso decir. De todas las promesas que hizo Fox en la exitosa campaña que lo llevó a Los Pinos, ninguna fue más tristemente incumplida que la de crear millón doscientos mil empleos por año. Lo que sí creó fueron casi tres millones más de emigrantes.
Los mexicanos, descendientes de inmigrantes que seguimos viviendo en territorio nacional, no podemos abandonar este país que recibió con brazos abiertos a nuestros antepasados; no podemos deshonrar el esfuerzo y sacrificio que ellos hicieron para que nosotros, sus descendientes, tuviéramos una mejor calidad de vida. Lástima que los gobernantes de ahora no tengan la visión de los de entonces... lástima que los que se postulan tampoco parecen tenerla... estamos comprometidos con México y con nuestros antepasados, pero ganas no faltan de emigrar...