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La pestilencia

Gilberto Serna

He de subrayar, en beneficio de los lectores, que no se trata, a pesar de lo sugestivo del título, de políticos preciosos, por lo que, una vez hecha la aclaración y dilucidados los malos entendidos, entremos en materia. Esta sufrida ciudad no sólo se ve atacada por la contaminación ambiental derivada de los gases que se producen en vehículos que transitan por sus avenidas o de los humos que se desprenden de los chimeneas de las fábricas, sino también, por la contaminación visual que nos dan cientos de miles de anuncios que avasallan cualquier rincón, aun el más apartado, además de la contaminación auditiva en una ciudad que no escatima el producirlos con gran estrépito que pone a prueba la resistencia de los nervios más templados. Pero todo es parte del embrujo de una ciudad actual, aunque los pulmones queden hechos trizas produciendo enfermedades que van desde una simple tos hasta plomo en la sangre que deja una secuela de daños irreversibles. Se nos dice que es el precio de la modernidad como algo que debemos soportar desde la cuna hasta el sepulcro. Los encargados de cuidar el medio ambiente parecen estar o están en babia. Pensaría cualquiera que hablamos de oídas, hablar por hablar, pero hay algo que está presente y que usted puede constatar personalmente.

Es el olor que se desprende de un escape que despide aromas mefíticos. En efecto, los que acuden a correr o a caminar alrededor del Bosque Venustiano Carranza en Torreón simplemente a respirar aire puro o a desarrollar sus facultades atléticas, llevando a la familia, al transitar en la confluencia que forman la calzada Cuauhtémoc y avenida Bravo, sin previo aviso se topan con hedores que obligan a cubrirse la nariz por lo insoportable que resultan. Es igual o peor que habitar dentro de una fosa séptica, que me serviría para ejemplificar lo que aquí digo. En cualquier pueblo del planeta habría dado lugar a que se armara un barullo que trajera como consecuencia que las autoridades se apresuraran a tomar las providencias que fueran necesarias para acabar cuanto antes con esta fuente insalubre de contaminación del medio ambiente. No sé como los vecinos aguantan esta hediondez que no solamente han de afectar sus glándulas pituitarias, produciendo un constante malestar, sino que, respirado día y noche, debe tener consecuencias nocivas.

Es posible que el instalar un respiradero a ese cárcamo sea necesario, pero no se tomó en consideración que está en un céntrico lugar que a raíz de que se hicieron los trabajos correspondientes se ha vuelto insano e inmundo. No me figuro a los funcionarios que están involucrados en darle salida a las aguas negras que se originan en una gran ciudad, que duerman tranquilos, cuando forzosamente deben de saber el daño a la salud que están causando. No es preciso que se hagan sesudos estudios para darnos cuenta que el problema ahí está, es suficiente con que en una de estas tardes se dieran una vuelta por el rumbo para que las ventanillas de la nariz se percaten de que no es saludable vivir en medio de esa pestífera atmósfera. El atravesar caminando esa área nauseabunda se torna toda una aventura por que hay que, para salir indemne de esa repugnante hedentina, hay que apresurar el paso y apretarse las ventanillas de las narices dejando, un buen rato, de ventilar los pulmones. Algunos de los viandantes no se resisten a mandarle saludos no muy afectuosos a familiares muy cercanos de quien o quienes deberían intervenir para poner remedio a este flagelo social. No estoy exagerando.

Hay funcionarios federales, estatales y municipales que deberían estar preocupados del impacto que, sobre una sociedad escaldada por recientes acontecimientos, puede tener en el transcurso de los meses. En pleno festejo por sus 100 años de existencia la ciudad merece que se ocupen de acabar con un foco infeccioso. ¿Habría alguna manera de filtrar las miasmas en un afán de purificar el aire? Debe existir un dispositivo capaz de poner un alto a estas emanaciones que las desodoricen. ¿Por qué la sordera de nuestras autoridades a estos asuntos que son de su resorte? Es cierto que cuando se construyó la lumbrera* dio paso a una protesta de los habitantes del lugar, a la que no se hizo el menor caso. Se les tiró a lurias, dicho coloquial de uno de los que habitan en las cercanías. Es decir, se les hizo el mismo caso que se le hace a los dementes. Pues sí, creo que tendrían razón para enloquecer. Si nos ponen las 24 horas, días tras días, semana tras semana, mes tras mes, a la hora de almorzar, de comer, de cenar, cualquiera acabaría trastornado de la mente. Inviten a los vecinos, hagan una carne asada al aire libre en algún sitio aledaño a este sitio, que acudan las autoridades de salud a degustar unos sabrosos tacos con salsa de molcajete. Se darán un ?quemón? que no olvidarán el resto de sus vidas.

Nota bene.-Lumbrera*: abertura, tronera o caño que desde el techo de una habitación, o desde la bóveda de una galería, comunica con el exterior y proporciona luz o ventilación.

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