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La discordia

Gilberto Serna

El gobernar en estos días tiene la enorme dificultad de que hay que tomar decisiones que forzosamente afectan a algún sector de la población, dada la complejidad de los problemas sociales. Por eso no podemos juzgar los hechos sino hasta que pasa algún tiempo pues de otro modo nuestro juicio se verá afectado por cargas emocionales. Después de siete horas de enfrentamientos callejeros, copio textualmente la nota periodística, elementos policiacos recuperaron para las fuerzas del orden el zócalo de la ciudad de Oaxaca. Las tropas federales, se agrega, para lograr ese objetivo, sortearon media docena de escaramuzas y refriegas. Hubo, se dice un saldo de dos muertos y decenas de civiles lesionados. Se usaron por cuenta de las fuerzas públicas, granadas de gas lacrimógeno, 14 tanquetas antimotines que arrojaban fuertes chorros de agua y hay quienes dicen que otra sustancia química no identificada que causaba ardor en la piel y en los ojos, seis helicópteros y regresaban las piedras que les lanzaban los contrarios. Los grupos pertenecientes a la asamblea popular de pueblos de Oaxaca, repelían sin éxito el avance de los policías con piedras, palos, cohetones rellenos de clavos, varillas, bazukas caseros y bombas molotov, sin embargo, oh manes del destino, los muertos los proporcionaron únicamente los subversivos

La información apunta, además, que una vez conocidos los acontecimientos líderes religiosos, empresariales y políticos coincidieron en que el uso de la fuerza era necesaria pues, dijeron altos prelados de la Iglesia, para eso tiene el Gobierno la fuerza pública, debe hacer valer los derechos de los ciudadanos, tratando de conseguir que se den condiciones para establecer un verdadero diálogo, en un ambiente responsable. En fin, todo parece muy bien. Ahora habrá que seguir con las medidas que enfríen los ánimos obviamente exaltados de los contendientes. Los de la asamblea de los pueblos deben entender que la violencia no es el camino para resolver los problemas que les aquejan. El Gobierno a cargo de Vicente Fox, hizo lo que era necesario. Algunos dirán que se demoró pero la realidad es que dejó constancia de que puso todo su empeño en arreglar el asunto mediante el diálogo. Lo llevó hasta donde pudo sin ser escuchado. Su actuar fue de lo más moderado. Aunque tuvo que aplicar la regla de oro de que la primera obligación de un Gobierno es mantener su statu quo, luego lo demás.

Como siempre sucede, habrá quien aplauda la medida, quien no esté de acuerdo y quien se mantenga impertérrito ante lo ocurrido. Es clásico que, ni estando los hechos a la vista, nadie coincida con lo que pasó. Unos dirán que el Gobierno se tardó en poner orden, otros que hizo bien en fajarse los pantalones, los más ni siquiera se tomarán la molestia de asumir que todos estamos involucrados. Eso, se dirán, es cosa que ni nos va ni nos viene. Lo que ahora todo mundo se pregunta si valió la pena. Las clases están suspendidas y se mantendrán así indefinidamente. Han sido abatidos 14 miembros de la APPO. La entidad no ha recuperado la tranquilidad. Hoy el miedo se ha apoderado de los habitantes. Las noches se han vuelto un aquelarre. ¿No había más que hacer? Creo que no. No obstante si usted golpea un panal de abejas lo mejor es que se prepare por que habrá una respuesta. Lo que sí es que la seguridad brilla por su ausencia. Los focos rojos continúan encendidos. La zozobra de ninguna manera ha terminado.

Mientras no vuelva el clima de tranquilidad no se puede decir que el asunto está resuelto. Será cosa de esperar que se reintegre la calma. Los appoistas se encuentran refugiados en instalaciones de educación superior. Lo peor que podría pasar es que se contamine a los estudiantes universitarios. El ingreso de la fuerza pública hasta ahora ha sido recibida con gran entusiasmo por ciertos sectores de la sociedad. Lo mejor es que hubo una reacción enérgica del Gobierno Federal, quizá impulsados por la muerte de un camarógrafo que puso al Gobierno de Washington dentro del problema. La cosa es que llegó la hora de hacer algo drástico. En este momento Oaxaca es una ciudad fantasma. De aquí en adelante cualquier calamidad puede acontecer. Las barricadas continúan, aunque en menos proporción. Lo que habría que preguntarnos es si la pobreza ancestral que priva en Oaxaca tuvo algo que ver con estos arrebatos sociales, porque de ser así tardarán largo rato en acabar con la discordia.

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