Me gustaba más en sus actitudes anteriores cuando se mostraba conforme a su ideario personal renuente a aceptar a quien su yo interno le decía que era lo contrario a lo que siempre había pensado. Al llegar a la casa que tradicionalmente habita el presidente de la República lo primero que hizo fue ordenar que fuera descolgada la pintura al óleo que retrataba de cuerpo entero al indio de Guelatao y enviada lo más lejos posible de su vista. Se mostró intolerante pero acorde con su manera de sentir las cosas.
En una de sus comparecencias en la Cámara de Diputados un coro improvisado de legisladores repetía una y otra vez el patronímico del insigne patricio recordándole quizá que a fuerza de ver la realidad era un héroe que estaba juzgado por la historia de donde no le era posible borrarlo como pretendió hacerlo con el lienzo al retirarlo de su despacho, respondiendo desde la tribuna con un gesto irónico de sí, sí, Juárez, Juárez, dando la impresión de que pensaba cómo dan la lata, qué manera de moler, ya ‘chole’ con ese mito.
No está bien que un presidente se niegue a reconocer la huella que dejó este insigne personaje en el sentimiento popular, pero qué se le va a hacer. Lo aborrece quizá por lo que hizo con los bienes de la Iglesia o peor aún, por motivos meramente raciales. Ese odio, que nunca ha pretendido ocultar, se entiende, se justifica.
Las Leyes de Reforma aún causan escozor en ciertos sectores sociales que no acaban de comprender cuán importante era separar la Iglesia del Estado.
La ascendencia del titular de Los Pinos al encontrarse con las raíces indígenas se exteriorizó en un desprecio que a través de los años ha venido mostrando cuanta vez se lo propone. Eso está bien. No tiene por qué reprochársele. Son sus sentimientos personales los que lo mueven. Hacerle cambiar sería casi imposible. Sin embargo, en los últimos tiempos lo hemos visto posando para los fotógrafos rodeado de etnias con lo que se trata de destruir la versión de que no traga a los que tienen un color distinto de piel.
Está por demás aclarar que no llamó para posar a gente harapienta, mostrando a aborígenes bien ajuareados, bien comidos, con gente mayor y chiquillos vestidos con trajes regionales recién estrenados, mandados hacer expresamente para la ocasión.
Eso no se le creyó real porque estaba mostrando a un Vicente Fox diferente. Acostumbrado a los saraos y maitines de palacio con gente bonita no convive con los mexicanos de pura cepa, cuyos orígenes se remontan a un período anterior a la llegada del navegante genovés Cristóbal Colón.
Hemos de creer que se trataba de sacar videos y fotos que demostraran a una familia presidencial cercana a las clases sociales más desprotegidas en este país. Había un claro propósito publicitario con fines eminentemente políticos de fingimiento. Nada más. Hacía su trabajo y ya. Un gobernante lo es de todos, no se ve mal que como buen actor, los que se dedican a la cosa pública lo son, encarne papeles que pueden no ser de su agrado pero necesarios como parte de un comportamiento republicano.
Se daba por hecho que estaría ausente en la celebración del Bicentenario del Nacimiento de Benito Juárez García que tendría verificativo en el pueblo del que éste era nativo.
Pero es el caso que rectificó, se supone que por la cercanía de las elecciones en las que se elegirá a sus sucesor, acudiendo también a una conmemoración igual en el Congreso de la Unión.
Me gustaba más el Vicente Fox que le daba la espalda a cualquier acontecimiento que tuviera que ver con el presidente Juárez. Todo forma parte de las creencias mas profundas de su ser. Su presencia en las solemnes ceremonias, después que durante cinco años mostró su reluctancia para asistir a los festejos propios del 21 de marzo, no lo hizo con júbilo sino al revés enseñando un ceño adusto, con cara de pocos amigos.
Se veía a leguas que no estaba ahí por el gusto de presidir el acto, sino más bien por que lo empujaban las circunstancias. Había arribado al lugar en helicóptero, lo que le permitió no tener un contacto directo con los lugareños, yendo por las calles rodeado de elementos del Estado Mayor Presidencial. Se mantuvo alejado de las masas y terminado el evento se apresuró a retirarse, después de machacar que el país debe sostener el rumbo. Ni tan siquiera se acercó al libro donde personajes de prosapia que visitan el lugar suelen dejar un pensamiento alusivo. Tal era su prisa por abandonar el terraplén donde acababa de celebrarse la ceremonia. En fin, lo dicho, me gustaba más el Vicente Fox original, genuino, auténtico, que no era dado a mojigangas.