EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Hora cero/El aforismo de León Bloy...

Roberto Orozco Melo

Según avanzan los días, los meses y los años de la nueva economía nacional, nacida más o menos en 1993, con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, todavía es fecha que los Bancos de depósito, crédito y ahorro no alcanzan a retomar lo que antes fue su misión principal y su mejor negocio: el apoyo crediticio a las empresas grandes, medianas y pequeñas de los medios urbanos y rurales.

Esto, como todo en la vida, tiene una pequeña pero dolorosa historia. Pasó la banca mexicana por dos infortunadas quiebras del sistema económico y financiero del país, a las que no fueron ajenos los regímenes presidenciales de Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo. Ambos creían ser genios y presumían saberlo todo. Fue así que operaron la compleja mecánica de las finanzas nacionales desde la casa presidencial.

Quizá LEA y JLP desconocieron la sabiduría jurídica y administrativa del constituyente federal que previó al grupo de dependencias especializadas para asistir al Ejecutivo en las distintas ramas del Gobierno. Es tan grande el espectro de los problemas nacionales en la economía, la política y en la sociedad que una sola persona, por más inteligente que fuera, no alcanzaría siquiera a revisar los intríngulis de los muchos problemas de cada área.

La primera quiebra del sistema financiero tuvo lugar en 1976. Los conocedores pensaban en el estallido, pero otros muchos inversionistas ni siquiera lo imaginaban. El tipo de cambio de nuestra moneda había permanecido razonablemente estable desde 1952, pero el desorden hacendario en el Gobierno era tan grande y mucho más la deuda pública, que nada se pudo contener. La cotización del peso frente al dólar volvió inaccesible la compra de divisas para el pago de compromisos empresariales en moneda extranjera.

Lo que sucedió seis años después, en 1982, con José López Portillo fue la misma historia y el mismo tango. El 17 de marzo de 1982 se pulverizó la cortina política de humo tendida por el Gobierno para tratar de ocultar el deterioro de nuestras finanzas y el peso volvió a devaluarse, previa y mayúscula huida de dinero mexicano al extranjero. Salió el dinero de los mexicanos ricos a otras latitudes en busca de seguridad y la moneda de los mexicanos pobres se hizo chiquita, pues dejó de valer lo poco que antes valía. Mas esta devaluación quizá hubiera hecho menos daño de no haber sido agravada con la posterior “nacionalización de la banca privada” anunciada entre sollozos por JLP el día primero de septiembre de 1982. Recién habían tenido lugar las elecciones federales y faltaban tres meses para la transición gubernamental a favor de Miguel de la Madrid Hurtado.

El lamadridismo funcionó mal y la banca en poder del Gobierno funcionó peor, pues no fue el medio oficial quien adoptó las buenas prácticas financieras y administrativas de la Iniciativa Privada, sino al revés: los bancos se burocratizaron y se corrompieron; otorgaron créditos sin ton ni son, que años después, serían declarados como impagables por insolvencia de los deudores, que se apretaron la nariz para dejar a las instituciones financieras la carga de una enorme deuda. Y no fueron todos los hombres de empresa; ni los rancheros todos; ni siquiera todos los comerciantes, sólo algunos vivillos, muchos muy ricos, ambiciosos y bien relacionados con los altos círculos oficiales de cuya alcahuetería nació aquel Fobaproa que tanto dinero ha costado y sigue costando al erario nacional.

Hoy los bancos, la mayor parte extranjeros, pues entre Salinas, Zedillo y Fox los han vendido, empiezan a dar signos tenues de revitalización del crédito para las empresas comerciales, industriales y agropecuarias, después de mucho pensarlo y de operarlo con pinzas; igual para el ramo hipotecario o el de créditos personales. Desde luego en las diversas modalidades de la tarjeta de crédito para estimular a sus clientes dedicados al comercio y ganar los exagerados intereses que mantienen en vigor. Financiamientos caros, aunque más caros serán en el caso de que los acreditados no honren debidamente sus compromisos y los alarguen con prórrogas que podrían finalizar hasta que sobrevenga el juicio final.

Honrar los compromisos adquiridos es una práctica que, a propósito de créditos, está a la baja, al igual que otras muchas conductas de la sociedad moderna. Lo que nuestros padres aceptaban con un apretón de manos era cumplido religiosamente, como si lo hubieran sellado con lacre y cancelado con su firma; tal era el concepto del honor individual en relación con los compromisos de negocios o personales.

Este derroche moral formó parte de los destrozos que provocaron nuestras quiebras financieras de 76 y 82 y fue pretexto, con disfraz de causalidad, para el fraude que todavía esconde el Fobaproa con su nueva razón social. Quizá el fenómeno conocido como “mercado” pueda recuperar lentamente la salud de las finanzas personales y la de los negocios; lo irrecuperable es el tiempo mal invertido, las empresas quebradas y la dolorosa improductividad nacional. Y encima se nos aparece el irresponsable “rayo de esperanza suriano” para derrumbar los pocos logros económicos conquistados. Terrible paradoja que nos hace recordar la reflexión de León Bloy sobre el dinero: “Es el misterio de mi vida; incluso cuando no tengo absolutamente nada, parece que cada vez tengo menos”.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 231369

elsiglo.mx