“El exceso de Leyes corrompe a la República”.
Tácito
A sus 89 años de edad, la Constitución mexicana sigue siendo extremadamente popular en nuestro país. Si bien ha habido políticos que han propuesto cambiarla, la mayoría de los mexicanos parece estar contenta con ella.
La idea que prevalece entre nuestra población es que los problemas del país surgen no de la Constitución sino de su falta de aplicación. Sin embargo, hay buenas razones para dudarlo. Una de las circunstancias que al aparecer ha impedido que nuestro país progrese como merecería es la falta de una mejor constitución.
El problema es de fondo. Tenemos una Constitución compleja y excesivamente detallada: en lugar de concentrarse en establecer garantías generales, toca asuntos que deberían definirse sólo en una Ley secundaria. Nuestra Constitución tiene 136 artículos principales y 19 transitorios. La de Estados Unidos sólo siete.
La nuestra ha sido enmendada 425 veces hasta diciembre del año pasado. La estadounidense tiene 27 enmiendas. Los cambios mexicanos modifican con mucha frecuencia los preceptos originales de la Constitución. Los de la Unión Americana han añadido en buena medida derechos fundamentales a los originales.
Mucho se nos ha dicho que la mexicana fue la primera “constitución social” de la historia. Y quizá ahí mismo radica mucho de su problema.
A los derechos individuales fundamentales establecidos en otras constituciones hasta ese entonces, la nuestra buscó crear una nueva serie de “derechos sociales”. Más que derechos, sin embargo, se trata de expresiones de buena voluntad. Los derechos a la salud, a la vivienda y al trabajo, por ejemplo, difícilmente pueden ser una garantía del Estado, especialmente cuando la propia Constitución establece reglas económicas que impiden una generación adecuada de prosperidad.
La actual Constitución mexicana se fundamenta en los principios liberales que dieron lugar a la Constitución de 1857, pero se le añadieron preceptos de la ideología socialista que prevalecía entre los triunfadores de la Revolución y que posteriormente servirían de base a la Constitución de la Unión Soviética. La URSS ya ha desaparecido, y con ello la Constitución soviética, pero esos principios siguen vivos en la Constitución mexicana.
El Artículo 25 le da al Estado la rectoría de la economía, esto es, la facultad de planear, conducir, coordinar y orientar la actividad económica. El 26 crea un “sistema de planeación democrática del desarrollo nacional”: están ahí los cimientos de la “planificación central” que fue la base del fallido sistema comunista. El Artículo 27 le da la propiedad “original” de las tierras y aguas al Estado lo cual hace de la propiedad privada una mera y graciosa concesión de los políticos a los ciudadanos.
Fija también límites a la extensión de tierra que pueda tener un propietario. El 28 empieza por prohibir los monopolios y las exenciones de impuestos, para después proceder a dar al Gobierno y a los sindicatos el derecho de mantener amplísimos monopolios. El Artículo 123 establece una detalladísima lista de derechos de los trabajadores que, lejos de hacerlos prosperar, han generado desempleo y una migración masiva a Estados Unidos, un país que supuestamente cuenta con una legislación laboral menos progresista que la nuestra.
El reparto de utilidades, por ejemplo, que para las empresas se convierte simplemente en una carga fiscal adicional en un país en el que ya hay demasiados impuestos y pocos servicios públicos, está establecido en la Constitución y requiere para derogarse de una mayoría de dos tercios en las dos Cámaras del Congreso de la Unión y una mayoría en la mitad más uno de los congresos estatales.
Son muchas las razones, por supuesto, de la pobreza y la injusticia que caracterizan a nuestro país. Pero no hay duda que la Constitución es una de ellas. Otras naciones del mundo están pudiendo hacer transformaciones internas que les están permitiendo ser más competitivos. Nosotros nos vemos detenidos en nuestros intentos por una visión dogmática de cómo debe operar la economía la cual fue plasmada en la Constitución por un grupo político a principios del siglo XX. Poco importa que ese sistema haya resultado ya un fracaso en la Unión Soviética y en otras regiones del mundo.
Me doy cuenta que la mayoría de los mexicanos sigue apoyando a la Constitución. Nueve décadas de adoctrinamiento han dejado un legado en el inconsciente colectivo nacional. Pero demasiados mexicanos que declaran su apego por la primera constitución social del mundo deben arriesgar la vida para ir a buscar empleo a un país, Estados Unidos, que tiene una constitución que ha resultado más generadora de riqueza que la nuestra.
FERIADOS
Las declaraciones de los líderes de la Unión Nacional de Trabajadores (Unete) y del sindicato de Luz y Fuerza, en el sentido de que no aceptarán la Ley que hace feriados los lunes cercanos a algunas celebraciones nacionales, como el cinco de febrero, revela que están más interesados en rechazar cualquier iniciativa que no venga de su grupo que en procurar el bienestar de los trabajadores. Hay pocas Leyes aprobadas recientemente que hayan tenido más apoyo de los propios trabajadores.
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