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Hora cero/El triunfo y la derrota

Roberto Orozco Melo

“Vino el remolino y nos alevantó”. La frase pertenece a la novelística de la Revolución Mexicana, pero bien pudo ser usada por los candidatos del Partido Revolucionario Institucional a diputados federales y senadores por Coahuila, después de la “alevantada” que les propinó el remolino blanquiazul el dos de julio del año 2006.

Algo semejante había acaecido antes en las elecciones locales intermedias de 1996, convocadas para elegir a los integrantes de la 54 legislatura y a los 38 ayuntamientos de la entidad: los partidos de oposición (PAN, PRD, PT y PC) totalizaron el mismo número de curules obtenidas por el PRI, en los sistemas de mayoría relativa y representación proporcional: 16 del tricolor contra 16 de sus cuatro opositores.

Un empate en el pleno podría hacer disfuncional a un poder público, cuyas decisiones se toman por mayoría de votos; pero esto no sucedió, Dios está en todo, porque entre los diputados plurinominales hubo tres que en su oportunidad aceptaron votar para asuntos trascendentes en el mismo sentido que la bancada del PRI: dos de estos eran del Partido del Trabajo y otro, ya electo, había renunciado a su militancia en el PAN.

Pero la pérdida de ocho curules ganadas por el PAN, no llegó sola: en la misma fecha el PRI también perdió doce presidencias municipales y ayuntamientos, cosa nunca antes vista; en esta docena estaban los de más importantes del Estado: Saltillo, Torreón, Monclova, Ciudad Acuña, Ramos Arizpe, más otras del centro y la región carbonífera del estado. Por tales triunfos el PAN pudo decir entonces que gobernaba al 70 por ciento de la población de Coahuila.

De la ventolera impulsada entre el PAN y el PÁNico a López Obrador sólo tres priistas aspirantes a cargos legislativos lograron salvar el pellejo: Jericó Abramo Masso, Javier Guerrero González y Jesús María Ramón Valdés; los dos primeros son diputados federales por mayoría relativa, y el tercero está hecho senador de la República de representación proporcional.

El resto -cinco diputaciones y dos senadurías- fueron ganadas por el Partido Acción Nacional, que con ello se colocó en posición de intentar, dentro de cinco años, un logro más importante y trascendente.

La caída del PRI en las pasadas elecciones constituyó un hecho histórico negativo, mas no inédito. Sus consecuencias, sin embargo, podrían ir más allá de la mortificación por la derrota. Pienso que si el PRI coahuilense no detecta las razones y culpas de este descalabro quedará frágil y delicado como una figurilla de Sevres frente al riesgo de perder el Gobierno del Estado en los comicios del año 2011.

Se suponía que los panistas triunfadores no van a dormir una siesta parreña en la hamaca del triunfo. Lo natural en quienes ganan una vez es que tiendan a conservar su inercia triunfadora, mientras que los perdedores propenden a repetir los errores que los llevaron a la derrota. El PRI en Coahuila necesitaba una fuerte sacudida: el PAN se la ha dado, sin saber.

Ahora ambos partidos demandan liderazgos fuertes, modernos, conductivos y optimistas. El PRI ha sufrido una secuela de fenómenos auto destructivos que se manifestaron desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Después de haber probado el sabor de la derrota en dos elecciones presidenciales, parece tener perdido el rumbo, sin que una certera brújula lo conduzca de la mano en el “piélago de adversidades” que se le vino encima. Aparte, los dirigentes nacionales necesitan una rehabilitación y muchos psicólogos de cabecera que les despejen la sesera de viejos traumas, complejos y culpas.

Sólo con un ánimo fresco y con nuevos objetivos podrá perseverar el PRI como una viable alternativa política y electoral en la moderna federación de estados que se avizora.

Todo ha cambiado en el país y en la política. Los gobernadores del PRI tendrán que dar un ejemplo político de madurez, tolerancia y responsabilidad durante la visita que pronto habrán de hacer al virtual presidente electo de México, Felipe Calderón Hinojosa.

Pero también deberán pedir a su partido que se ubique en el tiempo y en el espacio del siglo XXI. Ya pasaron los años del presidencialismo centralista y autoritario, al que los líderes eran tan proclives. Las corporaciones que antiguamente constituían su fábrica de triunfos se están quedando sin los dirigentes viejos y expertos que las dirigían bajo la mirada admonitoria del presidente en turno. La nueva responsabilidad de los sindicatos tiende a excluir oscuros deberes hacia el PRI para dedicar los mejores afanes cuidar, preservar y superar las condiciones de trabajo, la estabilidad de las empresas y el bienestar de los sindicalizados: nada más y nada menos.

Estamos seguros de que los gobernadores de los Estados de la República, muy jóvenes casi todos, y por lo mismo entusiastas e impulsivos, tendrán que dar un giro hacia la reflexión y la prudencia en sus relaciones frente al Gobierno de la República como responsables recíprocos y solidarios de la buena marcha del pacto federal. Quien va a asumir la Presidencia de México encontrará en el país nuevas y superiores condiciones a las del México de hace seis años. Felipe Calderón es también joven, entusiasta y seguramente impulsivo. Y si piensa en México, al unísono de los gobernadores panistas, perredistas y priistas, estamos ciertos de que fue una buena elección.

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