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Hora cero| En el día de su santo...

Roberto Orozco Melo

Los escépticos racionalistas no creen en ésta historia, y sin embargo bien la conocen pues la aprendieron en sus hogares cuando apenas eran niños, narrada por sus padres, quienes también la escucharon de los suyos. Es la historia de la hermosa complicidad entre una Virgen de piel morena, como la de sus hijos de la raza mexicana, y un humilde indígena que la encontró en su sendero cuando caminaba en busca de auxilio para su tío que estaba enfermo. Caminaba el indito y de pronto hizo un alto, pues le pareció escuchar una voz muy dulce, suave y tierna, como el sonido del caramillo al que lograba hacer cantar las melodías de su tierra afuera de su jacal, luego de comer los últimos alimentos el día.

Aquella mansa voz provenía de una bella mujer que se atravesó a la mitad del camino del indio, y llamándole por su nombre -Juan Diego, Juan Dieguito- le pide llevar un mensaje al Obispo. El indígena la mira alelado, pero se acuerda de su tío enfermo: ?No puedo ahorita, niña, voy ocupado? y le describe su urgencia. La señora bonita le dice que no se apure, que ella verá por su tío y que lo va a sanar; pero que cuele al trote y vaya y diga al Obispo que la vio y que con él manda a decirle que desea que los mexicanos le construyan una casa en la falda del cerro conocido como del Tepeyac. Y Juan Diego confía en ella, y va y le dice al Obispo su mandado, pero el Obispo no le cree, ni los frailes que le acompañan, y todos asientan cuando el Obispo le dice que vaya de regreso y diga a la mujer que le mande una prueba de su existencia. Y va y se lo dice así mismo como se lo pidieron y ella responde débilmente que corte en el mismo cerrito una rosas y se las lleve de regreso al señor Obispo.

¿Rosas en invierno y en el cerro? piensa Juan Diego mientras rodea al Tepeyac y mira, asombrado, los rosales sin frío y las rosas abiertas, todavía con el rocío mañanero en sus pétalos. Corta algunas rosas y las envuelve en su tilma para que no se maltraten y retorna a dónde el Obispo, le abre la tilma y las flores caen el piso llenando de su aroma la estancia. Y cuando la tilma queda vacía el Obispo y los frailes observan maravillados a la Virgen, como si estuviera pintada su imagen en aquel tosco sayal, la imagen de aquella hermosa dama que desde entonces es la Virgen de Guadalupe y preside la vida espiritual de todos los mexicanos.

Si la historia no fue cierta, bien merece serlo porque las consecuencias de su aparición fueron reales. La Virgen Morena se convirtió en el símbolo que unificó a los mexicanos que habían surgido como Nación de una chispa en el choque de aceros contra pedernales en la conquista española. La Virgen Morena, llamada de Guadalupe, nos dio el sentido de Patria del que carecíamos hasta entonces y fue después la bandera emblemática que acaudilló los deseos libertarios de criollos, mestizos e indios. Tan era Santa que Dios hizo con ella un exclusivísimo regalo para los mexicanos, cosa que antes no hizo con ninguna otra Nación.

A partir de aquel 12 de diciembre los mexicanos pudimos venerar la imagen que nos identifica ante el mundo. Guadalupe es su nombre y en ella creemos todos los hombres, mujeres, niños, niñas, jóvenes, adultos y ancianos mexicanos que nacimos, moramos, sufrimos y gozamos en los confines de la Patria mexicana. Diego Rivera, el pintor, era un ateo vociferante, y sin embargo bautizó con el nombre de Guadalupe a una de sus hijas. Hemos visto políticos, de los que se dicen libres pensadores, cómo ocurren a la Virgen guadalupana en sus apuros personales. Otros traen en su cartera, sobre las tarjetas de crédito, la estampita de la Virgen Morena. Los obreros, en sus conflictos con los patrones, ponen el altar de la Lupita sobre la bandera rojinegra del paro laboral. Qué dieran otras religiones por tenerla. Los revolucionarios cosían su imagen al frente de sus sombreros y en las camisolas la pespunteaban con hilo para que defendiera sus corazones de las balas enemigas. Y no se digan los empresarios, que ante ella se persignan y encomiendan antes de asistir a las pláticas de avenimiento para discutir el aumento de los salarios. Es una Virgen muy pareja que jala con todos, hasta con quienes presumen de no creer en su existencia.

La Virgen de Guadalupe es una de las muchas personificaciones de la Madre de Dios. Nuestra como el águila, el nopal y hasta la víbora, como las eternas pirámides, como los viejos códices aborígenes y las iglesias catedrales o los pequeñitos sitios de culto en rancherías y colonias. Y por ser tan nuestra, hoy le improvisamos éste homenaje, por ser el día de su santo...

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