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La anarquía electoral

Gilberto Serna

Lo sucedido en tiempos post electorales trae a los políticos vueltos de cabeza no alcanzando a comprender cómo, en una absoluta confusión electoral, haya quienes se ostenten como presidentes producto de una elección, sin que haya una resolución legal de autoridad competente que así lo haya declarado y que se junte un mundo de gente, sacando los fierros como queriendo pelear, sin que ninguna autoridad se le ocurra qué hacer para que no se siga adelante con esto que está fuera de control.

Hay un desenfreno de las partes en disputa que no deja imaginar en qué va a parar el asunto. Nada menos en estos días veía fotografías que nos presentan a quienes, en una abigarrada multitud, se reunieron en la plancha del Zócalo del Distrito Federal, desbordando en mucho su espacio, convocados por Andrés Manuel quien se está atribuyendo el triunfo en los comicios del día dos, a pesar de las disposiciones del IFE en el sentido que ninguno de los contendientes debería considerarse vencedor.

Igual leí que la defenestrada priista Elba Esther Gordillo al referirse a Felipe Calderón lo llama presidente electo, diciendo que su valoración es política no jurídica, anunciando Felipe que recorrerá el territorio nacional para agradecer los votos en su favor. Él mismo se autoproclama ganador y se conduce ya como gobernante.

No hay quién ponga un alto a estos excesos que calientan el ambiente político más de lo conveniente. Tal cual se presentan, al asunto, lo único que se está consiguiendo es alimentar el odio entre los distintos estratos sociales. El Instituto Federal del ramo parece haber sido rebasado por los acontecimientos. La verdad es que se ganó a pulso el que ahora nadie lo tome en cuenta, al sospecharse -es, creo, más que una simple sospecha- que actuó con gran parcialidad para beneficiar a una de las partes. Hizo una labor poco transparente que dio pauta para pensar que algo no estaba bien cocinado en el proceso electoral. Tan malo salió para preparar el menjurje que, como luego dicen, el agua se les estaba quemando. Puede ser que se haya tratado de errores, más que de irregularidades propiciadas para favorecer una de las candidaturas, lo que no obstante dejó un mal sabor de boca por aquello de que ese organismo electoral, como la mujer del César, no sólo debía ser honrado sino también parecerlo. No hagas cosas buenas que parezcan malas, dice el silabario popular. El silencio, en la noche del día de la elección, pareció un recurso de abogados rábulas carentes de imaginación, que mascullaban incoherencias sobre los resultados.

Para el próximo domingo se anuncia una manifestación, sin que la autoridad electoral ni tan siquiera alce las orejas. Se entiende que su investidura se encuentra deshilachada debido a que presunta e indebidamente tomó partido. Sus integrantes no pudieron o no quisieron mantener el imperio y la majestuosidad que sus cargos requerían. Lo menos que podría decirse es que vaciaron por una hedionda alcantarilla el mando que la nación les había entregado para que dirigieran los comicios.

Ante los excesos de los dos candidatos punteros ¿no es ahora posible que les haga un llamado a la cordura dictando las medidas que impidan se continúe atizando el fuego de la discordia? Está claro que no le harían caso, aun amenazándolos con expulsarlos de la contienda. Demasiado tarde, hace un buen rato se les subieron a las barbas. El Tribunal Electoral, a quien recurrieron los partidos pidiendo justicia, pudo haber decretado como primar medida que ambos candidatos guardaran la compostura que exige el momento, sin embargo, los magistrados se paralizaron ante la crispación de los contendientes concretándose a fijar la vista en los infolios que contienen las demandas de las partes, dejando que el tiempo transcurra, tal si fuera normal lo que hacen los candidatos al desfogar lo que les place, sin más límite que lo que su voluntad les indica.

Yo ya la hice, parecía decirse el buen Felipe. La realidad es que falta que el Tribunal Federal Electoral se manifieste al respecto. El candidato sabe que todo se reduce a una faramalla, ¿entonces?, ¿qué es lo que pretende obtener con simular lo que todos saben que todavía no es?

Decirle al pueblo que ganó ¿para qué?, ¿se le queman las habas por sentir el halago de la gente o para que no desfallezca el ánimo de sus seguidores, cayendo en las redes de los rivales?

¿O para en las largas noches de insomnio taparse con la cobija hasta la cara para así alejar el fantasma del fracaso o que a fuerza de tanto decirlo los magistrados no tengan más remedio que reconocer que es el ganador o para que al pueblo no le caiga de sorpresa porque el candidato ya sabe, con la presión que han ejercido sus influyentes partidarios, cómo va a dictaminar el Tribunal? Esto por lo que ve a Calderón.

En lo concerniente a López Obrador ¿qué busca?, ¿amilanar a los magistrados, para que fallen a su favor o para que a esos magistrados no les hagan mella las intimidaciones de ciertos empresarios?, ¿demostrar que tiene un poder de convocatoria que no posee su oponente?, ¿poner en una especie de Estado de sitio al país para que se le haga justicia?, ¿de refilón tenernos con el Jesús en la boca?, ¿demostrar que en este país la única manera de conseguir que se haga justicia es mediante la amenaza de usar la fuerza?

La verdad es que, en ambos casos, los que podían poner orden los han apapachado, tolerando sus constantes desaguisados. A eso se le llama: anarquía, desgobierno y desbarajuste.

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