?Revolución que transa se suicida?. Venustiano Carranza
Ayer celebramos en Coahuila a la Revolución Mexicana, faltaría más. Aquí nacieron sus dos principales capítulos. Pero en la capital de la República ya no hubo aquel desfile deportivo que, hasta eso, conmemoraba a la primera revolución política y social que se dio en el mundo. Con el ?hasta eso? quiero subrayar que la parada deportiva fue la manera más inocua e inocente de celebrar una rebelión armada que en unos cuantos años despachó a más de un millón de seres hacia el otro mundo.
?Culpas del tiempo, no de los hombres? habría dicho mi abuela Lola, quien mucho admiraba a los revolucionarios. En cambio mi otra ascendiente, mamá Tolita, no los quería ver ni en retrato, tachándolos de asesinos, homicidas y criminales: tres distintos vocablos con un solo significado para expresar cólera y vilipendio contra quienes habían acabado con varios de sus parientes.
Cuando nacimos los de mi camada, la Revolución Mexicana empezaba a constituir solamente un recuerdo bueno y malo. Y el Partido Revolucionario Institucional, obra, gracia y asilo de los viejos revolucionarios, se había quedado en el poder público por más tiempo que don Porfirio Díaz.
Tenía la receta de los bisabuelos para retenerlo en las manos. Los partidos opositores persiguieron la fórmula, pero en casi tres cuartos de siglo no pudieron dar con las indicaciones generales, Ahora decimos ¡qué bueno! al ver el comportamiento del presidente Fox.
Recalcitrante enemigo de los revolucionarios y del PRI, el presidente Fox recién considera que la celebración del aniversario de la Revolución Mexicana ya periclitó y está en plena obsolecencia; vivimos en el Siglo XXI y el PRI ha sido derrotado en dos ocasiones electorales consecutivas frente a la oportunidad de ganar la Presidencia de la República. Fox está mohíno y perturbado por los inconvenientes de la democracia, ese sistema de Gobierno que tanto encomia desde que metió mano en la olla del poder federal, hasta el grado de que un sujeto lengua mocha, venido a la capital desde Macuspana, Tabasco, le toma cada día la medida y se esmera en atosigarlo con actos multitudinarios de presión pública; especialmente para impedir su presencia en el escenario que mucho le place: el balcón central de Palacio Nacional.
Fox se amilanó y este año no dio el grito de independencia la noche del 15 de septiembre, ni observó el desfile del Ejército el día 16 y menos miró el deportivo de la Revolución Mexicana el 20 de noviembre. Pero es que tampoco quería lucir al PRI en el aparador principal de palacio: para su mayor muína fue el Partido de la Revolución Democrática quien ocupó el sitial que antes Fox había disfrutado y ahora abandonó en tres ocasiones en beneficio de la regordeta figura del jefe de Gobierno del Distrito Federal, señor Encinas. Ayer en la gran Plaza de Armas no hubo una sola claque panista: el Zócalo estaba ocupado de pé a pá por la gleba seguidora del Peje López Obrador. Esta película de suspenso no acabará hasta que el nuevo Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos -Felipe Calderón Hinojosa, por más señas- asuma el gobernalle del país y ateste un golpe que legitime popularmente su investidura.
Mientras no lo haga, la gente dudará de haber elegido bien.
Ahora preguntamos, al igual que muchos mexicanos: ¿Ya desapareció el PRI de la escena política? No sabemos, pero intentemos teorizar: Toda obra humana, y más una política, semeja el trazado de una parábola perfecta: nace a ras del suelo e impulsada por el crédito del pueblo asciende a la cúspide de un imaginario hemisferio. Al alcanzar la máxima altura se apoltrona un breve instante e inicia su descenso hasta volver a tocar el piso. El PRI dispuso, en su caso, de 35.5 años para alcanzar en 1968 -año de la Olimpiada- lo más alto en la curva de su ascenso desde aquel 1929 de su fundación. En el décimo mes de ese trágico año inició su descrédito ante la sociedad y -obvia consecuencia de aquel octubre negro-llegarían después de varios años las contundentes derrotas electorales de 2000 y 2006.
La democracia cuajó en México como resultado del complejo de culpa de los sucesivos presidentes de la República, entre 1970 y 1997. Habían sido excesivos el autoritarismo, el centralismo y la autocracia. Por eso la Revolución Mexicana hecha partido y partida en muchos gajos, hubo de tocar piso y transigir las reformas electorales con los partidos opositores que apoyaran los ciudadanos.
Fue bueno el PRI mientras mantuvo la ideología revolucionaria en la teoría de su Declaración de Principios, pero fue terrible que la ignorara durante el entreguismo de los sexenios globalizadores. Fue atinado que con anuencia del PRI se fundara la democracia, pero resultó un desatino que los dirigentes priistas no supieran qué hacer después en y con el partido.
Fue pertinente que, golpeado por el magnicidio contra Colosio, el PRI haya aceptado en 1997 que el organismo electoral quedara en manos de una institucionalizada ciudadanía; pero ha sido abusiva la ambición de quienes han hecho del Partido Revolucionario Institucional un instrumento personalista sin rumbo ni destino. Fue buena suerte que los resultados electorales de los comicios legislativos pusieran a la bancada del PRI en condiciones de negociar su apoyo a la derecha o a la izquierda; pero será mala suerte que esa posición de equilibrio se capitalice para el beneficio de quienes ya han obtenido muchas prebendas y canonjías en el reciente pasado.
¿Acabará el PRI en un RIP? Ni lo sabemos ni lo deseamos. Esperemos a ver qué dicen los Idus de diciembre de 2006...