DURANTE larguísimos días los periódicos y la televisión captan una serie de rostros en Paso de Conchos, en el municipio de Juan de Sabinas, Coahuila: los trabajadores mineros, las familias de los atrapados en la mina, las expresiones dolientes de madres, hermanas, hijas, los rasgos ensombrecidos de los otros trabajadores abismados en el asombro y la pena, a la disposición del fluir de emociones entre las que destaca la indignación, que estalla al llegar un funcionario o un líder sindical, al oír el manejo titiritero de las esperanzas, al enfrentarse al cinismo y la voluntad de engañar a quien se deje.
Tengan fe en Dios, estamos haciendo lo que está de nuestra parte, sentimos su dolor en carne propia, a la empresa lo que más le preocupa son sus trabajadores, cálmese por favor señora, su marido saldrá con vida, paciencia compañeros... Ante las cámaras de televisión se escenifica un (lamentable) sicodrama en donde los líderes sindicales pretenden golpes de dirección como inaugurando su dignidad, las autoridades federales se encienden de pura filantropía luctuosa, los funcionarios del Grupo México son todo un ramillete de compasión e indemnizaciones, y, opuestos radicalmente a lo anterior, genuinos, sinceros, los familiares y los compañeros de trabajo de las víctimas se sumergen simultánea o sucesivamente en la aflicción y la cólera.
Al parecer se repite el ritual ya ensayado desde el siglo XIX, los mineros perecen, el entierro es (será) un acontecimiento conmovedor, los dueños de la mina exhiben su paternalismo (aunque el señor Germán Larrea, el accionista principal, aún no da la cara por ?exceso de trabajo?). Se termina el ritual y vuelven el olvido y la primavera, nacen los niños y las madres los contemplan, mientras deciden ven una telenovela o incitan a su hijo mayor a reemplazar al padre en la mina: ?él se sentiría muy orgulloso?. Casi podría ser Bugambilia, la película de Emilio Fernández donde el accidente terrible en una mina desata la verdadera tragedia, la de los amantes, o podría ser un filme sobre la voluntad de sobrevivencia de los trabajadores, o novelas como Derrumbe en la Mina, del checo Karel Capek, o clásicos del cine como Camaradería, de W. Pabst, sobre la explosión en una mina francesa de Lorena y la llegada fraternal de mineros alemanes dispuestos a salvar vidas (el episodio es real). Y siempre se evoca Germinal, de Emile Zola, el alegato estremecedor a propósito de la angustia, la fuerza y la tragedia de los trabajadores mineros.
* * *
El ritual invocado está de más porque en Paso de Conchos se presencia una tragedia de clase en un momento marcado por el neoliberalismo. Por eso, por la imposibilidad de repetir los esquemas del consuelo y la resignación, lo acontecido resulta muy superior a los métodos habituales de asimilación de los temas. Lo ocurrido debería llevar a los sectores directamente involucrados (el gobierno federal, los gobiernos estatales, los sindicatos, los trabajadores) y a la sociedad civil a concentrarse en el examen de las condiciones laborales en la minería. La pobreza de los mineros recién contemplada en los medios, los dos mil 400 o tres mil pesos mensuales que perciben, la continuidad de la silicosis, la suprema desfachatez del señor Larrea, todo lo que la tragedia ilumina y que debe provocar un debate a fondo, se ve obstaculizado por la politiquería y el deseo de las élites de aprovecharse inicuamente (una excepción agradecible: el Obispo de Saltillo, Raúl Vera). Pero los acontecimientos de Paso de Conchos no admiten su disolución en el estrépito de las tretas y las banalidades declarativas. El Gobernador de Coahuila, entre otros, censura la manipulación de los sentimientos de las familias y el presidente Fox responde a lo que nadie dijo:
No hubo falta de información. Yo lo que vi fue a todos los medios de comunicación instalados ahí, y muy atentos a lo que sucedía cubriendo su labor periodística; yo creo que hubo mucha información a lo largo del proceso conforme se fueron dando los acontecimientos (26 de febrero de 2006).
¿Quién ha negado la atención profusa a lo ocurrido? Se critica al Grupo México y a la Secretaría del Trabajo por su manejo de las esperanzas, por querer como de costumbre ganar tiempo, como si tuviese el menor sentido hacerlo. Y el rehuir lo esencial del problema (las inercias y la indiferencia del capitalismo) lleva a la esposa del Presidente, Marta Sahagún, a efusiones a nombre de Vamos México, que existe a partir de un hecho marital, no de un acto voluntario de la sociedad civil:
La fundación siempre está dispuesta a solidarizarse con los necesitados... siempre estoy dispuesta, siempre estoy y estaré dispuesta a hacer mías las necesidades de otros, por supuesto que sí... Que Dios Nuestro Señor los reconforte (a las familias) rápidamente, y que siempre tengan una luz de esperanza, no solamente en el presente sino en el futuro, y que crean en la misericordia y el amor de Dios.
Llama la atención el mensaje por varios motivos: a) es un gesto de autopromoción: ?siempre estoy, estaré dispuesta..?; b) se le pide a Dios que se apure: ?que Dios Nuestro Señor los reconforte rápidamente...?; c) se ve en los deudos a unos incrédulos prestos a convertirse a la luz de un sabio consejo: ?y que crean en la misericordia y el amor a Dios?. Por desdicha para el gobierno su obligación primera no es llamar a la resignación sino resolver los problemas del modo más eficaz posible. De otro modo, a la manera de don Vicente Fox, no sabrán qué hacer con sus palabras. Él envía su pésame y añade: ?realmente es algo que quisiéramos hacer con todo cariño porque ellos murieron en el cumplimiento de su deber y, por lo tanto, mis condolencias muy sentidas para sus familiares?. Así que, por ejemplo, las muertes por enfermedad no merecen condolencias muy sentidas, a menos, claro, que los que simplemente se mueren cumplan con el deber de no eternizarse sobre la tierra.
* * *
En el forcejeo con el sindicato, las autoridades son de una inoportunidad solemne. El dirigente Napoleón Gómez Urrutia es hijo de Napoleón Gómez Sada, un líder cetemista que, quizás para no entrar en competencia con el comandante Fidel Castro, apenas estuvo al frente de su organización 44 años. Gómez Urrutia, egresado de Oxford, ante el requisito sindical (un dirigente debió ser por lo menos cinco años), presentó una credencial que certificaba su tarea bajo tierra de 1995 a 2000, y recibió la bendición o su equivalente religioso del Secretario de Trabajo, Carlos Abascal. Ahora se beneficia del golpe de Francisco Javier Salazar, reemplazo de Abascal, que reconoce a otro dirigente, se erige en conciencia proletaria y desata una huelga de consecuencias imprevisibles. Luego de una tragedia viene el enfrentamiento inesperado y la conciencia súbita y previsiblemente breve de los líderes.
* * *
Mientras, en Paso de Conchos, los trabajadores y sus familias siguen dando la gran lección de dignidad y resistencia al oprobio.
Escritor.