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Jesús/Diálogo

Yamil Darwich

Llegamos a otra Semana Santa, dedicada más al placer, la fiesta, el paseo y el descanso; menos a la reflexión enriquecedora sobre lo sucedido hace 2000 años. Para entender el suceso, tratando de dar otro punto de vista interesante, incluyendo los no creyentes, recordemos los antecedentes históricos en el plano humano; sin duda terminan por agrandar el estado de emoción y maravilla que nos generan.

Nuestro personaje nació en Belén de Judá; su infancia y primera juventud las pasó en Nazaret en vida familiar, con sus padres. Distintos textos apócrifos dan fe de ese tiempo, salpicados de historias y anécdotas verdaderamente deliciosas.

La Palestina de los tiempos de Jesús -Galilea y Judea- tenía costumbres sociales y tradiciones religiosas muy respetadas y hasta mitificadas, penándose con la muerte a quienes violaran los preceptos. Es importante dialogar sobre ello, para dimensionar al líder que cada año recordamos en estas fechas.

Casi toda su vida pública -de enseñanza- la vivió en las poblaciones cercanas al lago Tiberíades, centro de la economía regional al proporcionar peces, agua para la agricultura y sostén de pastos, alimento de los rebaños. Indudablemente Jesús disfrutó viendo a los pescadores navegar a toda vela, lanzando sus redes, teniendo la hermosa vista del Monte Hermón, generalmente nevado. Los galileos eran, según el historiador Flavio Josefo, orgullosos de sus orígenes, valientes, belicosos y hablaban fuerte, con voz bronca, especialmente frente a otros judíos. ¿Cómo somos los laguneros?

Su alimento básico eran pan y pescado, soportando doble carga impositiva; la de los fariseos, ricos, comerciantes, terratenientes, sacerdotes, y altos funcionarios públicos, a quienes debían aportar dos dracmas al año -correspondientes a dos jornadas de trabajo-, la primicia del dos por ciento de lo producido y el diezmo, -décima parte de ganancias- además de entregar el primer macho de sus ganados para “oloroso” holocausto. Por separado estaban los impuestos pagados a Roma.

Así, los ricos dominaban, viviendo en ciudades con influencia helénica; los trabajadores, pequeños propietarios, comerciantes, sacerdotes menores y levitas tenían muy pocas posibilidades de acumular riqueza y para los pobres, pescadores y trabajadores del campo, nulas oportunidades de acceder a una vida decorosa.

Sin duda sentían recelo hacia los fariseos, quienes a su vez los odiaban por considerarlos inferiores y se referían a ellos despectivamente, sin considerarlos verdaderos israelitas. Esos ricos y poderosos hacían cumplir las leyes a los demás, so pena de aplicar castigos terribles. Jesús les definió como “blancos sepulcros, con la pudrición por dentro”.

Las mujeres eran menospreciadas; su única relevancia estaba en su capacidad de engendrar hijos. No asistían a la escuela, ni recibían instrucción religiosa y las ubicaban en lugares ocultos de los templos. Podían ser repudiadas con cualquier excusa, incluida la posibilidad por ser feas o “desagradables” y ante el adulterio, apedreadas hasta morir; los varones las consideraban inferiores. Ahora le pido recuerde el trato dado por Jesús a su madre y a las mujeres que lo seguían, entre ellas María Magdalena.

Los niños varones asistían a una escuela común, pero sólo los ricos podían acudir a las rabínicas o superiores. La vida religiosa giraba alrededor del templo, con las enseñanzas de la Torah, siguiendo ritos dirigidos por el sumo sacerdote, acompañado de los sacerdotes mayores, ancianos y escribas que formaban el Sanedrín -del griego synedrion, asamblea- quienes ejercían autoridad y juicio sobre cuestiones religiosas y civiles. Los romanos autorizaban el nombramiento del sumo sacerdote, con la inteligente visión de evitar enfrentamientos y rebeliones.

Los simples ciudadanos y los pobres vivían permanentemente inconformes con los abusos de los ricos y algunos rebeldes, como el zelote Barrabás, protestaban y provocaban, de vez en vez, algún alboroto, rápidamente controlado por los soldados del templo o los romanos, quienes debían mantener el orden que permitiera trabajo y pago de impuestos.

Con esos antecedentes, muchos identificaron a Jesús como el líder rebelde, libertador de la opresión; pocos descubrieron que era más que eso: un ser superior, quien además, sin duda, sabía que era Dios Hijo. Le pido diferenciemos al Jesús hombre del Dios vivo; el primero vivió en su tiempo, predicó y enseñó; el otro permanece y es inspiración para los cristianos, más allá de los “ismos” inventados por los hombres -igual que los fariseos de antaño-.

Jesús fue contra la tradición religiosa de los judíos y los reto en el mismo templo, rompiendo sus enseñanzas, anteponiendo al ser humano, a los pobres, niños, jóvenes, enfermos y hasta las prostitutas; habló del Reino de Dios, definiéndolo como la misericordia del Padre ofrecida gratuitamente a todos los seres humanos, incluyendo los extranjeros. Ésta conducta generó escándalo entre los fariseos, por contravenir sus creencias y prácticas, en cambio provocó fascinación, entusiasmo y esperanza en el pueblo insatisfecho.

El colmo: para entrar al Reino de los Cielos no se necesitaba ser judío y los pecadores precederían a los ricos; así, la antigua predicación queda rota, hecho que amenaza seriamente al sistema social y religioso de su tiempo.

Revolucionó la docencia religiosa, al usar frases cortas o historias -parábolas- fácilmente recordadas por el pueblo, que en ese tiempo utilizaba la memoria para transmitir y guardar las enseñanzas.

Rompió con reglas básicas; por ejemplo, utilizar al inicio de la frase la afirmación -”en verdad os digo...”- cuando los fariseos insistían en decirlo hasta el final, con el “amen” -verdad, así sea-. Llamó a Dios Abbá -papá- irreverencia para los sacerdotes; y gustaba hacer juegos de palabras -paralelismos antitéticos- poniendo énfasis en la segunda parte de la oración -”el que busque su vida la perderá, el que la pierda por mí la encontrará”-. También usaba el “Yo” con autoridad, afirmándoles ser Dios -”hasta ahora se os ha dicho, pero Yo os digo”-. El colmo, curaba en su propio nombre, no en el de Yahvé -”yo os ordenó”-. Ahora podemos concluir el por qué, para el sistema de ese tiempo, era un líder altamente subversivo y había que eliminarlo. Lo desesperante para sus enemigos, era no encontrar cómo acusarlo, legalmente, de alguna falta grave ante los romanos.

Pudiéramos dejar como asentado el poder del Hijo del Hombre, pero no olvidemos que era Dios y sabía de su condición sobrenatural, dándose el gusto de anunciar su sacrificio: veladamente -”pueden acaso ayunar los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos”-; o explícitamente -”y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas -fariseos del Sanedrín-, ser muerto y resucitar a los tres días”-.

Desde luego respeto su posición ideológica, sea creyente o no; solamente lo invito a reflexionar en el personaje fuera de serie, quien cambió al mundo y nos puso las reglas claras sobre la jerarquización valoral, para que luego no hubiera justificación con base al desconocimiento. Le deseo felices Pascuas.

ydarwich@ual.mx.

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