Niños chinos son víctimas del sistema que persigue a toda costa el éxito social, aún cuando la presión tiene consecuencias irreversibles.
EFE
Pekín.- Desde que llegó a China el MBA (Máster en Administración de Negocios) para niños, con clases de matemáticas, economía o inglés, la vida de muchos de ellos no ha sido la misma y son víctimas de un sistema que persigue el éxito social a toda costa.
Sin casi tiempo para jugar, con visitas al psicólogo por estrés antes de cumplir los seis años, la infancia de muchos niños chinos se centra en torno a un objetivo fijo, tan distante como certero: el examen de acceso a la universidad.
De su resultado dependerá una vida marcada por el éxito o condenada al ostracismo, por lo que muchos padres no dudan en pagar las desorbitadas tasas de acceso a alguno de estos cursos, que en el caso del MBA superan los dos mil 500 dólares y que aseguran un futuro brillante para sus alumnos.
"Se puede ver el futuro de un niño cuando sólo tiene tres años", reza un antiguo proverbio chino en la página web del grupo Neworld Edu, que ha iniciado el programa "Nobel Baby" en varias de sus escuelas en Shanghai.
Sus cursos pretenden desarrollar las capacidades del niño "en el momento crítico para el desarrollo físico y mental", que creará "el 'super-bebé' y el campeón Nobel, centrándose en el desarrollo del individualismo y el pensamiento bilingüe", señala su publicidad.
Y todo eso antes de los tres años, un peso muy grande para unos hombros demasiado pequeños.
También en Shanghai, por unos mil 500 dólares, los futuros ministros, diplomáticos y empresarios pueden asistir durante un año a las clases de "I love Gym", una escuela que fomenta "el desarrollo de la inteligencia a través del deporte".
"Queremos formar un carácter independiente, optimista y aventurero en los niños", explica una de sus promotoras, de nombre Colour, convencida de que los bebés, sin esta motivación extra, podrían no desarrollar nunca estas aptitudes.
En Pekín, en la ceremonia de graduación de la escuela infantil del famoso pianista chino Liu Shikun, los alumnos ofrecen un concierto a sus familiares digno de un auditorio profesional.
Subidos a un taburete, con las piernas colgando que apenas llegan a rozar los pedales, las pequeñas manos recorren el marfil con la experiencia de un maestro, a pesar de que cuando abandonan la escuela sólo tienen seis años.
"Nuestra generación no tuvo la posibilidad de estudiar música por razones económicas, pero la música es algo bueno y noble, que va a beneficiar a mi hijo en su vida. Cuando sea mayor me lo agradecerá", explica a Efe Cao Xiaosong, una madre que confía en las virtudes de la educación temprana.
"Los niños aprenden jugando, y eso es algo bueno", añade Cao.
Sin embargo, no todas las escuelas adaptan los métodos de enseñanza a la edad de los alumnos, como demuestra un estudio realizado por la Federación de Mujeres de Shanghai, que destapa que entre el 21 y el 32 por ciento de los estudiantes de primaria y secundaria en China sufren desórdenes mentales.
El origen de estos problemas psicológicos está muy ligado, según los expertos, a la cantidad de horas de estudio que los niños dedican al cabo del día, ya sea entre semana o en las jornadas de descanso.
Según el Centro de Investigación de Jóvenes y Niños de China, los infantes suelen estudiar un 50 por ciento más de lo indicado por los departamentos educativos de las escuelas, y más de la mitad de ellos asisten a clases de apoyo durante las vacaciones.
La tradición familiar china, que da gran importancia al esfuerzo y la educación de los hijos, se ha magnificado gracias a la política del hijo único, que ha creado "pequeños emperadores" en cada hogar urbano.
Estos hijos únicos, centro de atención y mimos, soportan también la presión de sus padres, que han puesto en ellos las esperanzas familiares y, en la mayoría de los casos, también los ahorros.
Alrededor del 60 por ciento de la familias urbanas gasta al menos un tercio de sus ingresos en la educación de los hijos, cifra, sin embargo, menor que en las zonas rurales, donde la mitad del gasto familiar se destina a pagar los prohibitivos precios de los centros educativos.
La presión que los padres ejercen sobre sus hijos, motivada por el amor y la esperanza de una vida mejor, tiene, en los peores casos, unas consecuencias tan nefastas como irreversibles.
Recientes estudios demuestran que uno de cada cuatro universitarios sufre problemas mentales, y la tasa de suicidios se dispara cada julio debido a los "super-bebés" que no lograron su objetivo: pasar la selectividad y acceder a una vida mejor.