La sexualidad humana es algo maravilloso y a la vez trascendente, por estar incidiendo en ámbitos tan importantes en el desenvolvimiento integral de las personas y de los grupos humanos como lo es la dignidad intrínseca de cada individuo, el auténtico sentido del amor, la donación plena, exclusiva y permanente que supone el amor conyugal, a diferencia de los otros tipos de amor que pueden darse entre personas, el prodigio implícito que existe en la procreación y por ende la capacidad de fecundidad y de seguir poblando la Tierra que el acto procreativo encierra en sí mismo, pero además el hecho de que en los seres humanos ese acto no representa solamente la posibilidad de traer nuevos seres de la misma especie al mundo sino además el deber de educar con los valores y virtudes típicas de la masculinidad y la feminidad de los cónyuges implicados en el acto procreativo a la nueva criatura surgida del mismo; todo ello en relación con la constitución de la familia y por ende la salud social, educativa y moral de toda una sociedad, de la que siempre se ha afirmado que la familia es su célula primaria.
Es de tal importancia la sexualidad humana que las enseñanzas en torno a ella que debe recibir cada niño y cada niña, tiene que ser en cada uno de los sentidos, la adecuada para sus respectivos niveles de madurez: física, psíquica y emocional, sensibilidad, e incluso me atrevería a decir que hasta estado emocional específico en el momento en el que se le plantea este tipo de instrucción.
La delicadeza con que debe tratar todo educador este tema, debiera hacerle considerar individualmente a cada persona a la que se la aborda debiera de modo que procurara evitar cualquier connotación simplista con peligro de caer en la vulgaridad y la grosería, cosa que sucede muy a menudo tanto por que el receptor de dicha información caricaturice de alguna manera el contenido de lo que se le está impartiendo, como por que el lenguaje, los ejemplos, o especificaciones concretas, generalmente no pedidas que el emisor de la información sobre el tema muchas veces da indiferentemente sin considerar el efecto que pudiera efectuarse en el receptor de dicha información.
Me acuerdo al respecto de un amigo mío muy querido que un día conducía el automóvil a su hijo de aproximadamente diez años de edad hacia su colegio y recibió a botepronto la siguiente pregunta: ¿Papá: cómo se cruzan los perros? Mi amigo se asombró ante la pregunta y comenzó a impartirle en plena conducción una pretendida clase de biología, anatomía, fisiología y sexualidad a su vástago, cuando éste asombrado le especificó la pregunta: Es que se cruzan la calle midiendo perfectamente bien la velocidad de los coches cosa que muchos humanos no hacen. Creo que somos los padres de familia quienes estamos en mejor posibilidad de impartir esa instrucción básica de sexualidad a nuestros hijos, por todas las razones antes aludidas.