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La noche de brujas

Gilberto Serna

Estamos poco a poco perdiendo la capacidad de asombro, nada nos conmueve, todo nos da igual. Con el tiempo hemos ido dejando, al paso de los años, aquella inocencia que era parte del encanto de una sociedad que creía en el futuro como algo venturoso de lo que cabía alegrarse. Vivíamos en un paraíso terrenal del que pensábamos nunca jamás saldríamos. Ahora nuestro mundo de ensueño se está conmocionando. Cada día que pasa se vuelve más y más conflictivo. Un día tras otro es lo mismo.

Las notas que leemos en la prensa nos dan cuenta de hechos espeluznantes con cadáveres degollados, acribillados con armas de grueso calibre, de lo que es testigo un pueblo obsesionado en no mirar hacia adentro sólo hacia fuera, o lo que es lo mismo, ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. Allá pasan grandes catástrofes acá no sucede nada.

En otras latitudes las broncas sociales se presentan cuando menos se esperan. La desobediencia civil se esta volviendo costumbre inveterada. Lo que más pesa en una sociedad es que los autores de un desaguisado no sean castigados, cobijados por un grueso manto de impunidad.

A pesar que constantemente se reitera que nadie está por encima de la Ley, por los periódicos nos enteramos, no sin cierta perplejidad, cómo los que cometen un delito se muestran muy ufanos sin que nada ni nadie los moleste en lo más mínimo. Del tamaño del sapo es la pedrada, frase que encierra un gran sentido filosófico y nos ayuda a entender qué es lo que pasa en un mundo en el que se han ido perdiendo los valores éticos.

Todos parecen haber sido hechos en un mismo molde. Se semejan tanto. Formarían en las paredes de una inmensa galería, sus retratos enmarcados colocados uno después otro, una larga cadena que atenaza a una sociedad mundana que permite que subsista este estado de cosas. Cómo explicar a las generaciones futuras el que en esta época triunfe el desprecio al orden jurídico. ¿Cómo explicárselos a las actuales? ¿Cómo explicarnos a nosotros mismos sin perder la ecuanimidad? Somos los humanos, sin importar las distancias territoriales, de una mismas pasta. Lo que acontece al otro lado del mundo ocurre con gran similitud en el nuestro.

No podemos pedir a los adolescentes de hoy que se comporten con mesura porque las personas mayores carecemos de los valores morales de nuestros ancestros. Hará unas pocas semanas que los franceses se convulsionaron cuando una turba de jóvenes salió a las calles de París a demostrar su descontento quemando vehículos sin importar el porqué de su conducta; allá también se cuecen habas. La temperatura está en ascenso. En Torreón, la Policía detuvo a 136 muchachos residentes de Torreón Jardín y San Isidro. Se les aseguraron diez pistolas que arrojan pintura y casi diez kilos de huevo. Era noche de brujas cuando los niños piden su ?jalogüin? recorriendo las residencias cercanas a sus domicilios. Los grandulones arrestados lanzaban a diestra y siniestra tanto la pintura como los pequeños ovoides contra los vidrios de los carros, fachadas de las casas y aun a las personas que encontraban a su paso. Hemos de pensar que dada su corta edad, había niñas en el grupo, no se trató sino de travesuras, muy pesadas por lo que merecieron la reprensión y su internamiento en algún lugar, quizá los separos policiacos, llamando a los progenitores para que les dieran un merecido estirón de orejas.

Lo que sí, es que las familias que resultaron afectadas no lo consideraron así. Los abuelos de estos pequeños truhanes que alguna vez pidieron su calavera se las ingeniaban disfrazándose de monstruos para tocar las puertas de sus vecinos esperando su benevolencia para recibir un obsequio. Las cosas han cambiado.

Esto me puso a pensar. ¿El Gober Precioso, aterrorizaría a las niñas de su época correteándolas con un disfraz de fauno? ¿Ulises se entretendría la noche de Brujas, niño aún, en tasajear el pizarrón poniendo tachuelas en el asiento del profesor? ¿Sus padres festejaron con grandes risotadas lo que consideraron travesuras de poca importancia?

Vaya usted a saber. ¿Habría algún niño que le prohibieron ir a bailar con las niñas del barrio? Lo que sí es que nuestros pequeños y algunos no tanto, son la respuesta a los políticos que gozan de total impunidad, pavoneándose de que la justicia se hizo para los desheredados de la diosa fortuna.

Los malos ejemplos cunden. Lo peor es que los capitostes no esconden sus debilidades. Las dan a conocer a la luz del día como si se tratara de burlarse de la comunidad. Mientras esos sucesos se repitan no esperemos que nuestros niños adquieran buenos modales. La consigna entre los políticos estriba en una sucia competencia para hacer el mayor daño posible convencidos de ser invencibles, esto es, que nadie puede contra ellos.

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