Uno de los grandes retos del próximo presidente de la República y del futuro Congreso de la Unión, será cómo hacer efectiva la lucha contra el monstruo de mil cabezas que es el narcotráfico y que, en consecuencia, la sociedad comience a notar los avances. Porque hay que reconocer que actualmente existe una estrategia del Gobierno Federal para combatir el problema, la cual, según las cifras oficiales, ha arrojado resultados positivos en cuanto a detención, procesamiento y encarcelamiento de capos. No obstante, esto no se ha reflejado en la vida cotidiana de la población -que es lo importante-, porque la violencia ligada al narco y el consumo de drogas ilícitas, en vez de disminuir, han aumentado.
Quizá la explicación a esta realidad se encuentre en la visión simplista que tienen las autoridades respecto a un fenómeno social tan complejo.
El narcotráfico no es sólo un problema de seguridad, lo es también de justicia, salud pública, educación y economía.
Es de seguridad porque en México, como en casi todo el mundo, la producción, tráfico y venta de estupefacientes es un delito, y porque detrás de esas actividades ilegales existen numerosas organizaciones criminales que, como consecuencia de su operación delictiva, detonan una serie de actividades que atentan contra el Estado de Derecho y la tranquilidad de la sociedad: robos, contrabando de armas, corrupción, secuestros y ejecuciones.
Es un asunto de justicia, porque para enfrentar a la delincuencia organizada es necesario hacer valer las leyes, acabar con la impunidad, establecer penas adecuadas y castigar también a los miembros de las corporaciones policiacas que hayan sido alcanzados por los tentáculos corruptores del narco.
Es de salud, porque para que existan oferentes de drogas debe haber demandantes, y éstos, en los últimos veinte años, se han multiplicado de forma alarmante en México. Cada vez son más los adultos, jóvenes e, incluso, niños que consumen enervantes, en detrimento de su salud mental y física. Además, no existe una verdadera política pública de rehabilitación y los centros de atención a drogadictos son insuficientes.
De educación, porque la mayoría de los eslabones de la cadena del narcotráfico son personas con bajo nivel de escolaridad o con una formación deficiente, carente de principios éticos. Y porque gran parte de los consumidores no cuentan con la información suficiente respecto al daño a la salud que ocasionan las drogas y, lo más importante, no tienen los elementos necesarios para tomar las mejores decisiones al enfrentarse a los problemas que le aquejan a lo largo de su vida, como los conflictos familiares, laborales o emocionales. Un amplio porcentaje de la población de este país adolece de la falta de un proyecto de vida.
Y, por último, el problema del narcotráfico es económico porque en México las oportunidades para que una persona mejore su calidad de vida son escasas y, por lo regular, significan recorridos por caminos demasiado sinuosos. Sin ser la pobreza el factor determinante de la delincuencia, coloca a quien la padece en una circunstancia de vulnerabilidad y propensión hacia actitudes antisociales o delictivas.
Vemos, pues, que son varios los ejes por los que el Estado debe desplegar su fuerza para hacer frente al narco y no sólo gastar millones de pesos en atacar únicamente los síntomas de este cáncer social y no los factores que le permiten desarrollarse.
Aunque las detenciones de maleantes resulten muy llamativas y espectaculares, no repercuten como se pregona en la disminución del problema, ya que, mientras las demás condiciones sigan existiendo, siempre habrá alguien que reemplace a un productor, traficante y vendedor capturado, y siempre serán más los nuevos consumidores que los adictos rehabilitados. Además, muchos de los detenidos aprovechan los vacíos en la Legislación mexicana y lo corrompible de las piezas del sistema, para quedar libres en unos cuantos días, semanas o meses. Y los que llegan a ser sentenciados, purgan condenas en penitenciarías en donde la readaptación social se queda únicamente en el nombre de esos lugares.
Hace falta mucho para establecer un combate frontal contra el narcotráfico. Las acciones gubernamentales están desarticuladas por la falta de visión, objetivo y estrategias integrales. Hasta el momento, los desatinados pero no por eso menos costosos esfuerzos se han encaminado a cortar las puntas de la cizaña, cuando se debe atajarla de raíz, porque sino seguirá creciendo.
El reto para los ganadores de la elección del dos de julio es enorme, pero si otra vez deciden no encararlo como se debe, este país podría ser ingobernable a la vuelta de unos cuantos años.
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