A Jean Paul Sartre.
Premio Nobel 1964
Es cierto, lo dije en anterior colaboración, hubo actos de salvajismo en los dos bandos enfrentados en el poblado de San Salvador Atenco, sólo que al calor de la refriega los encargados de cuidar el orden se comportaron como si hubieran sido contratados para imponerlo a como diera lugar, sin cuidar las formas, no dándose cuenta que hay una diferencia entre sofocar un motín aprehendiendo a los revoltosos y el descargar sus fieros impulsos, haciéndolo con la furia ciega y arrebatada de quien no actúa en nombre de la justicia sino en represalia para desquitarse de un agravio, cubriendo de oprobio el uniforme de policía que les ha proporcionado la comunidad. La consigna ante los hechos violentos no pareció ser el detener el vandalismo de los agresores, simplemente remitiéndolos a una ergástula, sino el de vengar una afrenta personal que no era otra cosa que la resistencia a someterse al imperio de la Ley. Los uniformados auxiliados por la fuerza que les proporciona el Estado sometieron a los rijosos con absoluta ignorancia de cuáles eran los límites de su labor.
Es por ello que una vez que las personas eran detenidas y quedaban a merced de las fuerzas del orden, fueran brutalmente golpeadas y, ahora se sabe, si eran mujeres, agredidas sexualmente. En el momento en que el individuo cesaba toda resistencia se desataban los demonios que cada uno de los policías lleva adentro y que suelen permanecer dentro de cada uno de ellos cuando se les ha dado una instrucción adecuada forjando sus mentes para distinguir cuales son los linderos que no deben rebasar en la función a desempeñar. No sólo es brincar, correr, mantener el vigor físico, se requiere una preparación que evite que sus reflejos primarios afloren. El policía se deja llevar por el odio irrefrenable de una ofensa como cualquier ser mortal, con la diferencia en relación con los hombres que les hacen frente, que son guardianes que deben conservar el orden, como una sagrada misión que les encomienda la sociedad. El policía es un ser humano con sentimientos iguales a los de cualquiera. El uniforme lo debe convertir en un servidor público, no en un energúmeno.
Me estaría precipitando si sólo culpo a los granaderos de los desmanes que se cometieron. A los policías, por más academias que se abren en este país para su adiestramiento y formación, no se les educa ni se les disciplina. Los cursos ponen mayor atención en el manejo de una macana, de una escopeta lanzagranadas, en como golpear con el escudo, como marchar con garbo, que en cultivar sus principios éticos. A lo mejor es por que les es imposible asimilarlos. Los veíamos amontonarse alrededor de cuanto particular era detenido usando sus toletes a manera de macanas para dejarlas caer sobre la humanidad del vecino de Atenco y ya en el suelo, vencido e indefenso, hacerle saber que sus botas son capaces de convertirse en armas contundentes capaces de martirizar el cuerpo de sus víctimas. Me dejaron la impresión de hienas proporcionándose un banquete en donde el platillo principal era la sangre que chorreaba por los rostros tumefactos.
No son totalmente inocentes. Su incultura y ausencia de formación profesional no los excusan del todo. Ahora lo sabemos. Es verdad que los responsables son los mandos superiores que no les dan la preparación debida. Los políticos están dedicados a sus rollos para ponerle atención a los cuerpos policiacos. Habría que ver los expedientes de cada policía para conocer su grado de estudios y si previamente a su incorporación se les sometió a una valoración psicológica. Un ser humano con pocos o nulos estudios sufre una metamorfosis mental al verse vestido de uniforme, que interpreta en su cerebro como un símbolo de autoridad que le otorga el derecho al abuso. Nadie es más culpable que quien los utiliza para reprimir una manifestación, sabiendo que carecen de la capacitación necesaria, con sueldos bajísimos, recomendados para un trabajo, como un medio de sustento y no como producto de una vocación de servicio, por lo que es obvio que se altera su psiquis regresando por atavismo a la edad de piedra, en tiempos en los cuales el garrote era necesario para la supervivencia. Eso se explica, pero ¿las violaciones y los abusos sexuales? No pueden ser otra cosa que el resultado de bajos instintos primitivos que no tienen cabida en una sociedad moderna. Esto, si se comprueba que se hizo, causa repugnancia. En verdad, así da náusea pertenecer a la especie humana.