En la situación post electoral que vivimos, lo peor de todo es que permanece la incertidumbre: no saber lo que va a pasar, cuándo, dónde y cómo asomará el hombre del destino a tocar nuestra puerta. Dormimos porque el cuerpo reclama el descanso; pero al día siguiente, apenas recuperamos la conciencia, el locutor del noticiario radiofónico nos hunde en el pecho la punta filosa de lo incierto. La mañana que parece espléndida y sonriente se puebla de nubes y entenebrece las reflexiones. Paranoicos consuetudinarios cedemos a la fácil tentación de imaginar lo peor. Luego cavilamos: si todos los mexicanos sufren esta diaria dolencia del alma, muchos jóvenes, adolescentes, ancianos, el barrio, la ciudad, el estado, la nación, estarían presos de una generalizada caída del ánimo. Eso que llaman depresión. Entonces sí...
¿Entonces sí, qué? pregunto; entonces sí todo lo peor, y aclaro: ¿Quién podrá trabajar con empeño si su corazón está atribulado con la posibilidad de la inestabilidad política, eventualmente social y económica, que preocupa al país? ¿Quién tendría el ánimo bravo de concurrir a su sitio de trabajo a generar los tornillos, refrescos, monobloques, telas, automóviles, ropa, diseños, ideas, etcétera que cada quien produzca? ¿Con qué vitalidad podríamos acometer la lucha por el pan de la familia si tememos lo que nos pueda deparar el mañana? ¿Cómo responder a nuestros hijos cuando pregunten: ?Bueno, papá, pues quién es el presidente de México? En la actual circunstancia histórica no parece que haya alguno, aunque sean tres mexicanos los que usan ese condicionado título: Vicente Fox es presidente en forzosa retirada, Felipe Calderón es presidente electo y López Obrador es el presidente de una tercera parte de los ciudadanos que lo idolatran. Ninguno entero, ninguno con total capacidad jurídica, ninguno actuante, ninguno respetado y obedecido por todos los mexicanos.
Los malos pensamientos roen en prados maduros. Lo que la actualidad enseña, malgré tout, es que este país bien puede funcionar sin jefe del Poder Ejecutivo Federal. El que hoy ostenta legalmente el cargo ni es jefe ni ejecuta los actos propios de su alta responsabilidad. Viaja, dice discursos, atiende conferencias de prensa, pero nada dice, o dice poco de las crisis que padecemos. Los otros ?presidentes? debaten en los conceptos de legalidad y legitimación. Felipe Calderón Hinojosa, acusa Andrés Manuel López Obrador, podrá ser presidente electo pero carece de legitimidad ante el pueblo pues apenas fue votado por un apretado tercio de electores. Calderón, por su parte, formula un igual señalamiento contra López Obrador: él no completó siquiera la tercera parte de los votos emitidos ni posee el reconocimiento de la única autoridad capacitada para otorgarlo: el Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal. Por lo tanto no sólo carece de legalidad, también es huérfano de legitimidad.
Curiosamente los mexicanos no parecemos albergar alguna preocupación por el presente. Para la mayor parte de los ciudadanos las elecciones constituye en este momento un proceso legal y político bien definido. Es un asunto juzgado. El ex candidato Andrés Manuel López Obrador se mueve, y mucho, en dos campos: el extrajurídico y el sueño imposible. No tiene recursos legales por oponer contra de la decisión final de los magistrados electorales, cuyo fallo es último y definitivo, no impugnable e inatacable, Las vías de lucha del tabasqueño son la agitación sociopolítica a través de concentraciones masivas y sus rabiosos tautológicos discursos. Quizá tuvo, illo témpore, la esperanza de que la Policía, el Ejército o alguna de sus organizaciones adláteres pudieran provocar un evento indeseable, violento, homicida. Pero nada...
Es que vivimos en el siglo XXI, dicen muchos: eso de la violencia ya no sucede en las naciones democráticas. México es primer mundo. Son los optimistas irredentos que dicen aquí no pasa nada, así es nuestra política, en cada ciclo electoral aparece un desequilibrado en el horizonte de la patria que se dice heredero iluminado por las virtudes de nuestros hombres históricos; ese hombre grita y escandaliza, atrae a muchos otros con su labia, se autoproclama presidente, denosta y descalifica a las instituciones y al Estado mismo y propone cambios, así en genérico, nada concreto, nada preciso.
López Obrador se propone recorrer la República. No en el jamelgo deslucido y flaco de don Quijote. En avión, en autobús, en alguna camioneta de buena marca. Se lanza a los campos de cuyo nombre no volverá a acordarse, decidido a convencer a los mexicanos de todas las latitudes de que es él, y sólo él, el hombre del destino. Dios nos dé vida para saber qué fue finalmente López Obrador, o qué fue de él...