Póngase a sumar, querido lector, la cantidad de personas que ha conocido en el transcurso de su corta, mediana o larga existencia; luego piense en el porcentaje de parientes, amigos y conocidos que eran individuos con valor humano, dignos de imitación, a tal grado que usted los podría considerar como sus preceptores en el arte de vivir; docencia no tan ostentosa como la maestría académica pero sustancialmente más amplia. Reflexione, recuente y llegará a la conclusión de que tuvo varios maestros que, con su ejemplo y buenos consejos, le enseñaron a vivir.
Por lo que a mí corresponde puedo decir que uno de mis maestros fue el licenciado Salvador González Lobo, primer rector de la Universidad de Coahuila, hoy Universidad Autónoma de Coahuila. Lo entrevisté un día de mayo de 1952 para el Heraldo del Norte a propósito de su designación como secretario particular del flamante gobernador Román Cepeda Flores, en lo que había sido un sorpresivo cambio de Gabinete estatal inspirado por el recién electo presidente de la República Adolfo Ruiz Cortines.
González Lobo tuvo la gentileza de reconocerme, pues había asistido a la velada de coronación de la reina de las fiestas del estudiante en 1950, de cuyas manos recibí la flor natural de los juegos florales convocados aquel año. ?Me agradó su poema y la emoción con que lo leyó, no deje de escribir? dijo al evocar aquella fiesta; después expresó tres o cuatro conceptos sobre su designación oficial y nos despedimos.
Por esos días atendí una proposición de trabajo en el Distrito Federal y allá perseveré en la ruta del periodismo. En el mismo año, en noviembre, recibí una invitación del gobernador Cepeda para asistir a su primer informe y obviamente me reporté con don Salvador. Y durante otra visita, a fines de 1953, González Lobo me propuso que trabajara a su lado como oficial mayor de la Secretaría Particular, una de cuyas responsabilidades era la de recibir la correspondencia oficial del gobernador, clasificar y turnar a las dependencias lo que fuera de su competencia y presentar proyectos de respuesta para su firma. En el ?staff? de González Lobo ya estaban el contador Eloy Cerecero Sandoval, uno de los mejores pintores coahuilenses, y Chelito Medina, la eficiente secretaria y taquimecanógrafa a quien don Salvador dictaba la correspondencia oficial y confidencial del gobernador que fuera necesaria.
Este periodo me permitió aprender lo que generalmente no se aprende en las aulas. González Lobo era un obsesivo de la sintaxis, de la ortografía y por ende de la buena prosa, aun en los textos epistolares. Cada acuerdo, cada sesión de firma de documentos, se convertía en una clase de buen saber y bien escribir. Si había tiempo me hablaba de sociología, de literatura, de filosofía y de política, obviamente. Y fue en esas reuniones de trabajo cuando, por vez primera, conocí el proyecto de crear, antes de finalizar el Gobierno de Cepeda Flores, una institución de estudios superiores que se llamaría ?Ateneo de Coahuila? como homenaje al entrañable Ateneo Fuente pero con la estructura académica de una universidad formal.
En ese proyecto estaban involucrados el licenciado Neftalí Dávila, secretario general de Gobierno y el propio licenciado Salvador González Lobo, secretario particular. Ambos solían reunirse fuera de las instalaciones oficiales para hablar y planear los avances de aquel sueño en vías de realización. González Lobo era el encargado de documentar los planes la propuesta que iba a resolver la ingente carencia de instituciones de educación superior en Coahuila, pues hasta entonces sólo existían tres o cuatro escuelas de estudios profesionales en Saltillo.
González Lobo fue siempre un entusiasta del trabajo; pero cuando se trataba de los planes universitarios perdía por completo la medida del tiempo y se dedicaba a analizar y resolver las cuestiones urgentes de lo que iba a ser el instituto de cultura ?Ateneo de Coahuila? y había razón para la esperanza pues el 16 de mayo de 1953 se publicó el decreto 77 de fecha 13 en el mismo mes y año que oficializaba su creación.
Más tarde, sin embargo, empezó a sonar la opinión generalizada de aprovechar ese instituto de cultura para crear la Universidad de Coahuila; así lo aceptó el gobernador Cepeda e ipso facto le organizó un patronato encargado de recolectar fondos para fortalecer la aportación presupuestal del Gobierno Estatal.
Otros avatares intentaron detener el proyecto que finalmente fructificó. Salvador González Lobo fue el primer rector de la Universidad de Coahuila. Eulalio Gutiérrez, siendo gobernador, le otorgó la autonomía. Hoy la UA de C es más que un sueño realizado, una obra en constante superación que con la rectoría de Jesús Ochoa ha alcanzado logros materiales y académicos de primer nivel.
Al evocar la personalidad de don Salvador González Lobo como la de un verdadero maestro, recuerdo también que me develó el significado de la frase de Lucian Blaga, escrita en su obra Piedras para mi monumento: ?Tras haber descubierto que la vida no tiene ningún sentido, lo único que nos queda es darle un sentido?. Y eso hizo González Lobo al dar un generoso sentido trascendente a los quehaceres culturales y políticos.