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Hora cero/Lo que Saltillo debe a don Braulio...

Roberto Orozco Melo

El miércoles pasado se inauguró en el Distrito Federal el IV Foro Mundial del Agua, cuya escasez y dispendio es un tema universal siempre presente. Los apuros que cualquier autoridad y población pasan con el agua me hacen recordar los que yo pasé cuando fui presidente municipal de Saltillo de 1964 a 1966.

Nuestro principal problema era la carencia de agua potable. La distribución de agua para consumo humano y el servicio de drenaje estaban a cargo de la Presidencia municipal. El suministro era sectorizado y se hacía por turnos. Tres o cuatro horas duraba cada uno, de día o de noche; aunque no siempre llevaban agua las tuberías. Los pagos de los usuarios eran mínimos. El servicio de agua también.

El agua potable provenía del manantial “Ojo de agua”, barrio fundador de la ciudad. Daba unos cuantos litros por segundo: no menos de 15 en invierno, no más de cinco en el estiaje. También se recibía una dotación de la que manaba en las galerías filtrantes de Buena Vista, al sur del municipio. Saltillenses bien intencionados permitían que pozos de su propiedad, con dos o tres litros de aforo, se conectaran a la red. Alguna vez cuantificamos el aforo total; eran 60 litros por segundo. Saltillo tendría entonces una población entre 45 mil y 65 mil habitantes.

El agua era también la principal causa de disensiones entre autoridad y ciudadanía. En primavera y verano sonaba cada cinco minutos el teléfono de la casa del presidente municipal. La gente se quejaba de que no caía agua en las tuberías de tal o cual barrio o colonia.

En 1965 se integró una comisión entre la ciudadanía y las autoridades del Estado y del Municipio. La encabezaron el gobernador, don Braulio Fernández Aguirre y el presidente municipal. Había directivos de la Iniciativa Privada y otros líderes sociales; también invitamos al senador Eulalio Gutiérrez Treviño como asesor y gestor. Él había sido alcalde de Saltillo y conocía muy bien nuestras carencias. Lo primero que hicimos fue entrevistar al secretario de Recursos Hidráulicos, José Hernández Terán, en la capital de la República. Expusimos el problema: a la poca cantidad de agua disponible se agregaba la mala calidad. El líquido que bebíamos los saltillenses era rico, sí, pero en carbonatos de calcio. Dijimos: “si las tuberías se incrustan con el carbonato, ¿cómo estarán nuestras pobres tripas?” Hernández Terán pensó que exagerábamos. “Eso tengo que verlo con mis ojos” dijo, y le reviramos con una invitación a visitarnos. Cuando vino a Saltillo lo llevamos a conocer las fuentes de abastecimiento de agua potable. Le enseñamos la tubería incrustada. Se abrió una zanja en pleno centro para que viera las condiciones de oxidación de las líneas distribuidoras. Certificó los aportes de líquido en cada una de las fuentes y constató las dificultades en tiempos de estiaje. No obstante, en la noche, al “agradecer” una cena que se le ofreció, nos dijo, con un tonito molesto en la voz, que no debíamos esperar todas las soluciones del Gobierno central y usó una metáfora para llamarnos limosneros.

Más de tres quisimos responder que el dinero de los coahuilenses, lo acaparaba la secretaría de Hacienda, pues el sistema fiscal era monopólico y centralizador; mas la prudencia de don Braulio se impuso: “vamos a enfriarnos la cabeza y luego veremos”, dijo.

Al día siguiente el señor gobernador ofreció un almuerzo al secretario de Recursos Hidráulicos. La gente de Saltillo fue invitada pero dijeron que no asistirían, molestos con el funcionario federal. El presidente municipal hubo de convencerlos de que al señor de México no le importarían sus ausencias, pero sí a don Braulio que nos había invitado a almorzar en su propia casa.

Era nuestro gobernador y nuestro amigo: no merecía un desaire. El secretario Hernández Terán pidió hacer uso de la palabra otra vez. En la casa de don Braulio se hizo un silencio ominoso. Los asistentes escuchábamos con actitud adusta; pero el orador parecía ser otra persona. Con tono comedido y respetuoso recordó los años de infancia que había pasado en Saltillo cuando su padre era gerente de un banco. Pero luego ofreció enviar a los geólogos de su Secretaría para localizar nuevas fuentes de abastecimiento de agua y supervisar los trabajos.

Don Braulio, por su parte, ofreció que el Gobierno costearía las perforaciones profundas y los empresarios se pusieron bonitos para pagar la tubería de conducción. Así se hizo y Saltillo resolvió por mucho tiempo sus carencias de agua.

Más tarde supe que el señor gobernador había ido temprano al Hotel Arizpe a sostener una conversación muy seria con el funcionario federal. Todo resultó bien para Saltillo y los saltillenses, quienes aún mantenemos un compromiso de gratitud hacia él. Las perforaciones en Loma Alta aportaron 620 litros de agua potable a la red; pero lo importante fue que aquel inteligente y decidido apoyo de don Braulio quedó como ejemplo a seguir para los futuros gobernadores de Coahuila.

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