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Jaque mate| Himno Nacional

Sergio Sarmiento

?Hay un útil simbolismo en el hecho de que las banderas no ondean en el vacío?. Arthur C. Clarke

Al final, cuando ya toda la ceremonia había transcurrido y el nuevo presidente había prestado protesta desde la más alta tribuna de la nación, se entonaron las notas del Himno Nacional.

Ahí las diferencias desaparecieron. Todos los legisladores, de todos los partidos, cantaron al unísono. Cada quien a su manera, por supuesto. Los perredistas con el puño cerrado al aire, el viejo saludo comunista. Los panistas, con la mano sobre el corazón o con la foxista V de la victoria que primero utilizó el británico Winston Churchill. Los priistas con pequeñas banderas nacionales que ondeaban al aire. Pero lo importante es que todos guardaron silencio y todos cantaron el Himno Nacional.

Quizá en esto hay una señal de que, a pesar de todas las diferencias, las cuales se materializaron en los golpes y empujones de la mañana del primero de diciembre pero también en distintos momentos de las previas 72 horas, los legisladores siguen teniendo ese sustrato fundamental, esa mexicanidad, que es la llave para salir de cualquier reto o crisis.

Felipe Calderón cumplió con su promesa. Públicamente se había comprometido a prestar juramento ante el Congreso, ?no por capricho sino porque es lo que ordena la Constitución?. Y lo cumplió, en una sesión abrupta y riesgosa, quizá, pero ante el beneplácito de millones de mexicanos que se han cansado de ver a un presidente débil que cede constantemente ante las presiones de los radicales. Por eso los legisladores panistas vitorearon entusiasmados al acabar la toma de protesta ?Sí se pudo, sí se pudo?.

Pero otros también se adjudicaron la victoria. Un diputado perredista se me acercó después de la zacapela y me dijo: ?Lo hicimos [a Calderón] entrar por la puerta trasera y salir por la puerta trasera. Nosotros ganamos?. Ciertamente, si lo que buscaban era mandar un mensaje de protesta a México y al mundo, lo consiguieron, aun cuando su imagen como partido se haya manchado.

Los priistas no cumplieron con su amenaza de retirarse del pleno si se presentaba Vicente Fox, el panista que los sacó de Los Pinos en 2000. Se mantuvieron en el salón, en parte porque los perredistas habían bloqueado las puertas, pero en parte también porque ya no hubo la voluntad de manchar más la ceremonia.

¿Cuál será la actitud de la gente común y corriente, la que se entera de la política a través de los medios de comunicación, después de esta toma de protesta? Sólo las encuestas de opinión podrán darnos a conocer, en unos días, el verdadero sentir de la población.

De lo que no cabe duda es que vivimos en un país profundamente dividido. Mientras se llevaba a cabo la toma de protesta en el Congreso, Andrés Manuel López Obrador marchaba con miles de sus seguidores por el Paseo de la Reforma en protesta por la asunción formal de poder del ?pelele?. En el aeropuerto, por el contrario, cientos de viajeros se pusieron de pie y festejaron el momento cuando el presidente Calderón finalmente pudo rendir su protesta.

En su discurso del Auditorio Nacional, Calderón siguió ofreciendo dejar atrás las diferencias y empezar un diálogo entre los políticos que sirva para construir un país mejor. Pero las posiciones de los grupos políticos son demasiado cerradas. Andrés Manuel López Obrador, en particular, parece obsesionado por el poder. Ha mandado al diablo a las instituciones. Se ha autoproclamado presidente. Y ha jurado que no permitirá gobernar al ?pelele?, sin importar el costo que esto tenga para el país. Con una persona así es imposible negociar.

Lo curioso del caso es que López Obrador, con su radicalismo, está empujando a Calderón a ser un presidente más decidido de lo que habría sido en otras circunstancias. Vicente Fox habría saltado de alegría ante cualquier oportunidad de evitar un pleito y habría aceptado las ofertas que se le hicieron a Calderón para jurar en otro lugar, ?en el pasillo, en el baño?, a cambio de no tener un enfrentamiento. Pero Calderón ya no dejó ninguna opción: la Constitución le ordenada rendir protesta ante el Congreso. Queda claro que vivimos un momento muy difícil; pero los perredistas, a pesar de toda la importancia que se autoconceden, no son el principal reto para el presidente Calderón. Enfrentar el narco y el crimen organizado, aplicar la Ley, sentar las bases para un crecimiento económico sólido, crear empleos y generar un mayor número de empleos son las verdaderas tareas que debe cumplir. Las protestas del PRD son una simple distracción.

¿Podrá Calderón lograr sus objetivos? Si cuenta con el apoyo de la mayoría de los mexicanos, y de los legisladores, podrá conseguirlo. Quizá lo único que puede infundirnos optimismo en este momento es que en el Congreso el primero de diciembre todos los presentes, sin importar partido, dejaron de lado sus diferencias un momento para cantar el Himno Nacional.

OFICINA DE LA PRESIDENCIA

Juan Camilo Mouriño ocupa ya la jefatura de la Oficina de la Presidencia. El cargo, que ocupó José Córdoba en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, desapareció en el de Ernesto Zedillo. Pero aunque ya no existía formalmente en el organigrama, siempre alguien siguió desempeñando la responsabilidad: Liébano Sáenz con Zedillo, Raúl Muñoz con Vicente Fox. El trabajo, como cualquier otro, puede hacerse bien o mal, pero es realmente muy necesaria para coordinar los esfuerzos de un Gobierno. Por eso existe en casi todos los gabinetes del mundo.

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