El domingo 15 de octubre vimos y escuchamos el primer informe del gobernador del estado, profesor Humberto Moreira Valdés. Efecto de la inercia de haber asistido a 40 ó más eventos farragosos a lo largo de nuestra vida como periodistas o servidores públicos, esperábamos oír más de lo mismo; pero no fue así...
Moreira usó su coloquial dialéctica para dar a conocer, con gráficas de apoyo, las cantidades destinadas a inversiones diversas: obras de comunicación vial, urbanísticas, educativas y de salud pública. No fue necesario convencer a nadie de las obras, pues cada día, en cada ciudad, cada coahuilense certifica avances y retrasos, la pertinencia y los inconvenientes de las construcciones, y todo lo aguantamos pues un día concluirán y entonces podremos gozar sus beneficios: una mejor circulación entre los municipios y en las ciudades, mayor capacidad para la educación de la niñez y juventud, y una eficaz atención en el ramo de salud pública con los hospitales regionales y las ambulancias para traslado.
Pero también supimos lo que está mal en nuestra entidad y agradecimos esa sacudida ante la realidad vigente. Casi para concluir su lectura, el gobernador solicitó atención a la exhibición de un conmovedor video sobre la pobreza en Coahuila. Se produjo entonces un impáss de suspenso. Las imágenes convencen más que las palabras. ¿Hay pobreza en Coahuila? ¿Pero díganme dónde no hay? No sólo existe en las poblaciones aisladas, la tenemos en las ciudades más desarrolladas. Somos un país de pobres y la falta de soluciones genera las peores condiciones para una posible explosión de descontento. Estremeció que Moreira haya citado una de las mejores frases del admirado presidente John F. Kennedy: ?Si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos?.
En el dramático video presentado se hizo mención a cinco o seis municipios que viven instalados en la peor de las pobrezas: uno cerca de Torreón, Viesca; otro cerca de Saltillo, General Cepeda; otro bajo la calígine del semidesierto, Ocampo; otro en la zona rural de la región carbonífera, paradójicamente llamado Progreso y dos más en la frontera Norte, casi colindantes con el país más rico del mundo, las pequeñas Villas de Jiménez e Hidalgo. En cualquiera la vida discurre sin cambios. Amanece y anochece cada día, sin que algo suceda en el espacio y tiempo intermedios. La mujer se esmera en limpiar su humilde casa y en preparar una elemental comida a base de lo que haya en torno, lo que aporta el poco verde del desierto.
Hay hombres que intentan cavar y remover la tierra caliza para cultivar la milpita y lograr que el oxidado papalote de hojalata, ya casi sin aspas, pueda girar impulsado por el viento, a ver si saca algo de agua de la vieja noria; quien quite que pueda regar la diminuta labor de nopales y uno que otro surco de maíz; o sacar dos que tres tinas de agua para beber, lavar ropa y cocinar, mientras que un par de niños desarrapados, se tiran de panza en las piedras, abren un cuaderno y con un lápiz sin punta tratan de dibujar las vocales para aprender a escribir y leer, según les mandó un viernes el profesor rural (¿pero cuál viernes?) cuando les anunció ?vengo el lunes? (pero ¿cuál lunes?) hace tanto que ya ni se acuerdan. De repente levantan la vista para ver la línea del horizonte, así de muy lejos; y contemplan lo mismo su padre y su madre, fatigados ambos con sus propios esfuerzos, y lo atisba el abuelo miope que no deja de rascar el suelo con una vara, y también la abuela que deshila una servilleta nomás porque no le gusta estar sin qué hacer. Allá lejos, el horizonte los ignora, pero el niño pregunta: ?Oiga, tata, ¿y que hay más allá de allá? Entonces responde el viejo: ?No sé, mijo, yo nunca he ido tan lejos?. Esa es la verdadera pobreza, carecer de todo, hasta de esperanza y no sentir siquiera la curiosidad de saber qué hay tras aquella línea de luz que aparece en los amaneceres y en los atardeceres.
Cuando el gobernador describía el estatus económico y social de esas municipalidades, tan dejadas de la mano de Dios, del Gobierno y de la sociedad, evoqué a mi viejo amigo, don Perfecto Delgado, del mero Ojo de Agua, en el deseo de ubicar la preocupación indignada de nuestro actual mandatario. Perfecto solía perorar en cada campaña política y repetía en su discurso las misérrimas condiciones que guardaba el vecindario desde los años 40?s: ?no tenemos agua potable entubada, señores candidatos; no tenemos luz en las calles ni en las plazas; no tenemos drenaje, no tenemos suficientes aulas en las escuelas, no hay plazas, ni hay campos deportivos, apenas hay uno que otro teléfono, no tenemos vigilancia policiaca, ni hay serenos que cuiden nuestro sueño; no tenemos suficientes autobuses urbanos, no tenemos trabajo, no tenemos sueldo...no tenemos...bueno, ¡no tenemos ni madre!
Lo que hoy no tendría progenitora es que ignoremos el sincero llamado del gobernador Moreira para hacer algo, en principio, a favor de quienes tienen nada. Esos seres fantasmagóricos que parecen fundirse en las ventoleras del semidesierto; que se llenan de polvo hasta los ojos, que no disponen de agua para siquiera limpiarse las pestañas; que a veces comen algo y a veces comen nada, con hijos que crecen en la ignorancia y cuando son jóvenes sólo buscan fugarse de su espeluznante medio social por cualquier vía: el bracerismo, la delincuencia o la drogadicción. Y que, sin embargo, todavía pueden ser redimidos y dignificados. Creo que hoy, o mañana, el Gobierno Estatal va a integrar un comité de jóvenes empresarios decididos a luchar por mejorar las condiciones en esas seis poblaciones de álgida situación económica. Y para que no haya equivocaciones en causas y fines, Moreira aclaró: ?no queremos acabar con la riqueza; lo que nos motiva es acabar con la pobreza?. Que así sea...