?A menos de que hagamos de la Navidad una ocasión de compartir nuestras bendiciones, ni toda la nieve de Alaska la hará blanca?. Bing Crosby
Hay que contar las bendiciones, por lo menos en esta época del año. Ahí están los agravios y los problemas que hemos acumulado durante el año. Y quizá son muy importantes. Pero estoy seguro de que hay también bendiciones en abundancia. Sólo se trata de que prestemos atención.
Por alguna extraña razón, en culturas muy distintas y en continentes separados por miles de kilómetros, los días finales de diciembre, aun en calendarios muy distinto al nuestro, han sido siempre un tiempo de festejos, de reflexión y de devoción.
El solsticio de diciembre, el día más corto del año en el hemisferio norte, representaba el inicio del invierno, con todos los rigores que éste tiene en muchos lugares. Desde hace siglos, quizá milenios, era importante festejar en estas fechas. Se trataba de una última fiesta antes de entrar a un periodo en el que muchos miembros de la comunidad podían fallecer. Las familias debían permanecer encerradas en cuevas y aldeas durante meses, rodeadas de nieve y desolación. La caza se dificultaba, la recolección se volvía imposible. La supervivencia se fundamentaba en el alimento almacenado en el otoño, el cual muchas veces era insuficiente.
Hoy todavía hablamos de ?enero y febrero, desviejadero?. Pero en otros tiempos esta expresión, que hoy mueve quizá a la risa, era simplemente explicativa. Los viejos morían en el invierno víctimas del frío, las neumonías y la falta de alimento.
Pero detrás del reto que significaba el inicio del invierno había también, siempre, una esperanza. Desde la antigüedad se sabía que el solsticio traía consigo el día más corto y la noche más larga del año. Pero ese mismo hecho significaba también que lo peor había quedado atrás. A partir del 22 de diciembre, los días se harían cada vez más largos y las noches más cortas. Los festejos del solsticio, por lo tanto, traían también un dejo de esperanza.
Hay indicios sólidos de que los festejos del solsticio de invierno empezaron en la época de las cavernas. Antes del surgimiento de la escritura, ya los pueblos pre-indoeuropeos celebraban en estas fechas. Cinco siglos antes de Cristo, los persas llevaban a cabo el Yalda o Shab-e Cheleh, que marcaba el nacimiento del dios Mitra. Los antiguos chinos festejaban el dongzhi, festival en el que, dentro del concepto de equilibrios entre los principios del yin y el yang, marcaban el inicio del alargamiento de los días. Los paganos germanos y nórdicos tenían el Yule en que se honraba al dios del trueno, Thor. Los celtas y druidas celebraban también el 21 de diciembre el principio del invierno. Los antiguos romanos daban rienda suelta a sus pasiones y desenfrenos en la Saturnalia, que se extendía entre el 17 y el 23 de diciembre. Los judíos también se reunían ?y se reúnen? en el Hanukkah o Chanukkah (se pronuncia Jánuca) para agradecer el triunfo de la luz, la Torá, sobre las fuerzas oscuras de los paganos. Los aztecas festejaban la derrota de Tezcatlipoca, el dios de la oscuridad, a manos del dios del sol, Huitzilopochtli, quien a partir del solsticio iría imponiendo la fuerza del día sobre el reino de la noche.
Los primeros cristianos no festejaban la Navidad. Para ellos el nacimiento de Jesús no era importante. Los momentos definitorios de la vida del Mesías eran su muerte y su resurrección, pero no su nacimiento. Durante siglos no se llegó a un acuerdo sobre la posible fecha de nacimiento de Jesús. Se sabe hoy que el nazareno debe haber nacido entre el año 4 y el 6 antes de la era cristiana (qué paradoja) pero del momento en el año no había ninguna información. Con el tiempo se escogió el 25 de diciembre, cerca de la fiesta del solsticio de invierno, como una forma de aprovechar la popular celebración romana de la Saturnalia a los festejos de la nueva religión que empezaba a prevalecer en el Imperio Romano.
Hoy el festejo navideño se ha hecho casi universal. Muchas comunidades no cristianas del mundo lo celebran o lo marcan cuando menos, aunque sólo sea como una pausa en las actividades cotidianas. No es difícil adaptarse. Los aztecas y otros pueblos indígenas de América aceptaron las festividades cristianas de diciembre porque también reconocían la importancia del solsticio de invierno. Lo mismo pasó con las tribus germánicas de Europa del norte o con los pueblos de otras regiones del mundo.
Todos acogemos con facilidad las celebraciones del solsticio de invierno porque todos tenemos vestigios de ese miedo que agobiaba a las comunidades de hace miles de años ante la llegada del invierno. Milenios después, cuando la tecnología y la medicina nos protegen de los rigores del frío, aún nos damos cuenta de que es un momento de entender las adversidades pero también de contar nuestras bendiciones. Ojalá todos podamos seguirlo haciendo.
QUÉ FÁCIL
Yo no sé para que hay tanto pleito. ¿Que los senadores eliminaron el impuesto a los refrescos, lo que reducirá en 4,000 millones de pesos el ingreso federal el año que viene? No hay problema. ¿Que hay que repartir otros 16,000 millones de pesos para satisfacer a los representantes de grupos de presión, desde rectores de universidades hasta agricultores, que exigen una mayor tajada del pastel del gasto público? Para que inquietarse. Simplemente decimos que se le sacará más dinero a la venta del petróleo y ya todo el mundo se puede ir a casa a descansar en Navidad. Qué fácil, ¿no?