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Hora cero| Nuevas prioridades nacionales

Roberto Orozco Melo

El martes cinco de septiembre concluyó, finalmente, el proceso electoral del año 2006. La muy larga tarea del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, vio su fin con la certificación del recuento de votos en las casillas impugnadas, la declaración de validez de los comicios, el anuncio de la mayoría de sufragios a favor de Felipe Calderón Hinojosa y la consecuente declaratoria oficial de que es el presidente electo de los Estados Unidos Mexicanos. Ayer en la tarde le fue entregada la constancia respectiva. Nada más hay que decir sobre ello. Y nadie más podrá argüir algo en contra: pues ésta es una sentencia definitiva e inatacable.

Lo que vendrá en adelante será una ocupación política, que mucho le hace falta, para el actual Gobierno Federal, obligado a garantizar al nuevo mandatario y al pueblo la transición pacífica del mando nacional, lo que incluye el acatamiento de los protagonistas electorales a la sentencia del Trife; es decir los partidos de la Revolución Democrática, Del Trabajo y Convergencia Democrática que integraron la desaparecida ?Coalición Por el Bien de Todos? cuyo ex candidato terquea en desconocer el triunfo de Calderón Hinojosa.

De acuerdo con las cifras finales del Tribunal Electoral Federal el proceso arrojó una concurrencia de 41 millones 553 mil 586 ciudadanos a las urnas, de los cuales sufragaron a favor de Felipe Calderón y de Acción Nacional 14 millones 916 mil 927. Por su parte Andrés Manuel López Obrador, de la Coalición Por el Bien de Todos, obtuvo 14 millones 683 mil 097 sufragios. Al comparar las cifras resultan 233 mil 831 decisiones ciudadanas que hicieron la diferencia de votos entre Felipe Calderón Hinojosa y Andrés Manuel López Obrador.

Los medios electrónicos de comunicación transmitieron a toda la nación la esperada sesión de los siete magistrados del Trife, quienes uno tras otro fundaron y expresaron el sentido de su voto; finalmente sería el presidente del alto Tribunal electoral quien leyera el dictamen final que nos corresponde acatar a los mexicanos en todas sus partes. Lo entiende Juan y lo entiende el pueblo; pero no lo asume, no lo reconoce, ni lo va a obedecer impromptu el derrotado candidato de la Coalición Por el Bien de Todos.

López Obrador ratificó en forma muy clara y contundente su tozuda posición al denostar a los magistrados del Trife por la forma y el fondo de su dictamen sobre las elecciones del dos de julio del año 2006. ?¡Váyanse al diablo todos junto con sus instituciones!? gritó con trémula voz costeña el martes cinco de septiembre por la tarde, ante un público poco entusiasta y más consternado.

El martes cinco ya habían transcurrido 63 inútiles días de plantón en el corredor Zócalo, Madero, Juárez y paseo de la Reforma. Estaban caducadas las expectativas triunfalistas inducidas por el famoso Peje de Macuspana, Tabasco. Y sólo quedaban como testimonio las carpas, los braseros y las cafeteras que calentaban los alimentos de cada día. Señoras atareadas pudieron cargar con las cobijas, almohadas y algún paquete de naipes usado para matar las horas largas de ocio improductivo en la fábrica de sueños llamada ?La Coalición?.

A partir de hoy cada quién irá a lo suyo: los diputados de los partidos a legislar, con o sin la presencia de los perredistas; harán lo mismo los senadores de la República y quiérase o no, la asamblea de representantes populares del Distrito Federal, cien por ciento del PRD, más unos cuantos plurinominales del PAN, el PRI y los otros partidos de la chiquillada. Todos tendrán que trabajar en lo propio, a pesar que durante los primeros días resultará imposible evitar la palabrería resentida de los partidos políticos.

El presidente Fox y su Gabinete deberán ocupar sus últimos programas de radio en la ingrata tarea de convencer, de lejos o de cerca, al inconvencible Andrés Manuel para que haga sitio a un diálogo positivo; ímproba tarea en la que ya podrían estar empeñados, no sin diarias frustraciones, los senadores y diputados del PRD que cobijen el buen sentido de saber, entender y pensar en los más altos intereses de México y de los mexicanos. Hay tantos problemas por resolver en las instancias políticas, económicas y sociales, que sería una verdadera lástima desperdiciar el aval que dio el pueblo a ese partido en las elecciones para ocuparlo en alimentar el sueño guajiro de un caudillo sediento de poder.

Ver por la nación y por la población es, sin duda, la prioridad número uno del nuevo Gobierno mexicano. Resulta urgente atender la amplia y compleja problemática nacional que el presidente saliente dejó en puntos suspensivos, sobre todo en materia de seguridad ciudadana, en empleo y en justicia social, los cuales, lástima grande, sólo podrán resolverse si se aprueban en paralelo las reformas legislativas que demanda, desde hace 18 años, la anacrónica estructura de nuestra riqueza energética.

Pero López Obrador estará muy ocupado en la organización del Congreso Democrático Nacional que lo va a proclamar presidente de la nación con amplísimas facultades para destruir las instituciones de la República y crear otras nuevas. Ni modo...

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