Heriberto Jara, representante popular por el estado de Veracruz, en presencia de don Venustiano Carranza y de los diputados constitucionalistas de 1917, previó la necesidad de fortalecer la autonomía municipal consolidando su hacienda pública por medio de una disposición expresa en la Carta Magna.
En paráfrasis libre, lo que don Heriberto dijo fue, más o menos, lo siguiente: ?No hagamos que el Gobierno Federal sea como algunos padres de familia que cada semana dan a sus hijos un mísero ?domingo? si se portan bien y cuando se portan mal ni el mísero ?domingo? alcanzan. Dejemos establecido en la Constitución General de la República cuáles son los ramos impositivos que corresponden a los gobiernos de los estados y a los municipios, para que así dejen de andar los alcaldes tras el gobernador y el presidente como si fueran niños famélicos y pedigüeños?.
No cabe duda que el general Jara fue bien intencionado y optimista; pero ni la comisión de Gobernación de la Cámara de Diputados, ni la asamblea general, ni el propio primer jefe del Ejército Constitucionalista hicieron el menor caso a su recomendación. Así pues, el Artículo 115 constitucional quedó planteado en la Carta Magna como un simple enunciado filosófico y las municipalidades se vieron igual o peor de impécunes (por no decir fregados) que antes de la nueva Constitución. En cambio el Gobierno Federal sirvió su plato con la cuchara grande pues en los muchos incisos del Artículo 73 constitucional estableció los rubros fiscales exclusivos de la Federación, unos cuantos para los Estados y sólo un ramo privativo para los municipios y el Estado: el impuesto predial.
Con el tiempo el Congreso de la Unión definiría el monopolio de las haciendas locales sobre este impuesto y sus respectivos derechos. No obstante, las entidades federativas siguen montadas en el cobro de un derecho catastral sobre traslación de dominio.
Después tuvieron lugar cuatro convenciones nacionales fiscales cuyas conclusiones se quedaron huérfanas de materialización legislativa en los presupuestos de ingresos y en las leyes reglamentarias. Los últimos acuerdos de la IV convención nacional fiscal, durante el boqueante sexenio del desmayado señor Fox, fueron a dar al cesto de la basura sin que el secretario de Hacienda tuviera a bien echarles un vistazo. Luego, ya en este agónico noviembre, el centralismo imperante, dejó a los estados y municipios con una parte mocha de los ingresos participables; después ofrecieron remendar el hoyo con incrementos, pero finalmente los redujeron a cinco mil 500 millones de pesos, injustamente distribuidos en 31 entidades federativas y un Distrito Federal empachado de recursos, pero siempre goloso y acaparador.
Los gobernadores, reunidos bajo el signo de la Conago en el florido Tabasco y ante Felipe Calderón y el señor Agustín Carstens, flamante secretario de Hacienda de la nueva Administración federal, actualizaron hace dos días la profética metáfora del general Heriberto Jara, a casi cien años de la fecha en que la pronunció ante el jefe del Ejército Constitucionalista, para pedir el cumplimiento exacto de la justicia fiscal para los dos más débiles niveles de Gobierno con una equitativa participación de los estados y municipios en los ingresos extraordinarios del petróleo que, dicen, es de todos los mexicanos. Dudo mucho que haya justicia o equidad. El federalismo es todavía un sueño en nuestra República, como lo son muchas otras cosas, aunque bien podríamos avanzar a convertirlas en realidad. ¿Qué se hicieron los recursos que ?les quedaron a deber? a los estados y municipios? El secreto debe estar guardado en el portafolios del virtual ex presidente Vicente Fox Quesada...
¡Qué vergüenza!...
Nos gana el sentimiento de pena ajena con lo sucedido el pasado martes 28 en la Cámara de Diputados. ¿Eso que vimos los pacíficos ciudadanos de la provincia mexicana a través de la televisión debe tomarse como una definición de la democracia? Si así es, tendremos que reconocer que estábamos mejor cuando estábamos peor, en la etapa de la democracia adjetivada por al autoritarismo. Si hemos de vivir en democracia, queremos que sea la de Costa Rica, o la de Francia, la de Alemania o cualquiera otra, donde no tengan cabida personalismos rampantes como el de Andrés Manuel López Obrador, quien intenta prevalecer sobre las instituciones del país y sobre el país mismo. ¿Así vamos a vivir los próximos seis años? Dios nos agarre confesados y santoleados...