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Hora cero/La combustión humana espontánea...

Roberto Orozco Melo

Se preguntaba un sabio en Inglaterra, a propósito de un lamentable suceso acaecido en el siglo XIX, si la ciencia podría dar con el origen de la “combustión humana espontánea”, nombre aplicado al fenómeno que hace arder a un individuo en circunstancias imposibles de atribuir a las causas físicas y externas ordinarias en toda flagrancia y que, por lo mismo, se consideraba imputable a un estado particular y especialísimo de cada víctima.

Días antes sucedió que una mujer de más o menos 60 años, y una sobrina con la mitad de su edad, se fueron a la cama felices de poder descansar y sin haber sentido nada extraordinario, más allá de una embriaguez completa; pero más tarde, en horas de madrugada, empezó a salir de su habitación un hedor a carne quemada imposible de respirar y tanto trascendía que despertó a todos quienes habitaban en aquella residencia. Cuando los otros habitantes de la casa fueron a ver de qué se trataba la pestilencia carbónica que emanaba de aquel cuarto, sólo encontraron un cuerpo inánime, el de la sesentona, ciertamente abrasado, es decir hecho brasas; pero lo curioso del caso fue que nada de lo mucho que existía en aquel cuarto, alrededor del cuerpo de la señora, incluida su ebria sobrina, tenía huellas de incineramiento, ni seña alguna de algo candente.

Los médicos forenses se pelaron la testa por tanto rascar sus calvas en el afán de dar con alguna hipótesis congruente con el racionalismo imperante en la decimonónica Gran Bretaña. El cadáver aparecía negro como el carbón, y aún despedía humo por los sitios donde estuvieron sus cinco orificios corporales, como si en los dentros de aquella sexagenaria hubiesen ardido las vísceras y algunos otros órganos vitales; hágase de cuenta el lector como un rescoldo de leña quemada ardido hasta su completa extinción.

La joven, por su parte, ni siquiera había despertado, menos pudo haber experimentado el mismo ardimiento de su compañera de farra. Los policías de Scotland Yard, por su parte, observaron que la combustión padecida por la mujer no tenía, como otros encendimientos, la propiedad de comunicarse a otras materias cercanas. Ardía al interior del cuerpo como si la acción fuera autónoma, pero al contrario de otras sustancias ígneas, ésta no extendía su deflagración al entorno; ni siquiera las delgadas sábanas que la cubrían, casi inconsutiles por el mucho uso que habían tenido antes.

No era el primer caso: en la ciudad de Límerick, el director de una casa caritativa fue despertado por un habitante para avisarle que en su cuarto estaba el cadáver de la señora Peacock, de setenta años de edad, que también era dada al uso inmoderado de los bebistrajos alcohólicos e igualmente consumida por un fuego interior -nada que ver con el ardor sexual- quien antes de sufrir daño mortal tejía un estambre altamente combustible cuya madeja descansaba en una cestilla de mimbre, materias ambas que no sufrieron ignición alguna.

Otra víctima igualmente muerta por combustión humana espontánea fue un mercader en vinos y licores, con fama de ser a la par que su mujer Ana Nelis, muy adicto al consumo de los néctares que él mismo comerciaba. De hecho fue él mismo, su marido o compañero, vaya usted a saber lo que sería, quien amaneció bastante crudo y sorprendido por encontrar a su esposa o amasia totalmente carbonizada, como un cordero a la griega que se pasó de tueste. En este caso, el ilustre doctor Foamis, profesor de medicina, pidió permiso a la autoridad de practicar un examen en el cuerpo de la difunta, pero le fue negado habida cuenta que era todo polvo de carbón y nada más que eso.

En aquellos años se exacerbó la actividad de las sociedades de templanza, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra, empeñadas en señalar que el uso y abuso de los licores fuertes era la causa segura y única de aquellas sorpresivas defunciones que victiman a las personas destempladas. La combustión interna espontánea nos llamó la atención, e incluso investigamos en los viejos archivos y en el moderno Internet en busca de evidencias, más que indicios, sobre el asunto. Enviamos correos electrónicos a todas las asociaciones relacionadas con el tema pero sólo obtuvimos respuesta de dos: El signore Bataglia, cirujano de Monte Basio, describe la desgracia acaecida al don Mario Bartholi que fue a la feria de Fileto en pos de algunos negocios y quien, al disponerse a descansar en casa de algún pariente, pidió que le pasaran por la espalda un lienzo empapado en alcohol para descansar del viaje, y a los pocos minutos moría rodeado de una llama oscilante.

Otro correo consultado fue el de un señor apellidado Dávila o Dávalos, quien consignó en su respuesta que en el estado de Coahuila y en toda la República Mexicana se han dado casos de cuerpos combustibles por acción interna y espontánea entre ex diputados, regidores y síndicos, casos todos relacionados con un cuantioso bono de salida al término de sus funciones. Lo curioso del fenómeno mexicano es que las quemadas no causan daño, ni hieden, ni se notan... De veras que en el siglo XXI las ciencias avanzan que es una barbaridad...

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