Lo que ahora acaece en el país se llama desconcierto y aquí pido a los lectores que noten el intencionado eufemismo. Con mala leche podríamos aplicar otros peyorativos pero resulta que este es el año de la santa madre política -nada que ver con las suegras- en que todo es sacrificado al fin de hacer exitosas las elecciones para que no desluzca el Gobierno, ni los organismos electorales, los partidos políticos y mucho menos los candidatos.
Pero se presiente todo lo contrario: el Gobierno Federal, individualizado en el jefe del Poder Ejecutivo, tiene el pálpito de algo fatal, como si se le fuera a caer encima el cielo; pues es el año de hacer números, de rendir cuentas, de presentar informes y de justificar programas y conductas oficiales. Vaya, que pronto ha de llegar la hora de sustentar el examen final y recibir la calificación del colectivo nacional para las buenas o malas respuestas a las muchas preguntas que el pueblo se plantee en el momento preciso de resolver el sentido de su voto. O de su tacha, como dicen con buena fe algunos campesinos. Así pues. los actores de la comedia política están nerviosos; todos, desde el más alto hasta el más pequeño, temen a la hora de la verdad. Como los toreros antes de salir al paseíllo.
Los ciudadanos sólo divagamos. Vemos una tercia de candidatos, no pokar ni quintilla como se pretende, ya que sólo contamos tres partidos con estructura, membresía y un relativo voto comprometido, aunque nadie sepa cómo podrían reaccionar y sufragar quienes se declaren partidarios de elegir en conciencia, sin ataduras.
Afirma Roberto Madrazo que ya aseguró diez millones de votos duros y responde López Obrador que él cuenta con muchos más, pero Felipe Calderón confía más en un paso que dure y no en un trote que canse. Tales cosas dicen los candidatos y qué más pueden decir; pero ¿qué dicen las encuestas? ¿Y qué los electores? Los realizadores de sondeos de opinión son acusados de manipularlos, acordes al interés político de quienes los pagan.
Los delatan quienes no les pagan, pero son los mismos que pierden en las encuestas. Después de una elección presuntamente pura -las de 2000- y ante los escasos argumentos ideológicos y programáticos de los candidatos a la próxima, muchos ciudadanos querrán decidir por sí mismos, sin atender a las encuestas, sin escuchar a los opinadores profesionales, sin dejarse convencer por la magia de la caja idiota, suprema beneficiaria de los recursos fiscales destinados a la propaganda política. Y también puede pasar lo peor: que otros muchos resuelvan no decidir y abstenerse, para engrosar los promedios de ausentismo electoral, preocupantes desde hace mucho.
Mas hay quienes apuestan por la concurrencia electoral y no por obra y gracia de las candidaturas presidenciales, sino por la esperanza de equilibrio de poder que representan ante el pueblo las dos Cámaras que integran el Congreso de la Unión. Bien que haya contrapesos, pero mal que repitamos la forma absurda, inconsulta y tozuda en que se condujeron los diputados en la actual Legislatura.
La mayoría absoluta en una bancada resultaría mejor que tres, cuatro o cinco bloques desconectados y lo peor: opuestos. No hay acuerdo posible ahora; tampoco podrá existir después si repetimos el presente esquema. Sin embargo nadie puede detener el proceso en marcha, pronto conoceremos los nombres de los candidatos a diputados federales y senadores y poco después las listas de los escogidos para obtener de gratis las curules y los escaños plurinominales, paupérrimo atajo para alcanzar la representación popular y las de nuestras soberanías estatales.
Todos los candidatos serán electos, según decires, en pequeñas y controladas asambleas distritales y estatales de los diferentes partidos; y así se fomentará el monopolio de los partidos, el amiguismo y la oligarquía; vale decir que seguirán siendo pocos los que mandan y muchos los que obedecemos.
Indefectiblemente se perderá, otra vez, el esfuerzo democrático del pueblo ante la escasez de hombres limpios y sabios que puedan conducirlo y no por la propia voluntad de los pocos que existen, sino porque en los partidos políticos abundan los audaces, los ambiciosos y los seres sin escrúpulos.
Cuánto vale ahora y aquí la frase de Ernest Renán: el gran político no es el que triunfa, sino el que habría debido triunfar...