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La desesperación

Gilberto Serna

Hasta ahora el candidato que compite en la elección de presidente de la República ha caminado entre víboras chirrioneras que no le han impedido, me refiero al antaño partido al que le llamaban la aplanadora, ir avanzando, aunque a veces lo haga en círculos volviendo una y otra vez al lugar del que partió.

El PRI está invirtiendo en medios electrónicos para que la ciudadanía se dé cuenta que aún existe.

En los grupos ha habido de plano defecciones de antiguos militantes, los que ven con disimulada amargura las encuestas que los ponen diez puntos abajo del que va en primer lugar. Se rumorea que para ser listado como candidato a una diputación federal el equipo madricista requiere que se inviertan diez millones de dólares en tanto que para senador la cantidad asciende a 20 millones de billetes verdes.

Los recursos serían erogados en sus campañas e impulsarían la de Madrazo. Lo que puede o no ser cierto pero dado el nerviosismo que se está apoderando de los cuadros dirigentes esto huele a chamusquina y tiene un marcado sabor a derrota adelantada.

A menos que en lo que resta para llegar al dos de julio pase algo inusitado.

No acaba de digerir la pesada losa que significan dos gobernadores priistas cuya conducta ha sido cuestionada uno, como dicen en mi pueblo, por irse largo con los dineros puestos bajo su cuidado, esto es, por enriquecimiento ilícito y el otro, por abuso de poder, cuyo hecho ha escandalizado a la opinión pública en la puritana Puebla de los Ángeles y se ha extendido a toda la República Mexicana.

A eso agréguele la ruptura con una lideresa magisterial en que no se sopesaron las consecuencias de dejarse llevar por los jugos biliares, en decir, frente a una situación caótica no se actuó con la prudencia que se requería. Se creyó que sería sometida en la primera oportunidad. Lo que no sólo no ocurrió sino que dio lugar a que un grupito de gobernadores disidentes la aprovecharan para llevar agua a su molino.

En medio de todo esto, recuérdese que estamos hablando de política, la sensibilidad de quienes apoyan a los candidatos se dan cuenta que cada vez está mas lejos de obtener el poder y de las canonjías que trae el estar del lado de los vencedores, por lo que están prestos a abandonar el barco que zozobra.

Nadie ignora que el partido de revolucionario sólo tiene el nombre. Durante años se fue transformando hasta convertirse en un bastión de intereses ajenos a una ideología política y social avanzada. La traición lo convirtió en un partido de opulentos. Es entonces cuando el partido se desdibujó convirtiéndose en algo semejante al Partido (de) Acción Nacional con pequeñas diferencias.

Si en algún tiempo pasado se discutió si podían ser admitidos los dueños del poder económico ahora, al paso de los años, no hay duda que han desplazado a las clases populares a las que sólo se autoriza a votar.

Las campañas políticas han encarecido el mercado de candidaturas, por lo que nada más los adinerados o los que cuentan con mecenas entre la clase pudiente pueden competir. Es obvio que el proyecto de nación no puede ser el mismo a quien la fortuna le sonríe que al que tiene que partirse el espinazo para llevar algo de comer a su familia.

El ciudadano común y corriente piensa que ninguno de los candidatos merece que se tome la molestia de salir a votar y si lo hace su sexto sentido le dice que debe hacerlo por el menos malo.

Es que está viviendo en estos seis años de resaca en que se le emborrachó con promesas tras promesas incumplidas para al último decirle que ya vendrán años mejores en que otros se encargarán de sacarlos de su abatimiento.

Mientras los desajustes sociales seguirán golpeando a las clases populares que carecen de partido. La ciudadanía está atrapada en un círculo vicioso debido a que no tiene opciones pues nadie le garantiza que de los candidatos que quieren llegar a la Presidencia haya alguno que lleve adelante sus ideales.

Si es Felipe se piensa que sería más de lo mismo. A Roberto, desatadas las ambiciones, se le echaron encima las broncas que no lo han dejado ni respirar en paz. En el caso de Andrés Manuel es sintomático que la gente quiere creer en alguien para no caer en el negro abismo de la desesperación.

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