“Un desacuerdo honesto es con frecuencia un buen avance”.
Mahatma Gandhi
La decisión final de la elección presidencial la tomarán el miércoles no los consejeros del IFE sino los miles de ciudadanos y funcionarios que en los centros distritales contarán los resultados de las actas de casilla. Hay indicios, sin embargo, de que el resultado final puede ser una sorpresa.
Andrés Manuel López Obrador entró a la elección del dos de julio como el favorito, quizá no de manera abrumadora, pero sí ligeramente sobre su rival Felipe Calderón. Si bien no todas las encuestas colocaban al tabasqueño en primer lugar, sí lo hacían las que tienen más repercusión en los medios de comunicación. Pero independientemente de a quién tenían en primer lugar, casi todas las encuestas mostraban un fortalecimiento de López Obrador a partir del segundo debate y en particular como consecuencia de las acusaciones a Calderón por su “cuñado incómodo”.
Quizá más significativo es que tanto los inversionistas de Nueva York como los apostadores de Las Vegas, para quienes atinar a un pronóstico es más que un ejercicio académico, hacían favorito al perredista. Muchos especialistas afirmaban, por otra parte, que en las encuestas había un voto oculto a favor de López Obrador en el amplio universo de las no respuestas.
Hoy, sin embargo, todo parece indicar que el panista Felipe Calderón será el triunfador de la elección presidencial más cerrada en la historia del país. En el momento de escribir este artículo, con el 98 por ciento de las actas computadas en el PREP, Calderón está adelante por un punto porcentual y con casi 400 mil votos de ventaja sobre López Obrador. Es verdad que el Programa de Resultados Electorales Preliminares no representa una muestra representativa de la población, por lo que podría ocurrir que en el dos por ciento de actas que queda por registrar se modifique el rumbo de la elección, pero la experiencia sugiere que esto es virtualmente imposible.
En caso que el conteo oficial de este cinco de julio ratifique la tendencia del PREP dos preguntas quedan en el aire. La primera tiene que ver con la actitud de los perdedores, y en particular la de López Obrador; la segunda con la del aparente ganador, Calderón.
López Obrador ha mantenido durante buena parte de la campaña y hasta la noche de la elección la posición de que respeta el trabajo del IFE, pero no si esto significa una derrota suya. En los últimos meses de campaña cuestionó constantemente al IFE. Además, sostuvo de manera testaruda que una encuesta misteriosa e inamovible le daba siempre diez puntos de ventaja y que todos los demás especialistas estaban equivocados.
En la noche del dos de julio, al dirigirse a sus simpatizantes una vez que el consejero presidente del IFE -al que él llamó “director”- señaló que el comité técnico no podía dar el resultado del conteo rápido debido a la diferencia tan estrecha entre el primero y el segundo lugares, López Obrador se autoproclamó vencedor y dijo que sus encuestas y conteos rápidos le daban una ventaja de 500 mil votos. Como ocurrió con la encuesta previa que supuestamente le daba diez puntos de ventaja, y que “comprobaba” que todas las demás estaban “cuchareadas”, el perredista nunca se molestó en citar el nombre de las empresas que habían realizado estos estudios o su metodología.
Si, como todo parece indicar en este momento, Calderón resulta triunfador con 300 mil o 400 mil votos, ¿cuál será la actitud de López Obrador? ¿Se negará a reconocer el resultado y afirmará que tiene esa ventaja de 500 mil votos que ha dicho tener? ¿Ordenará movilizaciones de sus grupos de simpatizantes -de los maestros de Oaxaca y los mineros de Napoleón Gómez Urrutia o de los cientos de miles que abarrotaron el Zócalo este domingo- o se limitará a presentar las denuncias a las que la Ley le da derecho ante el Tribunal Electoral?
Y si Calderón es presidente, ¿se dará cuenta realmente que un triunfo por un margen de menos del uno por ciento de los votos lo obliga a buscar acuerdos para impulsar su programa de Gobierno?
Haya ganado o perdido, López Obrador sigue convertido en un personaje fundamental de la vida de nuestro país. Si Calderón realmente quiere transformar el país, necesitará negociar con él y los perredistas o con un PRI muy debilitado pero que, como el PRD en las últimas dos Legislaturas, quedará convertido en un partido bisagra.
El próximo presidente de la República carecerá de una mayoría en el Congreso. Ésa es la decisión de los ciudadanos. Éstos han ordenado que, quienquiera que gobierne México en el próximo sexenio, llegue a acuerdos con la Oposición. Y se trata de un mandato que no será posible desobedecer.
ALIANZAS
Empiezan a surgir las lecciones de la complicada elección del dos de julio. Quizá una de las más claras es que los partidos grandes han cometido un error en sus alianzas. Es difícil pensar que el Partido Verde le ha aportado votos al PRI o el Partido del Trabajo y Convergencia al PRD. Pero ahora tanto el PRI como el PRD tendrán que compartir sus escaños en el Congreso con los pequeños. Mientras tanto los partidos que se presentaron solos por obligación legal, Alternativa y Nueva Alianza, han demostrado ya su capacidad de conseguir votos.
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