Mientras en Los Ángeles y otras ciudades norteamericanas arreciaron las protestas de hispanos, en el Senado se debate cuerpo a cuerpo la nueva Ley de inmigración a escasos días de la cumbre en Cancún entre los presidentes George W. Bush y Vicente Fox.
Hacía tiempo que no se veía en suelo yanqui un despertar tan fuerte de la comunidad latina y más concretamente de la mexicoamericana. Protestas de tal magnitud se vivieron en los años sesenta y setenta cuando el activista César Chávez encabezó el movimiento a favor de los trabajadores agrícolas.
Aunque lo ocurrido en Washington no es definitivo, el acuerdo alcanzado el lunes por los senadores indica una solución moderada y optimista al complejo problema migratorio.
No veremos la “enchilada completa” que promovió Vicente Fox al inicio de su mandato pero tampoco se aprobará le Ley Sensebrenner que convertía a los indocumentados en delincuentes federales al tiempo que planeaba construir un mega muro a lo largo de la frontera de México y Estados Unidos.
El comité jurídico del Senado votó por 12 a seis una iniciativa que incluye visas para trabajadores temporales, tal como lo propuso GeorgeW. Bush, pero además abre la puerta para legalizar a los millones de indocumentados que viven y trabajan en Estados Unidos.
Durante esta semana seguirán las negociaciones en el Congreso norteamericano de donde deberá salir una Ley unificada que votarán ambas Cámaras para finalmente ser aprobada o vetada por el presidente George W. Bush.
Sería un sueño de hadas si se consiguiera en esta semana una Ley que favoreciera a los inmigrantes y que sus detalles fueran discutidos en la reunión que sostendrán frente a las aguas caribeñas Fox y Bush.
Christian Ramírez, presidente del Comité Amigos Americanos de San Diego y experto en el tema migratorio, estima que las discusiones podrían prolongarse un mes aunque “tal vez no se llegue a ningún acuerdo concreto”.
Las presiones de los sectores conservadores norteamericanos no serán fáciles de eliminar a pesar de las recientes marchas que tomaron por sorpresa a la sociedad estadounidense.
En este país que gusta presumir de su sistema democrático no pueden desdeñarse las protestas masivas que se extendieron a universidades y preparatorias del Sur de California.
Pero tampoco es posible olvidar de la noche a la mañana la beligerancia de los grupos reaccionarios que a través de los “Minuteman” y otras iniciativas están dispuestos a todo con tal de impedir una amnistía para los inmigrantes.
El tema migratorio, al igual que la guerra de Irak, ha generado uno de los debates más prolongados y ríspidos en la historia reciente de Norteamérica.
Se calcula que existen más de once millones de personas indocumentadas en ese país, 6.2 millones provenientes de México, 2.5 millones del resto de América Latina, 1.5 millón de los países asiáticos y un millón más de Canadá, Europa y África.
Un reciente estudio reveló que uno de cada 20 trabajadores en Estados Unidos es indocumentado. Las cantidades no son contundentes si las comparamos con la migración europea del siglo XIX o la africana en la época de la esclavitud.
Pero el fenómeno migratorio que hoy en día lleva el nombre de México y el apellido de Latinoamérica mantiene en ascuas a los conservadores que han discriminado durante siglos a otras razas humanas y que hoy observan con recelo a una población latina que avanza tanto en cantidad como en posiciones políticas y económicas.
Aparte de abrir la legalización de indocumentados llegados antes de 2004, la iniciativa contempla aumentar en tres mil agentes la Patrulla Fronteriza, un programa especial de 1.5 millones de trabajadores temporales, aplicar fuertes sanciones a patrones que contraten a personas sin papeles y otorgar más visas a trabajadores de alta tecnología, entre otras cosas.
Se observa muy bonito el panorama para ser cierto, pero a estas alturas del partido todo es posible cuando se trata de ganar votos y simpatías para las elecciones de noviembre.
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