Por enésima ocasión abordo el tema de actualidad: ¿Quién triunfó en las elecciones? Nos dijeron que el candidato del Partido Acción Nacional. Ahora ya no sabemos cuál va a ser nuestro destino.
Heme aquí, cansado, somnoliento, desvelado: nunca duermo a profundidad ya que ensueño durante las horas de la duermevela; anoche mismo divagué que la luna era un queso, que un ratón lo ruñía, que un Sol amarillo fundía la esperanza, que los mexicanos hablábamos castellano y que nos respondían otras voces en una mezcla de lenguajes catastróficos, ominosos e impresionantes.
Los sueños suelen ser surrealistas pero resultan elocuentes y vívidos; irreales en tanto no logramos identificar su índole. Luego el clímax nos estremece y despertamos, ya no en los sueños, sino en las duras realidades que aplastan, abruman y hacen cortadillo nuestras mejores ilusiones. La sociedad había soñado, gracias a los medios electrónicos e impresos, en un partido de izquierda distinto a los tradicionales, que postulaba a un candidato de avanzada, anunciado como la más alta gracia de la modernidad liberal. No era cierto, desde la campaña la gente empezó a notar en el mesianismo autoritario de Andrés Manuel López Obrador todas y cada una de sus flaquezas, su intención de elegirse para seis años y su sueño de convertirse en otro López de Santa Anna o en un nuevo Porfirio Díaz vestido de civil. Por fortuna muchos mexicanos se dieron cuenta de sus verdaderos cometidos y votaron por otro candidato. El carácter tropical y volcánico de Andrés Manuel López Obrador vino a darles la razón.
La derrota pervirtió al Partido de la Revolución Democrática, a pesar de sus triunfos legislativos, convirtiéndolo en una organización frustrada, tozuda y fanática, adoradora fiel de un lagarto de río metido en oleajes democráticos y postulador, para colmo, de tsunamis democráticos en pos de construir -¿o destruir?- una sociedad que está, apenas, en recomposición política, económica y social. Cuestión al calce... ¿no han sido la democracia y el voto libre los argumentos inductivos de quienes luego devinieron dictadores y tiranos expoliadores de su propio pueblo?
Soñé -¿o ensoñé?- que votaba en el supremo ejercicio civil de escoger presidente de la República apoyado en el juego de “tin marín de do pingüé”.
¿Cómo hacerlo de otro modo, si en el magno mar de la palabrería preelectoral jamás nos fue posible identificar una idea programática, una proposición coherente o un plan pragmático en la enloquecedora y aguerrida Babel de las cinco campañas: como Hamlet: sólo oímos “words, words, words”...
Hoy pregunto y no encuentro respuesta: ¿Dónde estás, oh sufragio, causa de nuestros desvelos? ¿Te has perdido en el piélago anchuroso del Zócalo capitalino o divagas por las rutas, aparentemente inasibles, de la legalidad?...
¿Cómo sabrán los electores si con su voluntad pudieron llegar a ser, como bien querían, factores decisorios en el más importante evento electoral de un país que busca su mejor destino? No sabemos si fuimos protagonistas de la historia; pero confieso que mi partido perdió y reconoció su derrota aunque espero haya nacido ya el líder capaz de resucitarlo.
Su ex candidato, Roberto Madrazo, se perderá inexorablemente en las páginas del anecdotario político nacional, así como ya se han olvidado los usos y costumbres del partido fuerte que tanto dijeron admirar los estadistas John F. Kennedy y Charles de Gaulle.
No sé, tacha de nuestros desvelos, si viltroteas por las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México para escuchar las descabelladas exigencias electorales de una masa de miles de personas que el ex gobernador del Distrito Federal ha convertido en carne de inconformidad política, en vociferación popular y en alarido de protesta incontestable: “voto por voto, casilla por casilla”, demandas que se repetirán día tras día hasta que les den el triunfo que no obtuvieron mediante chantajes apoyados en la fuerza de la multitud, que hoy es barahúnda porque ayer no llegó a ser mayoría electoral. ¿Y si no...?
Aquí es donde los sueños y los ensueños se convierten en pesadillas. ¿Algún día los mexicanos podremos despertar a la comprensión de que nuestro sufrido país merece una mejor suerte, ajena a ideologías trasnochadas de izquierda, de centro y de derecha?