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La nueva izquierda

Federico Reyes Heroles

“...el discurso sobre la derecha

y la izquierda comienza donde acaba la economía”.

Giovani Sartori

El ascenso de Evo Morales, de Bachelet, la tambaleante reelección de Lula y la posibilidad de López Obrador, más otra docena de elecciones en América Latina son el caldo de cultivo. Hay izquierdas modernas y racionales y también están por allí las otras, las malas. Cuáles son las fronteras, se pregunta con frecuencia, cómo distinguirlas. El colapso del comunismo provocó una auténtica crisis, que supone regeneración. Qué tienen que ver las estrategias seguidas por el PSOE en España o por Lagos en Chile con la rigidez del comunismo español o con la visión del mundo de Salvador Allende.

La primera lección es esa: la izquierda que ha triunfado supo cortar con ciertos orígenes y asumió la tradición liberal-democrática como la única legítima vía de ascenso al poder. El fin ya no justifica los medios. La preservación de las vías democráticas, pacíficas, no violentas, es parte del objetivo incuestionable de cualquier miembro de la nueva izquierda. En la vieja izquierda había la consigna de la necesaria eliminación de un enemigo, imaginario o real, como condición insalvable para la victoria. ¡Muera la burguesía, viva el proletariado! Es la simplificación que tanto mal hizo.

La nueva izquierda sabe que esa eliminación ni es viable ni es deseable. La convivencia es obligada. Pero ello no es obstáculo para avanzar en consignas de tipo social. Por esas mismas coordenadas mentales, la vieja izquierda apostaba a un acto justiciero, espectacular y de carácter fundacional. La nueva izquierda sabe que la mayor justicia se construye poco a poco y que no hay acto mágico que nos pueda traer justicia. Por ello la nueva izquierda apuesta a una estrategia diferente: reducir la miseria aunque no se avance en la distribución. ¿Qué va primero, combatir la pobreza o tocar a los ricos? La pobreza es la respuesta y casos como Chile o China son ejemplos de los resultados. La vieja izquierda apostaba a la socialización de los recursos naturales de cada país, ello era parte de la estrategia justiciera.

La nueva izquierda sabe que la propiedad de los recursos naturales es un asunto secundario, puede ser estatal o privada, pero en todo caso nada se puede oponer a la productividad. Hay explotaciones eficientes o ineficientes, esa es la clave. No habrá justicia social con ineficiencia. Meter dinero bueno al malo, los subsidios y otras fórmulas para disfrazar ineficiencia, acentúa la inequidad y cancela oportunidades de invertir esos dineros en lo único verdaderamente trascendente: el capital social, humano. Por conservar recursos para futuras generaciones se condena a las presentes a la miseria. La nueva izquierda sabe que cualquier “sacrificio” de recursos naturales es válido si se invierte en salud y educación y que, a la larga, los capitales fluirán a donde esté el hombre educado del que hablaba Drucker y así habrá mayor justicia.

La nueva izquierda sabe que con la macroeconomía no se juega, que los salarios reales sólo se recuperan con inflación controlada, que los déficits los pagan los que menos tienen, que gastar hoy lo que no se tiene sólo agrava la desigualdad. A diferencia de la vieja izquierda, la nueva está consciente de que los dos instrumentos más eficientes para combatir la desigualdad son la educación y el empleo. La nueva izquierda sabe que un sistema fiscal progresivo no tolera excepciones, que nadie puede estar encima del interés general. Por ello la nueva izquierda favorece una conciencia sobre la igualdad, por eso no apoya gremios, corporaciones o auténticas guildas que quieren situarse por encima del eje conceptual de la nueva justicia: el ciudadano.

La nueva izquierda sabe que a pesar de las injusticias que puedan existir producto de aparatos judiciales corruptos, por opresión, racismo y horrores similares, apostar a la ilegalidad como estrategia sólo provoca mayores perjuicios para los más pobres. A la larga la única fórmula para arrinconar a la injusticia es un Judicial más fuerte y profesional. Un Judicial corrupto favorece a los ricos. A la izquierda nueva no le interesan los cotos burocráticos. Sabe que en una sociedad injusta las burocracias gravitan más sobre los pobres. La nueva izquierda sabe que a las realidades de los mercados no se les puede borrar de un plumazo y que tarde o temprano los precios y productividad se impondrán, ella piensa en el consumidor. Obcecarse con ciertos productos y productores es perder el tiempo frente a la inexorable adaptación. La nueva izquierda sabe que la aparición de los mercados globales es una gran oportunidad sobre todo de generación de empleos que conducen a la justicia.

La nueva izquierda sabe que los nacionalismos de cualquier tipo pueden ser muy costosos: ¡Aprender inglés, jamás, es el idioma del imperio! La nueva izquierda planea una estrategia que permita la defensa de los trabajadores en un mundo global. De entrada la flexibilidad laboral -agilidad en contrataciones y despidos- ayuda a la generación de empleos. La nueva izquierda sabe que la administración de los fondos de retiro y pensiones son el arma para negociar con el gran poder. Por eso favorecen las fórmulas que hacen crecer los fondos. La obligada circulación de trabajadores no es impedimento para lograr una defensa cada día más firme de sus intereses. En fin, la nueva izquierda no lucha contra la modernidad, la anhela, la construye, es parte de ella.

P.D. Ahora resulta que el Gobierno del cambio quiere controlar las evaluaciones educativas de un organismo de la sociedad civil, el CENEVAL. ¿Por fin?

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