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HORRIBLE

Arturo Brizio Carter

Cuentan que en alguna ocasión el famoso tenor italiano Luciano Pavarotti fue invitado por unos amigos a presenciar la representación de una pieza de opera y la ejecución fue francamente mala; al terminar, alguien le inquirió al artista su opinión del evento, y el buen Luciano dijo: ?Qué fea es la opera fea?. Esta sentencia, que puede parecer una perogrullada, encierra sin embargo una gran lección.

Cuando una persona vive de y para una actividad, como el caso de Pavarotti, resulta obvio que una actuación pobre la sienta como una agresión a lo que más ama, y esto va más allá del respeto que te pueda inspirar el ejecutante, pues la primera falta de respeto la comete aquel que atenta contra la pureza del arte.

En el caso de la Copa del Mundo, tenemos que parafrasear al maestro diciendo: ?Qué feo es el futbol feo? o lo que es peor, es horrible.

En mi opinión, dos grupos del balompié lo están acabando: los directores técnicos y el arbitraje.

Los señores entrenadores le han ido sacando la sustancia al juego mediante esquemas ultradefensivos que lo que buscan antes de crear es impedir que el rival haga su propio juego.

De la misma manera, van robotizando al futbolista hasta secarle el seso e impedirle toda actividad creativa; la transpiración le ha robado su lugar a la inspiración, y los grandes divos desaparecen por inanición al carecer de materia prima para desarrollar su arte en medio de tácticas medrosas que sólo conllevan a la consecución de un resultado preconcebido.

La falta de respeto al juego mismo se ve sintetizada en la frase de algunos técnicos que dicen abiertamente que si el público quiere espectáculo, que vaya al circo, y lo peor de todo es que existen directivos que compran este bastardo argumento.

La regla de juego establece que para ganar un partido de futbol un equipo deberá anotar un gol más que su oponente; así de sencillo, sin embargo algunos vivales le han cambiado el espíritu al texto creyendo que es aquel que menos goles reciba quien será declarado vencedor. Es en esta falsedad conceptual donde radica la perversión de la labor de adiestrar a un equipo.

Por supuesto que hay excepciones pero la mayoría de los entrenadores se van volviendo chambistas, conformistas y terminan por hacer cualquier tipo de tropelías por conseguir el puntito que garantice el pago de la próxima quincena.

El arbitraje juega también un importante papel en este atentado a la integridad del juego más hermoso que se practica en la Tierra.

Todos los deportes han tenido una evolución desde el punto de vista reglamentario. Todos, menos el futbol que se sigue arbitrando como hace cien años, con un solo juez investido de un poder casi omnipotente, dependiente de sus piernas y del imperfecto sentido de la vista y apoyado por dos auxiliares de dudosa capacidad y poca disposición. De esa manera, el jueceo se ve superado por los apretados esquemas tácticos, la excelente preparación física, la tecnología que hace el balón más ligero y rápido, la televisión que muestra ángulos que el árbitro jamás podrá tener y los enormes intereses económicos que le exigen, por lo menos, perfección.

La capacitación es escasa, el pago raquítico, comparado no con el salario de los jugadores sino con la responsabilidad que conlleva su actividad, y el apoyo directivo nulo, lo que explica la crisis vocacional de esos hombres que tienen la obligación de velar por la majestad de la justicia.

Los aficionados tenemos que soportar encuentros con más de cincuenta faltas, todas bien marcadas, pero la pregunta es ¿y el juego? Porque no se puede concebir un espectáculo con esa cantidad de interrupciones, independientemente de las salidas de balón, atención al lesionado y el fuera de juego.

En el Mundial tendremos que esperar a los partidos definitivos para dejar de ver partidos que dormirían a un búho.

Cuánta razón tiene Pavarotti.

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