Baalbek, Líbano
Entre los grandiosos templos romanos de Baalbek y el decadente hotel Palmira, que visitaba muy a menudo Jean Cocteau durante los años treinta, se detienen los autobuses que traen de vuelta desde Siria a los refugiados, en su mayoría mujeres y niños, que huyeron durante los bombardeos contra la Bekaa, el mítico valle libanés de población shii que, junto al sur del país y algunos suburbios de Beirut, es uno de los bastiones de Jezbolá, que rápidamente ha comenzado a reorganizarse. Como en el resto de las zonas shiies de Líbano, las labores de desescombro se desarrollan bajo la supervisión del movimiento islamista.
?Nuestro líder, Hasan Nasralá, ha pedido que se haga un plan de ayuda para aquellos que lo han perdido todo. Alquilaremos viviendas y les ayudaremos a comprar muebles?, explica Ahmad Raya, el portavoz en la Bekaa en la nueva ?sede? del movimiento en Baalbek, de 120 mil habitantes, situada al aire libre. Todos los edificios relacionados con el partido o con sus dirigentes han sido reducidos a cascotes, pero eso no impide que ya estén funcionando a toda máquina.
?El dinero llega de la gente que ayuda a la resistencia, un poco de todas partes?, responde Raya cuando es preguntado sobre el origen de los fondos necesarios para pagar las facturas de la reconstrucción. En la capital del valle de la Bekaa, una meseta situada entre las montañas de Líbano y Siria, de extraordinaria densidad histórica, hay muchas huchas (alcancías) de Jezbolá, aunque la prensa libanesa está convencida que la contribución iraní está siendo fundamental.
Este dirigente del movimiento islamista muestra cómo funcionan las cosas: han elaborado una lista con todos los daños -203 casas destruidas y mil 460 afectadas- y mientras financian la reconstrucción, se ocuparán de las necesidades inmediatas de las familias. No hay que olvidar que la fuerza de Jezbolá no viene sólo de su poder militar, sino de su capacidad para ayudar a los sectores más desfavorecidos entre los shiies. Uno de los edificios destruidos en Balbeek es un supermercado del partido, que ofrecía productos a precios de ganga.
Los militantes están un poco por todas partes, con sus inconfundibles anillos, aunque rara vez van armados. El portavoz Raya insiste en que la seguridad en el valle depende de la gendarmería y es verdad que su presencia es muy visible en las calles, desde luego más que el sur de Beirut. Algunos militantes se saludan muy afectuosamente en su salida de la clandestinidad, como si no se hubiesen visto durante bastante tiempo.
Quizá estén retornando los habitantes, pero no los turistas, que antes venían a cientos a visitar los templos romanos, uno de los más importantes conjuntos arqueológicos de Oriente Medio. ?Había ataques todos los días. La noche de la incursión llegaron decenas de helicópteros israelíes?, explica Husein, de 65 años, uno de los guías.
Las calles están adornadas con todo tipo de símbolos de Jezbolá que también aparecen, en forma de camisetas, llaveros o chapas, en las tiendas de recuerdos. ?Hemos aguantado 34 días gracias a ellos?, señala Ahmed Yume, de 61 años, el dueño de una de las tiendas y agrega: ?Si no llega a ser por la resistencia las tropas israelíes estarían aquí?. (El País)