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Hora cero/La incógnita...

Roberto Orozco Melo

Nadie sabe lo que va a suceder en la capital de la República el viernes primero de diciembre si el grupo de Andrés Manuel López Obrador cumple sus amenazas de impedir la protesta legal del Presidente Constitucional Electo de los Estados Unidos Mexicanos, Felipe Calderón Hinojosa. La solemnidad del acto de toma de protesta corre el riesgo de ser saboteada por los diputados de la fracción parlamentaria del Partido de la Revolución Democrática, de la misma manera en que “reventaron” la lectura del sexto y último informe del presidente Vicente Fox Quesada.

Nada importante va a suceder, salvo el papelón que haríamos ante la mayor parte de los mandatarios del mundo que estará presente. Por lo demás, Calderón va a ser jurado como Jefe del Poder Ejecutivo en el seno de la Cámara de Diputados aunque rinda su protesta ante un pequeño grupo de diputados y senadores haciéndole “casita” al propio Calderón y al presidente de los diputados.

De hecho, Felipe Calderón Hinojosa será Presidente Constitucional a partir del primer instante del primero de diciembre. Así lo decidió la mayoría de los mexicanos el dos de julio de este año. Así lo manda la Constitución General de la República.

Pero va a resultar feo, grotesco, charro e irrisorio que tal sea la forma en que Calderón tome posesión de la Presidencia de la República, ante los estadistas y dignatarios invitados que pueden tener seguramente un mejor concepto de nuestro país y del sistema político mexicano.

Si la amenaza obradorista se cumple... ¿usted cree, amigo lector, que Felipe Calderón podrá sufrir un infarto cardiaco? Se va a mortificar, ciertamente, pero nada sucederá que lo ponga al borde de un accidente cardiovascular, de un suicidio o de la renuncia. Si Calderón es el hombre que ha dicho ser y creemos que lo es, primero habrá de preocuparse por garantizar la seguridad de sus homólogos visitantes, luego los recibirá en un sitio alterno para ofrecer disculpas públicas a nombre del pueblo mexicano. Ellos las aceptarán, expresarán su solidaridad institucional con el Gobierno constituido y saldrán muy temprano, al día siguiente, rumbo a sus respectivos países. No acabarán de comentar lo sucedido cuando ya estén de vuelta en sus países, hogares y oficinas.

Pero nosotros, mexicanos, quedaremos azorados y rabiosos preguntando al horizonte: ¿por qué nos pasa esto? ¿Cómo es posible que un partido político pueda provocar tal desbarajuste sólo para gratificar la ambición, la vanidad o la vesania de un peligro social como Andrés Manuel López Obrador? ¿A qué, por qué y para qué, la excesiva tolerancia mostrada por Vicente Fox, el presidente en funciones, ante tantas flagrancias subversivas?

Las instancias electorales y judiciales probaron hasta el cansancio la solidez del triunfo de Felipe Calderón, pero el obradorismo respondió con rechazos y acusaciones de fraude escondidos bajo su piel de cordero pero con la boca y la voz llena de amagos, bravatas y coléricas amedrentaciones que a nadie asustaban, pero que nadie tampoco fue capaz de atajar dentro del equipo foxista.

Cómo lamento que poco a poco nos estemos acercando a la concretar de aquella vieja teoría de los ciclos históricos mexicanos: un mal Gobierno provocaba una rebelión; luego se instalaba un Gobierno fáctico, después una dictadura, enseguida otra rebelión, después otra dictadura y así hasta el infinito. Lo vimos en el Siglo XIX y en el Siglo XX. ¿Iremos a repetir otra vez la misma historia? ¿Estaremos condenados a vivir para siempre bajo Gobiernos autoritarios y antidemocráticos?

En 1997 pensábamos que el país iba a caminar con sensatez por el carril de las instituciones democráticas. Por eso apoyamos la instalación de un Consejo Electoral Ciudadano que organizara los procesos democráticos de cambio. Por eso toleramos con paciencia las torpezas de la actual Administración federal, en la espera de un nuevo proceso constitucional y legitimador del sufragio efectivo.

¿Permitiremos que la oportunidad del progreso, del desarrollo y de la libertad se nos vaya de las manos sólo por el temor de aplicar la Ley e imponer el orden para reencauzar la hoy amenazada vida democrática?..

Dejar hacer, dejar pasar. Bajo esta consigna del liberalismo clásico han transcurrido los últimos meses del Gobierno de Vicente Fox. Sí, me dirán, es que Fox es un demócrata y un pacifista. Sí, lo entendemos: resultaría terrible vivir bajo la violencia, pero ¿acaso no es violencia la que han venido haciendo contra el país, sus instituciones y sus ciudadanos los descontentos con la derrota de López Obrador y el triunfo de Felipe Calderón?...

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