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Hora cero/México: flor que llora...

Roberto Orozco Melo

El martes pasado, en España, el presidente Vicente Fox presumió las elecciones democráticas mexicanas; no sólo las de ahora, sino las de ayer, es decir las suyas, las de su elección. Se le olvidó que también fueron democráticas las de 1994, pero como entonces ganó el candidato del PRI, Ernesto Zedillo, lo que a don Chente le parece cosa sin importancia.

No fueron intrascendentes, sin embargo. Zedillo personaliza el quiebre entre el antiguo sistema personal, autoritario, vertical y omnipotente y el nuevo estilo, si bien democrático, no menos disfuncional y anecdótico que el de don Francisco I. Madero quien conducía una práctica lírica de la política, no de nota y en papel pautado, como debía haber sido.

Estas elecciones que aún no concluyen han sido por democráticas muy conflictivas. Votaron tantos ciudadanos en plena libertad de elección que uno de los dos candidatos parejeros en la preferencia de los sufragistas todavía está empeñado en lograr que el Tribunal Electoral de la Suprema Corte de Justicia cuente y recuente cuantas veces sea necesario los votos de las 130 mil y pico de casillas, revise las actas circunstanciadas de cada uno de los cómputos y pruebe, lo que el mismo Partido de la Revolución Democrática no ha querido, o no ha podido, evidenciar mostrando las copias de las dichas actas que obran en su poder: el triunfo de López Obrador, su candidato.

La política es una guerra sin derramamiento de sangre, ha dicho un pensador: lo que ahora se ha derramado en abundancia es la bilis de los políticos y la del ex-regente del Distrito Federal con la de sus corifeos y de sus seguidores, que son muchos. Tanta bilis ya está a punto de colmar y rebasar los ductos de aguas negras de su territorio, pero AMLO y compinches quieren que todo salga a la medida de sus deseos por lo que ahora presiona con multitudinarias asambleas públicas en el Zócalo capitalino, discursos incendiarios y amenazas disfrazadas al virtual presidente electo, a su familia y a sus partidarios políticos.

El martes 18 de julio un grupúsculo de exaltados adherentes de López Obrador agredieron, afuera del Club de Periodistas, a Felipe Calderón Hinojosa, a sus guardias del Estado Mayor Presidencial y a tres o cuatro colaboradores que le acompañaban a una cita con la dirigencia del Congreso del Trabajo. Fue un hecho sin importancia, pero más allá del susto quedó grabada, en los protagonistas pasivos del incidente, la posibilidad de nuevas agresiones de mayor calibre.

Inducir la violencia en un proceso electoral no concluido parece ser el objetivo de Andrés Manuel y sus grupos de choque. Piensan que si el Gobierno muestra la menor debilidad ante estos sucesos podrían conseguir una sentencia contraria al partido Acción Nacional o por lo menos, hacer real la soñada caducidad del proceso eleccionario. Esto obligaría a nombrar un presidente interino, que el IFE convocara nuevas elecciones y que éstas se celebraran en un plazo máximo de cuatro a seis meses. El país, mientras tanto, quedaría a la deriva y lo que se había ganado en los doce años anteriores se derrumbaría como un castillo de naipes.

Los mexicanos no podemos darnos el lujo de una democracia perfecta, como la persigue el interés personal de Andrés Manuel. Tres elecciones anteriores han costado muchos miles de millones de devaluados y revaluados pesos y ahora las masas todavía quieren gastar más aunque no hagan mayoría. De los 42 millones de mexicanos que votamos sólo poco menos de un tercio tachó las boletas de AMLO. Otro tercio obtuvo la breve ventaja con que Felipe Calderón le ganó a López Obrador y el resto se lo dividieron Madrazo, la señora Mercado y Roberto Campa, sin contar los millones de mexicanos que se abstuvieron de votar. Con estas cuentas se deduce que los perredistas no hacen mayoría frente a los más de ochenta ciudadanos existentes.

¿Por qué insisten en imponernos al mesías tropical que definió Enrique Krauze? Pienso en nuestro pobre México y en los pobrecitos mexicanos, destinados a perder sueños, esperanzas y destino. Veo a nuestro país con tristeza, así como lo vio el poeta Federico Escobedo en el siglo XIX: “Hay en Puebla, en la sierra encantadora/ una flor que se llama “flor que llora”/ porque crece a la orilla del abismo/ Perfecta analogía con la Patria mía.../ Y el lado adverso me parece el mismo./ México es una flor encantadora/ pero ¡ay! es una flor que llora.../que llora colgada en el abismo...

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