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Juan Soriano entre sus elementos

Carlos Monsiváis

Uno de los aspectos más llamativos de la vida de Juan Soriano (1920-2006) es su condición primera, la de ?niño prodigio?, el escuincle (siete u ocho años de edad) que recibe de Alfonso Michel la frase profética: ?tú serás pintor?; el adolescente que llega a la capital y rápidamente amista con la élite cultural; el autodidacta cuya ?universidad particular? es el trato (el magisterio no por involuntario menos profundo) de Octavio Paz, Elena Garro, Diego de Mesa, Alfonso Reyes, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Lola Álvarez Bravo, María Izquierdo; el joven cuya primera exposición en México ya es tomada en serio.

Soriano, enfant terrible. Sin embargo, por encandiladora que sea su precocidad, Soriano jamás la convierte en bandera; la asume porque es inevitable pero, y ésta me parece una de las pruebas de su gran inteligencia, se distancia con ironía de su condición excepcional (?a fuerza de leer y de conversar con personas ocultas, pasé de niño prodigio al rango de retrasado mental. Estaba lleno de ideas confusas y delirantes, y pintaba con ojos turbios y desvelados?), y aprovecha a fondo ese ?saltar etapas? para integrar las experiencias de otras generaciones y, gracias a tal perspectiva, no dejarse sujetar por el impulso adquirido.

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La religión del arte. Soriano se forma en la fase final del periodo donde, para aceptar las atmósferas laicas, aún se requiere de un tránsito devocional: la conversión literal al arte, la experiencia única, singular, que distingue a la persona en la sociedad. Ser artista es, según este criterio, vincular todo lo que se vive con lo que se escribirá o se pintará, saber que más allá del arte aguarda la nada: ?la humanidad viviente está acompañada por las formas que hicieron los hombres, las filosóficas, las verbales y las visuales. Si no hubiera esto seríamos nada, como changos; para mí el arte es lo primero: el hombre en bruto es un artista que se expresa, que imagina, sueña, hace formas?.

Juan Soriano nace en Guadalajara, Jalisco, el 18 de agosto de 1920, en el seno de una familia de clase media, el quinto hijo y el primero que es varón. En esos años, Guadalajara es el centro de preservación de una estética (llamada por López Velarde ?la patria íntima?), que rechaza las innovaciones de la capital de la República y las juzga heréticas, apegándose al pasado de colores, melodías, formas arquitectónicas, cultura oral, refranes, sucedidos, objetos. A la ciudad natal Soriano le atribuye la predisposición creativa, y el esquema valorativo: ?salí a los 15 años de Guadalajara... y ?qué cosa más rara y curiosa?: siento que los pocos años que viví allá fueron los más importantes, los más definitivos y los que constantemente me sirven de parámetro para medir la vida y los demás lugares que he visitado?. Él, sin duda, evoca la ciudad de dimensiones manejables, de majestuosidad resentida como ?sentimiento de orgullo casero?, de las 13 tías a disposición de cada provinciano y que bordan juntas en un enorme bastidor, de la plenitud de ?intimidad?, que es la negación del ?progreso? que ya arrasa a la capital. Es la ciudad de Guadalajara del gusto popular recóndito, de la sensibilidad que se declara ?amor a la tradición?, de las casas como museos y bibliotecas, del arte sacro como fiesta cotidiana.

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En 1950 y 1952 Soriano vive en Roma, en donde pinta, hace cerámica y encuentra ?un pedazo del alma que yo había perdido. Todo usado por el tiempo: las piedras, las esculturas, los templos; todo lleno de pátina humana y calurosa?. A su regreso a México, en donde es y seguirá siendo hasta el final figura social imprescindible, Soriano es reconocido por pequeños grupos que lo admiran y van comprando su obra, pero su situación, como la de la mayoría de los pintores, no es fácil. El mercado de arte es realidad incipiente, y depende en mucho de los norteamericanos, el Estado sólo se interesa en la promoción (y en su caso específico, en el encarcelamiento) de los muralistas. Soriano se entrega a su antigua pasión por el teatro y participa en Poesía en Voz Alta, la empresa de vanguardia, la puesta al día de los clásicos de la lengua. En Poesía en Voz Alta, junto con los directores Héctor Mendoza, Juan José Gurrola, José Luis Ibáñez, con los escritores Octavio Paz y Juan José Arreola, con la pintora Leonora Carrington. Poesía en Voz Alta es un momento liberador del teatro, el movimiento que declara la muerte del teatro rígido de ?tres unidades? y con acento castizo. Y los memorables decorados y los vestuarios de Soriano resultan indispensables, al combinar magníficamente la seriedad y el desenfado que distinguen al grupo.

Paulatinamente, luego de su explosión vitalista, Soriano vuelve al refinamiento extremo, ya desde otra perspectiva, la del distanciamiento que es obsesión pictórica. Vive en Roma en 1956-57, expone múltiplemente, hace escenografías, atraviesa en 1968 por una severa crisis personal (?la angustia casi siempre proviene de un error personal y de ocultarse a sí mismo una falla de la vida actual, no de la vida del pasado; por eso no creo en el sicoanálisis, por ese énfasis tan bárbaro en el pasado?), pinta siempre, aun en las condiciones anímicas más adversas. En 1970 se establece en Roma y en 1974 se instala en París. Su pintura, su escultura, su cerámica, sus dibujos, se van alejando de la temática que él ha consagrado. Soriano desiste de las alegorías, y se concentra en una obra por así decirlo sin asideros literarios o simbólicos, de fijación de acciones contemplativas, de tratamiento del color como la plenitud sin más, de elección sólo al parecer arbitrario de sujetos pictóricos: gatos, caballos, toros, aves, retratos ocasionales, puertas y ventanas, jarrones, sillas, floreros, esqueletos del rubor policromo, becerros (?me puedo pasar horas viendo un animal; la forma como se mueve y expresa los sentimientos es fascinante?).

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El refinamiento (la inteligencia de la sensibilidad) permanece, pero ya en cada cuadro, o en cada objeto implanta sus propios contextos. Surgido del arrobo y del desencanto (del modo en que la práctica del oficio es la estrategia de sobrevivencia sicológica), el arte de Soriano en las décadas recientes es de una extrema y complejísima sencillez, la armonía que convoca a la variedad de estados de ánimo, el color que aspira a ser en sí mismo una cosmogonía. Mientras esto sucede, a Soriano lo alcanza, y de varias maneras, el reconocimiento, expone en numerosos países, recibe premios nacionales e internacionales y en conversaciones y entrevistas se contradice y contradice, maneja teorías deslumbrantes, es pródigamente autobiográfico sin caer jamás en lo confesional. En su madurez y en su vejez, Soriano recuerda y olvida, él no es más grande que sus obras, y aún, como el aforismo de Canetti, está lleno de imágenes que anhelan ser rescatadas, de frases que remiten de inmediato a cuadros: ?sin la muerte nada tendría valor: cada dibujo que hago, cada conversación que tengo, cada momento que vivo; son únicos e irrepetibles y lo son porque va a pasar el yo que lo vive?.

Escritor.

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