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Jaque mate| Buena muerte

Sergio Sarmiento

?Si Alfonso muere en la montaña, es una buena muerte?. Lenny Quintana

Escuchaba ayer la entrevista que Guadalupe Juárez le hacía en La Red de Radio Red a Lenny Quintana, la esposa de Alfonso de la Parra, el montañista mexicano perdido en el Himalaya. Las esperanzas de que él o su compañero Andrés Delgado estén vivos son, lo sabemos, muy escasas. Pero en la aceptación de que una muerte en la montaña para un alpinista es una ?buena muerte? hay una filosofía que mucho nos hace falta a todos.

El miedo a la muerte ha acompañado al ser humano desde que tenemos conciencia de lo que somos. No hay momento en nuestra historia en que no hayamos mostrado este temor. Las primeras expresiones literarias, la Ilíada y la Odisea, están ya marcadas por el miedo y la reflexión sobre este tema. Siempre ha habido quien se muestra valeroso o incluso indiferente ante la muerte. Pero como lo señalaba el escritor argentino Almafuerte: ?Todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de la muerte?.

La muerte, sin embargo, es una parte tan inevitable de la vida como el nacimiento. Si no aprendemos a considerarla como un destino natural, no podremos darle su verdadero sentido a la vida. Albert Camus, el filósofo argelino-francés que consideraba la libertad la esencia del ser humano, lo expresaba de manera contundente: ?No hay libertad para el hombre mientras no supere el temor a la muerte?.

Para los creyentes, esta actitud debería ser natural. Casi todas las religiones del mundo se han fundado en la premisa de que hay algo más allá de la vida. Los antiguos griegos contemplaban una vida después de la muerte en un mundo subterráneo, el Hades, en el que los grandes guerreros gozaban de homenajes y de un trato especial pero en el que la tristeza reinaba de cualquier manera. Los cristianos y los musulmanes han heredado la visión de un paraíso para quienes se comportan con bondad en vida o para quienes difunden la palabra de Dios. Incluso los budistas, que no son propiamente religiosos, conciben una vida de mejoramiento continuo a través de reencarnaciones que llevan a estadios superiores de la existencia.

Para quienes no creen en Dios o no tienen certeza sobre su existencia, o para aquellos que sí ven un papel para la divinidad en el universo pero no la de intervenir directamente en la vida de los humanos, la muerte es un acertijo todavía mayor. Se convierte en una puerta que, muy probablemente, se abre a un abismo insondable de oscuridad y falta de sensaciones. La ausencia de conciencia es lo que más aterra; más que el infierno de los cristianos, la desaparición absoluta de los recuerdos, de los afectos, de los amores: de todo lo que nos hace ser lo que somos.

Dicen los científicos que la energía no se crea ni se destruye sino sólo se transforma. Esta ley de la física les ha dado cierta esperanza en el último siglo a muchos no creyentes de que al final de todo algo puede quedar después de la vida: quizá incluso esa conciencia que nos permitiría mantener nuestra individualidad. Pero la verdad es que, de no aceptarse el concepto religioso, lo más probable es que esa persistencia de la energía se lleve a cabo de maneras que no permitan que se mantengan ni la conciencia ni la individualidad. Nuestros hijos son, después de todo, una continuación de lo que somos, cuando menos en parte, pero con una conciencia completamente distinta a la nuestra. Por otra parte, nuestro cuerpo al ser enterrado o al quemarse se convierte también en energía actual o potencial. Pensemos simplemente que el petróleo que quemamos en nuestras actividades económicas o en nuestros automóviles no es otra cosa que la energía acumulada durante milenios de cuerpos de seres fallecidos. Pero poco alivio proporciona a nadie el pensar que 100 mil años pueda convertirse en Magna Sin Plomo para un auto.

Sea cual sea nuestro concepto de la muerte, de lo que no hay duda es que todos tendremos que enfrentarla. Ese paso hacia lo desconocido nos unifica a todos sin importar ideologías o creencias religiosas. Y no hay nadie que tenga una certeza absoluta sobre lo que ocurre en el momento en que los órganos vitales del cuerpo dejan de funcionar. Algunos creyentes fervientes llegan así a la muerte con el temor de quien no está seguro de que realmente existe el paraíso y en él nos espera Dios, mientras que no falta el ateo que enfrente la muerte con solaz y tranquilidad a pesar de estar convencido de que no habrá Dios que lo conforte al morir.

?Morir, dormir; dormir, quizá soñar?, se preguntaba el príncipe Hamlet en su soliloquio. Y como él, lo mismo nos preguntamos todos. Nuestra gran esperanza es soñar. Pero ante la duda, por lo menos podemos esperar que la muerte nos llegue cuando hacemos lo que es correcto o lo que nos llena de felicidad o de libertad. Una muerte buena, en las palabras de Lenny Quintana, es lo más que podemos pedir.

NO AYUDES COMPADRE

Ahora es el comité ejecutivo nacional del PRD nacional el que anuncia que realizará movilizaciones en Oaxaca para buscar la renuncia del gobernador priista Ulises Ruiz. Así, tratará de derrocar a quien no pudo derrotar en las urnas. Envía para encabezar la movilización al ex líder universitario Fernando Belaunzarán. Pero esta vez la Sección 22 del SNTE se ha deslindado y ha señalado que su movimiento no debe ser aprovechado por ningún partido político. Y con razón. Todo el mundo quiere servirse de los maestros oaxaqueños para promover su agenda política.

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