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Hora cero/AMLO, el inconvencible...

Roberto Orozco Melo

El tema se torna revulsivo y por ello repulsivo. Aclaremos: la revulsión es una congestión de la piel, una irritación superficial, un prurito que no cesamos de rascar; lo revulsivo son los hechos que provocan revulsión. Lo que ahora nos sucede tras el largo impasse electoral que abrimos el tres de julio y quizá no vayamos a calmar hasta el cinco o seis de septiembre próximo.

Vaya uno a donde vaya sale a relucir el tema: en los cafés, en la peluquería, en los autobuses, en las boleras de las plazas, en el lobby de las salas cinematográficas, a la salida de las misas dominicales, en la carnicería, en la farmacia, en cualquier lugar: ¿Cómo ves a López Obrador? Y nosotros, seres ingenuos, confundimos la tontería con la sinceridad y nos atrevemos a confesar: “muy mal, de la fregada”...

Estamos a fines de julio, lo cual quiere decir que falta más de un mes de hablar o escribir sobre lo mismo. Y por más que el tema resulte apasionante tampoco va a dar tanto como para hacer una glosa de 888 horas, incluidas las muy sagradas del sueño, pues durante la narcosis AMLO se convierte en una ficción de pesadilla.

Se ha dicho mucho, tanto se ha escrito, que la piel se irrita y el ánimo se exalta. En cualquier país civilizado los ciudadanos podrían estar dedicados, por estas fechas, a comentar el programa de trabajo del presidente electo o, por lo menos, a especular sobre la inminente integración del Gabinete presidencial. Aquí no.

Aquí estamos a dale y dale: casilla por casilla si, voto por voto no: ritornelo infernal convertido en un círculo fatal, vicioso, innecesario e infecundo. Es cuando uno se pregunta: Entonces ¿para qué hicimos las elecciones? ¿Para qué gastamos los miles de millones de dólares que nos costaron? ¿Para qué armamos la estructura ciudadana del Instituto Federal Electoral? ¿Fue para este largo por lo cual reformamos la normatividad electoral? ¿No era acaso nuestra intención objetiva eliminar todo género de disputas sobre los resultados de los comicios? Pues eso pensábamos, pues eso queríamos, pero el PRD y Andrés Manuel López Obrador están empeñados en desilusionarnos.

Qué lástima. Desde los tiernos años en que cursamos nuestra instrucción básica nos enseñaron a elegir democráticamente a los directivos de nuestra sociedad de alumnos. Nos decían: “La planilla que obtenga un voto o más que la otra será la triunfadora”. Eso significaba “democracia” y debíamos respetarlo. Sí, es cierto que nuestros padres se quejaban de las elecciones oficiales: el PRI estaba en su apogeo y ningún otro partido lograba ganar jamás los comicios. “Ustedes cuando crezcan podrán ver elecciones libres y democráticas”, nos decían los maestros.

¿Será...?, filosofaba dubitativa mi abuela ochentona: ella había visto pasar los últimos años del siglo XIX en la eterna reelección de don Porfirio Díaz y los veinte primeros del siglo XX en lo que parecía una eterna revolución; luego, ya en los años treinta, había atestiguado la preeminencia electoral del PRI y al final se murió sin conocer a doña Democracia. Tampoco la verían nuestros padres. Quienes ahora somos casi ochentones invertimos dos tercios de nuestra existencia en esperar contra toda esperanza para conocer a esa señora remisa, evasiva, huidiza, aparentemente inasible. Y ahora que creíamos tenerla a nuestro alcance desde hace doce años y disfrutarla como hacen los pueblos avanzados del mundo, se nos resbala de las manos y ni siquiera sabemos cómo ni por qué.

Hay un trasfondo paranoico en la rebelde actitud de Andrés Manuel López Obrador, acostumbrado a salirse con sus caprichos sociales o electorales a fuerza de masas, de infundada tozudez y de compulsiva obsesión. No exhibe pruebas de lo que llama “fraude electoral” pero acusa a diestra y siniestra a todos los protagonistas y testigos de una de las elecciones más limpias y documentadas de la historia política de México.

Bien podría mostrar las copias de las actas de cierre de cómputo y cierre de casillas que firmaron las directivas y los representantes de los cinco partidos y de sus respectivos candidatos para probar un principio de sospecha en la validez de los cómputos; pero no lo hace y cuando se lo piden responde con sofismas, acusaciones e insultos, aun contra sus mismos delegados.

Da murria repetir lo mismo. Cualquier argumento sobre la legalidad del proceso electoral y la legitimación de sus resultados choca contra un muro de negaciones. No, no y no. Y también ante una retahíla de afirmaciones sin fundamento: “Yo soy el presidente de México y todos los demás son delincuentes electorales”. Quién puede contra eso, quién calmará el prurito de la revulsión que nos ataca, ¿quién podría convencer al inconvencible e inconversable ex candidato presidencial del PRD?...

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